Esta es la 57a entrega de ‘Después de los 60’, la sección de testimonios sénior donde recogemos experiencias vitales en esta etapa de la vida. Nos puedes hacer llegar tu historia a [email protected].
“Hoy es el primer día del resto de mi vida”, dice Toni Baldó, y no lo hace como quien repite una frase hecha, sino con la convicción de quien se ha permitido, a los 63 años, comenzar de nuevo. Después de toda una vida laboral marcada por la estabilidad, el organigrama y los horarios rígidos, se encontró iniciando una start-up junto a uno de sus seres más queridos, en un pequeño comedor que pronto quedó reconvertido en una oficina improvisada, y con una ilusión que, según reconoce, no había sentido desde que era un veinteañero vendiendo sus primeros servicios en el mundo del transporte.
El caso es que Baldó ya se había erigido durante décadas en un profesional de renombre en su sector. Comercial de vocación y convicción, dedicó casi cuarenta años a trabajar por cuenta ajena en grandes empresas. Pero algo cambió cuando su hijo Arnau, por entonces estudiante universitario, comenzó a interesarse por el oficio de su padre. De forma casi casual, empezaron a colaborar. Él canalizaba algunos encargos, mientras el joven gestionaba contactos y aprendía la parte más operativa del negocio y preguntaba con avidez. “Yo solo pensaba en que se ganara un dinero para sus gastos”, recuerda Toni, sin imaginar que estaba naciendo un proyecto que le reinventaría a los 60.
Profesionalmente, mi vida está hecha; ahora disfruto viendo cómo Arnau se convierte en un hombre hecho y derecho que lleva el timón
Así comenzó la metamorfosis de la mesa del salón en su primer centro de operaciones conjuntas, tejiéndose una relación laboral tan inesperada como poderosa, que bebía de la experiencia de Toni y se mezclaba con el empuje innovador y tecnológico de su hijo. Juntos identificaron una necesidad clave en el sector, que era la lentitud del sistema tradicional para cotizar envíos. “¿Y si logramos automatizar eso?”, se preguntaron. Fue entonces cuando Arnau propuso fundar una start-up digital, con la capacidad de acogerse a ayudas para jóvenes emprendedores, diseñar un algoritmo y atraer inversión. Toni escuchó, lo valoró... Y se sumó.
Así, con 61 años, dejaba su trabajo estable y se subió de lleno a esa aventura, con la mirada puesta en la creación de una empresa joven, disruptiva y, sobre todo, compartida. “Podría haber pensado en la jubilación o en pintar más, que es algo que siempre me ha gustado”, comenta con naturalidad, “pero decidí apostar por este camino porque sentí que todavía tenía algo por construir, por aprender”. Y aprender, asegura, ha aprendido cada día desde entonces.
Primero llevaba yo el volante, luego se lo cedí, pero tenía la mano en el freno, y ahora cuando quiero indicarle algo, ya voy tarde
Cabe destacar que la empresa ha crecido a un ritmo vertiginoso. En apenas tres años pasaron de ser padre e hijo frente al portátil a liderar un equipo de 14 personas, con delegaciones abiertas y llamadas de posibles inversores. Lejos de asustarlo, el vértigo del crecimiento lo llena de entusiasmo. “Ya no tengo miedo. Profesionalmente, mi vida está hecha. Ahora disfruto viendo crecer esto y, sobre todo, viendo cómo Arnau se convierte en un hombre hecho y derecho que lleva el timón”, manifiesta orgulloso.
Al hilo de lo anterior, ese símil del timón se parece a la comparación que hace con el momento en el que él enseñó a su hijo a conducir el coche. Un símil repetido que, en esta historia, se erige en metáfora vital. “Primero llevaba yo el volante, luego se lo cedí, pero tenía la mano en el freno, y ahora cuando quiero indicarle algo, ya voy tarde…”, narra. Y es que, con el tiempo, Baldó ha entendido que liderar también es saber retirarse a tiempo. Saber delegar y confiar. Ese proceso, reconoce, no siempre es fácil, pero ha sido profundamente transformador.

La experiencia de Toni ha sido de gran ayuda en la fundación de la empresa que Arnau lidera.
Además, de la misma forma que su hijo ha absorbido su saber práctico y su ética profesional, Toni se ha dejado contagiar por la mentalidad ágil del entorno digital. Pronto prendió a estar en videollamadas semanales con programadores, a adaptarse a nuevas dinámicas y a escuchar a colaboradores más jóvenes sin pretender imponer su experiencia. “Tuve que hacer un ejercicio de flexibilidad mental y lo agradezco”, señala.
Lo más valioso de todo, dice, no ha sido el éxito empresarial, sino la complicidad generacional. A fin de cuentas, el proyecto ha funcionado porque ambos se escuchan, se respetan y se complementan. Porque han sabido construir un modelo que no enfrenta al joven con el sénior, sino que los alía. “Nos va bien, a pesar de ser padre e hijo”, bromea. Pero no hay ironía: en sus palabras se percibe un afecto sereno y una admiración mutua que ha trascendido lo familiar.
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Tuve que hacer un ejercicio de flexibilidad mental y lo agradezco; nos va bien a pesar de ser padre e hijo
En paralelo, Toni ha ido bajando el ritmo. O más bien, ha sabido hacerse a un lado sin marcharse del todo. “Esto ya es suyo”, dice sobre su hijo, para después exponer que “mi momento está llegando a su fin, y eso también está bien”. De ahí que hable de su rol actual como una especie de brújula silenciosa. De esas que orientan sin imponer. De las que aconsejan sin dirigir. Un tránsito que muchos temen pero que él vive con naturalidad: “Ya he tenido mi tiempo, ahora lo importante es que él [Arnau] tenga el suyo”.
El testimonio de Toni, más allá del relato empresarial, es un manifiesto contra la idea de que la vida se agota al cruzar la barrera de los 60: “La vida no se ha acabado. Se acabará el día que se acabe. Mientras tanto, hay que seguir caminando”. Su consejo para quienes sienten que todo está dicho a esa edad es claro: buscar una ilusión, por pequeña que sea y sin hacer demasiados planes.“Yo pensé que al jubilarme me dedicaría a pintar. En lugar de eso, acabé fundando una empresa. Y estoy feliz”.
Feliz. Una palabra que repite con frecuencia, pero que no suena vacía. Porque Baldó no habla desde la nostalgia ni desde la épica del éxito tardío. Habla desde un presente que vive con plenitud, junto a su hijo, en una oficina donde los viernes se hace barbacoa y los empleados sonríen. Ha vuelto a empezar. Y lo ha hecho, como dice él, “con prudencia, paciencia y perseverancia”. Las tres P, con las que ahora también su hijo conduce su trayectoria.