El desconocido entró en la casa sin prisa, llevaba un cuchillo, pero sobre todo llevaba silencio. Atacó a sus moradores uno a uno, sin gritos, sin margen para la huida, con una violencia seca y metódica que no buscaba espectáculo. Cuando todo terminó, descuartizó los cuerpos, los arrastró al exterior, cruzó el jardín y se internó en el bosque para deshacerse de ellos. Un árbol hueco fue testigo de su secreto.
Cuando regresó a la casa, raptó a la niña y la condujo hasta la suya. Durante días, la tumbó sobre una cama cubierta de hojas secas y le ordenó no moverse. No la quería muerta, la quería viva y aterrorizada. En silencio. Ahí comenzaba su horror.
El aislamiento
Matthew J. Hoffman nació el 24 de septiembre de 1980 en Ohio, en el seno de una familia sin antecedentes penales ni notorios episodios de violencia. Creció como un niño retraído, con dificultades para socializar y una marcada tendencia al aislamiento. Sus familiares recordaron más tarde a un chico “raro, ensimismado, siempre incómodo entre la gente”, que prefería pasar horas solo en el exterior antes que compartir tiempo con otros niños.
No destacó en los estudios y, tan pronto como pudo, abandonó cualquier aspiración académica encadenando trabajos precarios en el sector de la construcción y las pequeñas reformas. Matthew era un empleado irregular, con dificultades para mantener rutinas y relaciones laborales estables.
Matthew Hoffman, 'The Leaf Killer'
Tampoco se le conocieron relaciones sentimentales duraderas. Según la documentación oficial, nuestro protagonista no tuvo esposa ni pareja conocida; las mujeres eran una presencia lejana y abstracta en su vida. Él prefería la naturaleza.
De hecho, aquella obsesión infantil por permanecer a la intemperie, en contacto continuo con el bosque, derivó en algo más específico: las hojas. Matthew las recolectaba compulsivamente, las almacenaba en bolsas, las llevaba consigo.
El baño de la casa de Matthew Hoffman con decenas de sacos de hojas secas
Un conocido declaró una vez perpetrados los crímenes, que Matthew decía sentirse “tranquilo cuando todo huele a bosque”. Aquella fijación, que algunos interpretaron como una excentricidad inofensiva, acabaría convirtiéndose en el eje de su violencia.
El estallido criminal
El 10 de noviembre de 2010, Matthew irrumpió en la vida de Tina Herrmann, de 32 años, su hijo Kody Maynard, de 11, y a una familia de la familia, Stephanie Sprang, de 41. Las circunstancias exactas del inicio del ataque se reconstruyeron a partir de pruebas forenses y de la declaración posterior del propio asesino.
Matthew llevaba desde la noche anterior acampado en medio del bosque, acechando en las sombras, a la espera del momento indicado para irrumpir en la casa. En plena madrugada, el joven dejó la vigilancia y pasó a la acción.
Las víctimas asesinadas por Matthew Hoffman
Con gran sigilo, se adentró en la casa y, armado con un cuchillo, comenzó a recorrer cada habitación en busca de sus presas. Los mató uno a uno, con una brutalidad silenciosa, que impidió a sus víctimas incluso gritar. Nadie logró pedir ayuda. Ni siquiera los vecinos escucharon nada que los alertara.
Una vez asesinados, Matthew desmembró los cuerpos y los cargó hasta el bosque. Allí utilizó un árbol hueco, de grandes dimensiones, como escondite macabro. Introdujo los cadáveres en el tronco y los cubrió con hojas, ramas y restos vegetales. “Pensé que el árbol los guardaría”, declaró más tarde. “Los árboles saben guardar cosas”, aseguró durante el interrogatorio posterior.
Escenario del triple crimen perpetrado por Matthew Hoffman en Ohio
Pero la violencia no terminó allí. El asesino regresó a la casa y secuestró a Sarah Maynard, la hija mayor de Tina, de 13 años. La trasladó a su domicilio, donde la mantuvo cautiva durante varios días maniatada y amordazada.
La obligó a permanecer tumbada sobre una cama cubierta de hojas secas, apenas alimentada, sometida al miedo constante. “Si no te mueves, no pasa nada”, le repetía, según relató la menor tras su liberación.
La casa del horror
La desaparición de la familia activó un amplio dispositivo de búsqueda. Vecinos y conocidos describieron a Tina como una madre comprometida, y a los niños como sociables y queridos. Nadie imaginó que el responsable pudiera ser aquel hombre taciturno que vivía rodeado de bolsas negras repletas de hojas secas.
Matthew intentó huir cuando la presión policial aumentó. Sin embargo, fue localizado días después en una zona rural, tras un breve rastreo. No ofreció resistencia y, al ser detenido, su primera preocupación no fueron las víctimas, sino las hojas que había dejado atrás. “No las tiren. Son importantes”, pidió a los agentes.
Sarah, secuestrada por Matthew Hoffman y obligada a permanecer sobre una cama repleta de hojas
El registro de su vivienda confirmó la dimensión de su obsesión. Lonas extendidas por el suelo, sacos repletos de hojas secas, montones acumulados en armarios y rincones. La cama donde había mantenido cautiva a la niña parecía un nido improvisado. Un agente declaró que “era como entrar en un bosque muerto”.
En los interrogatorios, Matthew habló con frialdad. Reconoció los asesinatos y explicó su método sin emoción aparente: “No quería enterrarlos. La tierra es sucia. El árbol era mejor”. Los psicólogos forenses detectaron una parafilia vinculada a la naturaleza, la dendrofilia, una fijación patológica por los árboles y la descomposición vegetal, unida a una profunda incapacidad para empatizar.
El árbol donde Matthew Hoffman se deshizo de los cuerpos de sus víctimas
El juicio contra el bautizado por la prensa como Leaf Killer (asesino de hojas) se celebró a principios de enero de 2011 y estuvo marcado por testimonios estremecedores. Familiares de las víctimas relataron el vacío dejado por los asesinatos.
Un pariente de Matthew Hoffman, entre lágrimas, aseguró que “sabíamos que tenía problemas, pero nunca imaginamos esto”. Sin embargo, el acusado apenas mostró emoción alguna y, en una de sus pocas intervenciones, llegó a decir: “No soy un monstruo. Solo hice lo que tenía que hacer”.
Matthew Hoffman, durante el interrogatorio policial
El jurado popular no compartió esa visión y fue declarado culpable de asesinato múltiple, secuestro y agresión sexual a la menor. La sentencia fue cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
Desde prisión, Matthew Hoffman ha permanecido en un discreto segundo plano. No ha mostrado arrepentimiento público ni ha concedido entrevistas. Los informes penitenciarios señalan que mantiene conductas obsesivas relacionadas con la limpieza y la acumulación de restos vegetales cuando tiene ocasión.


