Por su propio bien, las generaciones venideras deberían mantener vivo el legado del astrónomo y divulgador científico Carl Sagan (1934-1996). Con una clarividencia al alcance de muy pocos, ya nos advirtió que vivimos en una civilización global, en la que todos sus elementos esenciales, como el transporte, las comunicaciones, la industria, la agricultura la medicina, la educación, el ocio, la protección del medio ambiente e incluso las elecciones “dependen profundamente de la ciencia y la tecnología”. Y se lamentaba de que “hemos dispuesto las cosas de modo que nadie entienda de ciencia y tecnología. Eso es una garantía de desastre”.
La caída parcial de AWS provocó el fallo de numerosos servicios
No puedo evitar recordar a Sagan cada vez que se bloquea algún servicio global, como una red social, WhatsApp o el apagón el pasado lunes de una parte de la red de Amazon Web Services (AWS). Aunque la mayoría de la población no lo sabe, esta filial de Amazon es una poderosa industria líder en centros de datos, con un 30% del mercado, con tanto negocio como los otros dos grandes juntos, Azure de Microsoft (20%) y Google Cloud (10%).
El concepto nube, algo vaporoso, para definir algo tan duro como grupos de grandes servidores de datos, ordenadores en salas llenas de cables y luces de colores, no tiene un padre conocido. La teoría más extendida es que los primeros ingenieros informáticos, cuando hacían esquemas sobre la procedencia de los datos que venían de máquinas que centralizaban información, dibujaban una nube para abreviar.
La nube es el lugar del que dependen los elementos esenciales de la civilización
La cuestión es que con esto de la nube nos engañaron a todos. No es una nube. Son los sitios donde residen nuestros datos, incluidos aquellos que no queríamos que tuvieran empresas privadas y que han obtenido por diversos procedimientos sin que los viéramos venir. La nube también es lo que hace posible que internet sea lo que es hoy, el lugar del que dependen, como decía Sagan, los elementos esenciales que sustentan nuestra civilización.
Cuando eso se atasca, nuestro mundo se desmorona. Veamos algunos de los dramas que se vivieron en algunas partes del primer mundo durante el apagón temporal de AWS: quejas porque no se podían hacer pedidos en Starbucks ni operar con algún mercado de criptomonedas como Robinhood.
Una parte de los usuarios reportaron que sus cámaras y timbres inteligentes de Ring, marca de Amazon, no funcionaban. El asistente Alexa tampoco les respondía. No sólo eso. Al tener el sistema de iluminación de casa centralizado mediante esta herramienta, esta vez se quedaban a oscuras a pesar de decir, sin que nadie les escuchara, “¡Alexa, enciende las luces del salón!”.
Pagos con móvil o tarjeta también fallaron. Si un apagón así te pilla en el restaurante, ¿cómo pagas ahora que casi nadie lleva efectivo? Nuestra vida está colgada de una extraña nube.

