La doble vida de Bradley Edwards: de técnico “intachable” a metódico asesino en serie

Las caras del mal

Este modélico trabajador de telecomunicaciones se convirtió en uno de los depredadores sexuales más temidos de Claremont (Australia)

La doble vida de Bradley Edwards: de técnico “intachable” a metódico asesino en serie

La doble vida de Bradley Edwards: de técnico “intachable” a metódico asesino en serie

LVD

La noche transcurría entre música suave procedente de los bares, taxis circulando con parsimonia y grupos de jóvenes riendo sin mirar a su alrededor. En una de aquellas calles, una joven caminaba sola, confiada, sin notar el coche que se deslizaba a su ritmo, paciente, como un depredador midiendo el paso de su presa.

El hombre bajó la ventanilla, dijo algo breve, casi amable, y ella se acercó lo suficiente para que él midiera el instante exacto: un movimiento seco, preciso, una fuerza que la atrapó antes de que pudiera gritar. La puerta se cerró con un golpe que nadie oyó. Minutos más tarde llegó la violencia, rápida, contenida, casi metódica. Y, tras ella, un brutal crimen en plena oscuridad.

El origen del monstruo

Bradley Robert Edwards nació el 12 de diciembre de 1968 en Armadale, un suburbio al sureste de Perth. Creció en un entorno familiar disciplinado, de normas estrictas y pocas concesiones a la emotividad. 

Su padre, un hombre reservado y aferrado a la rectitud, imponía un orden inflexible dentro del hogar. Su madre, de carácter discreto, equilibraba la tensión reinante con una presencia calmada pero distante.

Bradley Edwards, a los ocho años

Bradley Edwards, a los ocho años

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“Bradley siempre fue muy callado, demasiado quieto… como si pensara cosas que no decía”, recordaría años después una vecina de la familia. Como estudiante, Bradley destacó más por su docilidad que por su brillantez. Apenas socializaba y prefería los ámbitos en los que la lógica gobernaba: la informática, los dispositivos electrónicos, el trabajo manual meticuloso.

Tras terminar la secundaria, se formó en áreas técnicas hasta conseguir un empleo estable como técnico de comunicaciones en Telstra, la compañía nacional de telecomunicaciones. Desde fuera, era un trabajador ejemplar: puntual, aplicado y metódico. La clase de hombre que jamás llamaba la atención.

Violencia germinal

En cuanto a sus relaciones sentimentales, Bradley se echó novia a principios de los años noventa, y contrajo matrimonio poco después. Eso sí, la mujer pronto descubriría la realidad de convivir con un hombre emocionalmente inaccesible.

“No sabía qué le pasaba por la cabeza; era como vivir con un extraño”, confesó ella después ante los investigadores. La relación se resquebrajó con rapidez, marcada por silencios tensos y estallidos de ira repentinos. 

Bradley Edwards, el asesino de Claremont, de joven

Bradley Edwards, el asesino de Claremont, de joven

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En una ocasión, durante una discusión doméstica que escaló sin control, Bradley perdió los nervios y la agredió físicamente, un episodio que su entorno describió como “la primera fisura visible de algo más oscuro”.

Esa agresión, lejos de ser anecdótica, anticipaba un patrón: una violencia interna contenida que solo necesitaba una chispa para expandirse. Pocos meses después de aquella pelea, nuestro protagonista comenzaría su carrera criminal con ataques aparentemente desconectados, movido por un resentimiento creciente y una necesidad compulsiva de control.

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Primeros ataques

Antes de convertirse en asesino, Bradley cometió agresiones sexuales que pasaron casi inadvertidas, camufladas por la dificultad para vincular evidencias en una época en la que el análisis de ADN empezaba a consolidarse.

En 1990, irrumpió en la casa de una joven y la atacó mientras dormía. La víctima sobrevivió, aunque nunca olvidó la frialdad con la que aquel intruso enmudecido la sujetó. “No habló ni una sola vez… era como si estuviera siguiendo un guión mental”, relató ella.

Bradley Edwards

Bradley Edwards

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Lo llamativo de este ataque es que Bradley lo perpetró tras una fuerte discusión con su esposa. Y, aunque hubo una reconciliación horas después, nuestro protagonista se quedó con tal sensación de ira contenida, que optó por materializarla contra una desconocida. De hecho, la fiscalía sostuvo que estas agresiones en realidad conformaban un patrón claro y violento contra las mujeres durante períodos convulsos de su vida sentimental.

Cinco años más tarde, Bradley repitió la dinámica con otra joven. Siempre rápido, siempre calculador. Siempre silencioso. La policía sabía que existía un agresor suelto, pero faltaba un hilo conductor que uniera sus actos. Ese hilo llegaría con tres desapariciones que aterrarían a Australia y convertirían la palabra Claremont en sinónimo de pesadilla.

La caza

Claremont, un barrio acomodado de Perth, era conocido por su vida nocturna tranquila, bares elegantes y un ambiente universitario. Allí, entre luces tenues y calles seguras, Bradley encontró el escenario perfecto. Todo se precipitó a raíz de la separación conyugal.

El 27 de enero de 1996, Sarah Spiers, de 18 años, llamó a un taxi después de una noche con amigas. Nunca llegó a subir a ninguno. Una camioneta blanca fue vista cerca de ella; un testimonio que, entonces, parecía irrelevante. 

Sarah Spiers, primera víctima de Bradley Edwards

Sarah Spiers, primera víctima de Bradley Edwards

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“Sabíamos que algo terrible había ocurrido, pero nunca imaginamos que no volveríamos a verla”, recordó una de sus amigas durante el juicio. El cuerpo de Sarah jamás apareció.

El 9 de junio de 1996, Jane Rimmer, de 23 años, desapareció tras salir de un local en el mismo barrio. Su cuerpo fue hallado dos meses después en un área boscosa de Wellard, con signos claros de violencia. 

Jane Rimmer, segunda víctima de Bradley Edwards

Jane Rimmer, segunda víctima de Bradley Edwards

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Una cámara de seguridad captó a un hombre observándola a distancia aquella noche. La imagen, borrosa, no sirvió para identificar a nadie, pero su postura -quieta, atenta, casi inmóvil- revelaba un interés predatorio.

Por último, el 14 de marzo de 1997, Ciara Glennon, abogada de 27 años, volvió caminando a casa tras una cena. Su cadáver apareció semanas después en un paraje rural al norte de Perth cubierto de follaje y ramas. Las lesiones mostraban un patrón de violencia controlada, ejecutada con calma.

Ciara Glennon, última víctima de Bradley Edwards

Ciara Glennon, última víctima de Bradley Edwards

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La noticia de estas tres desapariciones y crímenes sembraron el terror en la ciudad. Los investigadores tenían sobre la mesa la posibilidad de que aquello fuese obra de un asesino serial meticuloso, conocedor de las calles, de las rutinas y, sobre todo, de cómo no dejar rastro. En aquel momento, los medios de comunicación locales lo bautizaron como el asesino de Claremont.

Doble vida: el técnico intachable

Mientras la policía desplegaba operativos masivos, Bradley seguía llevando una vida que, a ojos de los demás, tenía una normalidad casi tediosa. En Telstra, sus supervisores lo describen como “intachable”, “pulcro” y “discreto”. Pero esa pulcritud sería también lo que terminaría delatándolo.

En el vehículo que la empresa le asignaba, el asesino transportaba material de trabajo que incluía cables, herramientas y fibras sintéticas. 

La furgoneta utilizada por Bradley Edwards en sus crímenes

La furgoneta utilizada por Bradley Edwards en sus crímenes

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Años después, esas fibras coincidirían con restos hallados en la ropa de las víctimas. Las piezas del rompecabezas encajaban sin hacer ruido, aunque aún faltaba un avance decisivo. Este llegó en 2016, casi dos décadas después de los crímenes.

Un análisis renovado de ADN procedente de un ataque sexual anterior -uno de los cometidos por Bradley en los años noventa- coincidió con muestras obtenidas de las uñas de Ciara Glennon, su última víctima. Era una señal al fin visible, una huella microscópica que había resistido el tiempo y la obsesión del asesino por borrar rastros.

Bradley Edwards, completamente integrado en la comunidad de Claremont

Bradley Edwards, completamente integrado en la comunidad de Claremont

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Ese hallazgo impulsó la vigilancia policial. Semanas después, agentes encubiertos recogieron un objeto que Bradley había desechado en un establecimiento público: un hisopo con restos biológicos. El laboratorio confirmó lo inevitable. El ADN coincidía.

El 22 de diciembre de 2016, un operativo policial coordinado irrumpió en su domicilio y Bradley Edwards fue detenido sin oponer resistencia. Sus vecinos no podían creer lo que veían: “Era educado, siempre saludaba… jamás pensé que fuera capaz de algo así”, aseguró un residente de la zona.

La detención de Bradley Edwards

La detención de Bradley Edwards

Getty

Durante el interrogatorio, el asesino mantuvo la misma actitud que lo había acompañado toda su vida: silencio férreo y rostro inescrutable. Solo habló para hacer frases breves y ambiguas. Según los agentes, al escuchar los cargos murmuró: “No sé de qué hablan”. Pero el ADN lo señalaba de forma contundente.

El juicio

La vista judicial dio comienzo en 2019 convirtiéndose en uno de los procesos más mediáticos de la historia de Australia Occidental. La fiscalía presentó evidencias forenses que vinculaban directamente a Bradwley Edwards con los casos de Jane Rimmer y Ciara Glennon, y con ataques sexuales previos. Respecto a Sarah Spiers, la falta de restos impedía una acusación definitiva, aunque la policía siempre mantuvo que él era responsable.

Los testimonios fueron demoledores. Excompañeras de trabajo recordaron su conducta retraída. Vecinos afirmaron que “siempre parecía esconder algo”. Su exesposa relató con voz tensa la discusión que lo había hecho estallar años atrás: “No era la primera vez que lo veía perder los estribos… tenía una ira silenciosa, acumulada”.

Bradley Edwards durante el juicio

Bradley Edwards durante el juicio

ABC

Por su parte, la defensa intentó argumentar que las pruebas podrían estar contaminadas o haberse interpretado con exceso de confianza. Pero la acumulación de fibras, un total de 98, el ADN y coincidencias logísticas resultó abrumadora. Bradley Edwards era el asesino de Claremont.

El 24 de septiembre de 2020, el juez Stephen Hall pronunció el veredicto: culpable de los asesinatos de Jane Rimmer y Ciara Glennon; no culpable del asesinato de Sarah Spiers por insuficiencia de pruebas, aunque el razonamiento judicial dejaba entrever que el tribunal consideraba altamente probable su implicación.

Bradley Edwards, un asesino en serie integrado en la comunidad

Bradley Edwards, un asesino en serie integrado en la comunidad

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El acusado escuchó la sentencia sin inmutarse. Ninguna emoción. Ningún gesto. Solo un parpadeo lento. Cuando el juez le preguntó si quería agregar algo, Bradley simplemente respondió con un casi inaudible: “No tengo nada que decir”.

Bradley Edwards fue condenado a cadena perpetua con un periodo mínimo no liberable de 40 años, una de las penas más severas dictadas en la historia judicial del estado. Tras el juicio, familiares de las víctimas expresaron alivio y dolor a partes iguales.

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“Finalmente sabemos quién lo hizo, pero nunca entenderemos por qué”, declaró la hermana de una de las jóvenes. La policía, por su parte, señaló: “Este hombre ocultó su monstruosidad detrás de la rutina. Y durante años lo logró”.

En la actualidad, este asesino en serie permanece recluido en la prisión de máxima seguridad de Casuarina, en Australia Occidental. Jamás mostró arrepentimiento ni ofreció explicaciones sobre sus crímenes. De hecho, los investigadores siguen convencidos de que puede haber más víctimas, aunque él mantiene el mutismo que lo definió toda su vida.

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