En un claro gesto de su deseo de una mayor aproximación a Europa casi una década después del referéndum del Brexit, el Reino Unido participará a partir del año académico 2027-2028 en el programa Erasmus de intercambios estudiantiles, culturales, deportivos y de aprendizaje. Decenas de miles de europeos vendrán a universidades británicas durante un año, y lo mismo a la inversa.
El Gobierno Starmer quiere resetear la relación con Europa, pero resetear, mejorar o incrementar no es lo mismo que regresar. Y por el momento no hay ninguna perspectiva a corto plazo de que Gran Bretaña solicite el ingreso en la unión aduanera o el mercado único, y menos aún de que vaya a pedir su readmisión como miembro de la Unión Europea. De hecho, el manifiesto con el que el Labour ganó las elecciones del año pasado lo descarta por completo.
Es un acercamiento a Europa, pero pasos más radicales como el regreso único siguen por ahora descartados
Pero no se trata de agriar las buenas noticias. El populista y euroescéptico Boris Johnson sacó al país del programa Erasmus por considerar que “resultaba demasiado caro y favorecía a los jóvenes de clases medias pero no a los de clase trabajadora (un voto que quiso cultivar), y el tecnócrata Keir Starmer ha dado finalmente marcha atrás, después de muchos titubeos y complejas negociaciones entre el ministro británico para Europa, Nick Thomas-Symonds, y el comisario europeo de Comercio y Seguridad Económica, Maros Sefcovic.
En el último año de participación del Reino Unido en el programa Erasmus, treinta mil europeos hicieron un curso de estudios, formación o aprendizaje en el Reino Unido, y lo mismo 18.300 británicos en el continente europeo. Ahora, esas cifras seguramente serán mayores (se estima que podrían llegar a cien mil en las dos direcciones), los participantes no tendrán que pagar matrícula extra por el privilegio y podrán recibir préstamos sin interés para sufragar el coste de la vida. Londres pagará 570 millones de libras anuales (650 millones de euros).
Estudiantes internacionales, en una imagen de agosto de este año, en Londres.
Políticos de ambos lados del Canal han resaltado el valor del acuerdo, tanto en lo que significa a nivel individual (la apertura de miras y los nuevos horizontes que abre pasar un año en otro país y en otra cultura) como político (la gradual y lenta aproximación del Reino Unido a la Unión Europea para intentar paliar los daños del Brexit, que han restado entre seis y ocho puntos al PIB del país, 250.000 millones de euros en riqueza y 100.000 millones anuales en ingresos fiscales, según los últimos cálculos). La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, ha dicho que es un paso en la “colaboración estratégica”.
La presidenta de la CE, Úrsula von der Leyen, ha dicho que es un paso en la “colaboración estratégica”
Pero un hipotético retorno a la UE –o a la unión aduanera y el mercado único– ni siquiera está en el horizonte, a pesar de que sería la manera más efectiva de reactivar la anémica economía nacional, que coquetea con la recesión y lleva dos meses consecutivos con un crecimiento negativo del 0.1%. Starmer no es precisamente un líder aguerrido, no quiere romper el manifiesto con el que ganó las elecciones y tiene miedo a ofender a quienes votaron por el Brexit, a pesar de que ahora un 61% afirma que se trató de un error que habría que corregir (por un 13% que todavía piensa que fue la decisión correcta). Y menos aún a Trump, con quien ha cultivado una relación hasta el punto de humillarse, y cuyo objetivo descarado es acabar con la UE.
Lo que piensan los británicos
Una amplia mayoría de británicos (61%, así dos terceras partes) considera, según las últimas encuestas, que el Brexit “ha sido más un fracaso que un éxito”, mientras que un 20% piensa que no ha sido ni una cosa ni la otra, y un 13% insiste en que fue una buena idea. Un 65% dice desear una relación más estrecha con Europa, y un 56% el retorno como miembro de la Unión Europea (aunque ello sería un proceso complejísimo, con negociaciones que durarían años, y ni siquiera está claro que Bruselas estuviera dispuesta). El primer ministro Keir Starmer, a la vista de estas cifras, estima que no es el momento de cuestionar el resultado del referéndum del 2016, y de tomar medidas –como la entrada en la unión aduanera– que obligarían a renunciar a los acuerdos comerciales suscritos con la India y Estados Unidos.
Londres desearía participar en el fondo para la defensa europea (un programa de créditos para el rearme) como otro paso hacia la aproximación, pero las negociaciones se han roto ante la demanda de Bruselas de una contribución de 6.500 millones de euros a cambio de ese privilegio. El Reino Unido y la UE buscan ahora una integración del mercado eléctrico y la equiparación de títulos de cualificación profesional, y han firmado acuerdos de integración normativa para suavizar las tensiones comerciales derivadas del Brexit en sectores específicos.
El siguiente paso es un programa de movilidad juvenil que permita a europeos con edades de entre 18 y 30 trabajar en Europa durante tres años. Pero mientras Bruselas quiere que el número de beneficiarios sea ilimitado, Londres pretende imponer un tope de 40.000 para que no suban las cifras oficiales de inmigrantes.
La necesidad de estimular la economía ha reabierto el debate sobre la vuelta a la unión aduanera incluso dentro del Gabinete (el vice primer ministro David Lammy ha hablado de sus “beneficios”), y trece diputados del Labour han votado a favor de una propuesta no vinculante para regresar a esa institución. Si acaso, podría ser la carta secreta de Starmer de cara a las elecciones del 2029. Pero hasta entonces, sólo pequeños pasos.
