Pablo Sánchez Bergasa, uno de los premiados de la Fundación Princesa de Girona que ha tomado la palabra la noche de este miércoles en el Liceu, es un ejemplo inmejorable de lo que buscan los galardones de la Fundación Princesa de Girona: la excelencia. Este joven navarro de 32 años se podría haber hecho de oro si hubiera patentado sus incubadoras de bajo coste, pero optó por la solidaridad.
“Su generosidad al compartir conocimiento, su apuesta por el código abierto (sus diseños son de libre acceso y cualquiera puede replicarlos) y su empeño demuestran que la innovación puede estar al servicio de la humanidad”, dijo el jurado. El propio Pablo Sánchez (premio categoría Social) y el resto de galardonados (cuatro españoles y dos latinoamericanas) insistieron en esa idea: rebelarse, levantar la mirada y no preocuparse de las respuestas, sino de “las preguntas correctas”.
“¿Por qué mueren tantos bebés que no tienen la suerte de nacer en un país con recursos, sin acceso a incubadoras”, se preguntó él y se puso manos a la obra. Lo mismo han hecho sus compañeros y compañeras.
“Es necesario rediseñar la industria de la construcción, responsable del 40% de las emisiones. Estamos obligados a mirar el mundo con ojos distintos”, planteó el arquitecto Manuel Bouzas (Arte). “La transición energética es el gran reto de nuestra generación: dependemos de la energía, pero tal como la obtenemos en la actualidad estamos destruyendo el planeta”, añadió el científico Antoni Forner-Cuenca (Investigación, una de las dos categorías con dos premios), que desarrolla nuevos sistemas de almacenamiento y conversión de energía.
No era tonto, como me habían hecho creer. Era diferente”
No hay retos que no se puedan superar. Así lo demuestra el caso de Andreu Dotti ( CreaEmpresa, la otra categoría que tuvo dos premiados). No aprendió a leer hasta la tardía edad de ocho años. “Pensaba que era tonto”, reconoció el propio interesado ante un conmovido auditorio. Le diagnosticaron dislexia, hiperactividad y un trastorno de déficit de atención. “Pero descubrí que no era tonto, sino diferente”. Convirtió su debilidad en fortaleza y contribuyó a desarrollar un modelo de enseñanza de matemáticas que hoy se aplica en 2.300 escuelas.

El aspecto del Liceu este miércoles
A Andreu Dotti le influyeron poderosamente los ejemplos de su abuelo, un albañil de Vacarisses que sostenía que había que poner el alma en lo que se hace, y de su madre que enviudó muy joven, “con tres niños muy pequeños y a los que sacó adelante: si ella pudo, todos podemos”. Sí, todos podemos, repitieron la colombiana Valentina Agudelo (la otra premiada en CreaEmpresa) y la guatemalteca Gabriela Asturias (la otra galardonada en Investigación).
Ambas se encontraron muchas negativas en sus respectivos países cuando se propusieron garantizar la democratización de los recursos médicos. Y superaron todas las barreras. La primera participó en la creación de recursos informáticos que facilitan el acceso a la salud de sus compatriotas; la segunda, en el diseño de un ingenio para la detección precoz del cáncer de mama con la ayuda de la IA, “con independencia de que las pacientes vivan en la Amazonia o en una gran ciudad”. Lo pudo hacer porque, como Pablo Sánchez y como los otros premiados, hay cosas que le importan más que el dinero.