Esta es la 58a entrega de ‘Después de los 60’, la sección de testimonios sénior donde recogemos experiencias vitales en esta etapa de la vida. Nos puedes hacer llegar tu historia a [email protected].
“Que la muerte nos coja bien vivos”, afirma Marta Molas, con una mezcla de desafío y ternura, como quien ha aprendido a saborear cada segundo del tiempo que le queda. Lo dice desde sus setenta años bien vividos, y no como una consigna dramática, sino como su particular forma de entender el estar en el mundo. Porque Marta ha emprendido nuevos caminos cuando la mayoría empezaba a detenerse. Y no contenta con eso, ha sabido transformar cada etapa vital en una búsqueda. De sentido, de libertad, de belleza.
A los 58 años, cuando la mayoría empieza a pensar en el retiro, Marta decidió volver a las aulas después de 26 años de excedencia. Había dejado atrás una etapa intensa como cofundadora de una casa rural en el Garraf –la Merla Blanca– para reencontrarse con su vocación educativa. “Prefería la educación a dirigir un hotelito para parejas, aunque era un proyecto muy bonito, me resultaba agotador el nivel de exigencia que me imponía a mí misma”, recuerda sin dudar. Pero aquel regreso no fue fácil, puesto que la escuela no había cambiado tanto como ella pensaba. “Me resultó decepcionante”, señala. El sistema seguía siendo rígido, burocrático, exigente. Sea como fuere, bastaron unos días con los niños para redescubrir la alegría de enseñar desde el afecto, la creatividad y la autenticidad.
Lo peor es cuando te estancas porque no sabes cuál es el próximo paso, el día que lo descubres ya no hay nada que te retenga
Y es que si algo caracteriza a Marta como maestra es que nunca ha seguido el manual. En sus clases entraban el yoga, la música, el silencio y los cuentos. “Le quité importancia a los resultados y me centré en las cualidades y los talentos de cada uno para estimularles. Hice lo que a mi me gustaba: contar historias, anécdotas que se me ocurrían, ponerles Mozart para trabajar, enseñar-les el poder del silencio y mostrarles que el sistema de medida de las escuelas –las notas– no tiene nada que ver con lo que uno es, con lo que vale, con lo que puede ofrecer”. De algún modo, aprender era una fiesta, y también un espacio de cuidado. “Sin juego ni satisfacción no hay aprendizaje”, reflexiona. Así, convirtió su aula en un laboratorio de autoestima y pensamiento libre, donde el fracaso era una palabra que perdía todo su peso.
El caso es que, de acuerdo con su relato, que pasa por Barcelona e incluso Revine Lago, al norte de Venecia –donde compró una casa y vivió una temporada mientras tenía una relación con un italiano–, reinventarse ha sido una constante en su vida. Cada etapa, un punto de partida: “Lo peor es cuando te estancas porque no sabes cuál es el próximo paso, el día que lo descubres ya no hay nada que te retenga, entonces ya sabes lo que tienes que hacer y no te para nadie”.
Antes escribía historias con más fantasía, principalmente infantiles, ahora me centro más en historias humanas, en expresar sentimientos
Sin embargo, Marta reconoce que no siempre ha sido fácil. Hay momentos de duda. De parálisis y cansancio. Por contra, también hay instantes de revelación en los que todo encaja. “Todas las edades son aptas para reinventarse”, asegura con firmeza. Ella lo ha demostrado pasando de ser maestra a escritora, de empresaria a cuidadora, de madre a abuela, sin abandonar nunca su esencia. Para ella, el tiempo no es un límite, sino una materia viva con la que seguir modelando su destino: “No hay que estar jamás acabado, sino vivir empezado”.
En todo este viaje, la escritura ha sido su refugio y su forma de estar en el mundo. Empezó de niña, desbordada por las palabras. A lo largo de los años ha explorado distintos registros –cuentos infantiles, narrativa breve, novela– y ha recibido varios premios que avalan su trayectoria. Hoy su voz ha cambiado: “Antes escribía historias con más fantasía, principalmente infantiles, ahora me centro más en historias humanas, en expresar sentimientos, en personajes que aman la libertad y tratan de vivir con plenitud”.

Marta Molas.
A fecha de 2025, trabaja en una novela en catalán, Et diré la veritat quan tornin les orenetes, y también ha escrito junto a su hijo Educar marcians, un libro dirigido a familias y educadores que ofrece herramientas emocionales y mentales para una convivencia más consciente. Lo tienen terminado, aunque aún buscan editor. “Solo nos falta encontrar editor o editora”, comenta, entre ilusión y realismo.
A los 65 años, la vida volvió a ponerla a prueba. Su nuera enfermó gravemente y se trasladó a Londres para cuidar de su nieto. “Lloraba por las calles”, recuerda, pero no como quien se queja, sino como quien atraviesa el dolor con dignidad. Encontró consuelo en los juegos compartidos, en los gestos cotidianos, en la certeza de estar donde debía. Cuidar y sostener se convirtieron en una nueva forma de amar. “Verle sonreír me daba paz, ayudar a mi hijo era lo que necesitaba (…) Sentirme útil me daba una paz inmensa, todo lo demás no importaba”, comparte. Y una vez más, transformó la adversidad en aprendizaje.
Historias séniors
'Después de los 60'
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Cuando decides volver a separarte, no importa la edad; queda la belleza de lo vivido
Más tarde, y lejos de la pasividad que muchos asocian a la jubilación, a los 69 años apostó por fundar el Cercle de Lectura d’Olivella. Lo hizo tras suspender unas caminatas meditativas por culpa del calor, y casi por impulso propuso la idea a la alcaldesa, que aceptó encantada. “Quería encontrarme con gente amante de la lectura, formar parte del mundo literario de nuevo”, recuerda. Y sucedió, puesto que el círculo le ha devuelto el contacto con el mundo literario: escritores, editoriales, presentaciones, redes de lectura. “Me ha hecho sentir escritora de nuevo”, confiesa, con la dicha de haber tejido comunidad, con la palabra como punto de encuentro y en un entorno que muchas veces aísla a los mayores.
Ese mismo año tomó otra decisión importante: separarse: “Todo son etapas, está bien darse cuenta que ya no estás dispuesto a todo por ese amor que ya se desvaneció y es mejor seguir sola”. “Tengo ilusión por sentirme libre”, señala con claridad. Tras décadas de poner a los demás en el centro, ha llegado el momento de reconocerse, de cuidarse, de vivir sin concesiones. El amor sigue siendo esencial, pero ahora lo entiende desde el respeto por el propio camino. “Cuando decides volver a separarte, no importa la edad. Queda la belleza de lo vivido”. Una lección que lleva grabada a fuego.
Hoy, ha regresado a Salou, el lugar donde nació y todo empezó. Vuelve sin pretensión de retiro, sino más con el propósito –y el sentir– de quien regresa para cerrar un círculo vital. “Me siento como una aventurera que ha recorrido una porción minúscula de mundo y de sentimientos y que regresa al mar que siempre ha amado para contarle que ha sido feliz y también ha llorado, ha luchado y ha sufrido pero que nunca se ha rendido”, reflexiona acerca de este reencuentro con su infancia, con la tierra, con los paisajes que guardan las primeras certezas. “Me siento libre y acompañada, dispuesta a descubrir de nuevo, feliz de estar cerca de las personas que amo”, concluye al respecto.
A fin de cuentas, para Marta la madurez no tiene porque ser un descenso si se lee como un territorio exquisito. ”“La intensidad con la que vives depende de tu conexión contigo misma”, explica. Ha aprendido a elegir mejor, a centrarse en lo que importa. La familia, los amigos, la utilidad… Y el presente: “Lo que he dejado atrás no entretiene ni un segundo mis pensamientos, hace mucho que deseché la nostalgia. Situarse en el presente aleja los sentimentalismos”.
Como dijo García Marquez, te haces viejo cuando dejas de enamorarte; yo añado: de la vida
Cuando se le pregunta qué le gustaría que quedara de ella, no duda: “La fuerza arrolladora. Que quienes la han leído, escuchado o conocido sientan que todo lo que fue lo construyó junto a otros. Marta no se mira en soledad, sino como parte de un tejido afectivo y humano que le ha dado sentido a su vida. “Dar las gracias cada día te llena de bienestar”, resume. Sus padres, sus hijos, sus nietos, los amaneceres, las golondrinas, las risas, los perros, los libros... Todo forma parte de su legado, y todo está lleno de amor.
A quien piense que ya es tarde para empezar algo nuevo, le lanza un mensaje claro y sin adornos: que no se engañe. Que no se esconda ni se llene de excusas. “Que hoy es un buen momento para hacer una lista corta y sentida de lo que de verdad ama, de aquello que le entusiasma, de lo que siente que le hace feliz. Si no lo encuentra, que haga meditación, que se escuche y que vaya a por ello”. Bien lo sabe ella, que ha vivido muchas vidas en una sin esperar a que nadie le dé permiso. Porque el tiempo que queda, por breve que sea, también puede ser extraordinario, y “como dijo García Marquez, te haces viejo cuando dejas de enamorarte; yo añado: de la vida”.