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“Recomiendo que os despidan alguna vez, es una gran experiencia”: Anna Wintour y sus claves para convertirse en la mujer más poderosa de la moda y en referente para líderes empresariales de todo el mundo

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La salida de Anna Wintour de la dirección de 'Vogue EEUU' marca el fin de una era, pero no el fin de su reinado. Aprovechamos para repasar la trayectoria profesional y enfoque del liderazgo de la mujer que siempre será reconocida por revitalizar la cabecera y convertirla en una de las revistas de moda más influyentes

Anna Wintour en la alfombra roja de la gala Met. 

REUTERS

Todos los días de la semana, a las 8 a.m. en punto, Andreas Anastasis camina hasta Greenwich Village. Dentro de una de las casas de este exclusivo barrio neoyorquino se consagra durante veinte minutos —cortando, tiñendo, secando o peinando— al bob más reconocible de la moda, tal vez del mundo. Anastasis es el peluquero de Anna Wintour (Londres, 75 años) y ella una de las figuras más poderosas de la industria. Paradójicamente, la misma mujer que durante décadas ha dictado las tendencias no ha modificado nunca su peinado: a los 14 años se cortó el pelo a la altura de la mandíbula y se rindió al flequillo que, inmutable, la acompaña desde entonces.

Esa fidelidad a su imagen parece extenderse también a su trayectoria profesional. Este mes de junio, tras treinta y siete años al frente de Vogue América, Anna Wintour ha decidido dar un paso al lado, manteniendo, eso sí, cargos estratégicos en Condé Nast, pero dejando la dirección de la edición estadounidense en manos de Chloe Malle. 

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¿Las razones de este movimiento? Solo Wintour las sabe, pero nos lleva a recuperar esta frase de The September Issue (2009), el documental que terminó de cimentar su mito: “Recuerdo cuando mi padre se jubiló. Le pregunté por qué se iba, porque era obvio que le apasionaba lo que hacía. Me dijo: ‘Me enfado demasiado. Me enfado demasiado. Me doy cuenta de que me enfado demasiado’. Así que me lo recuerdo, porque sé que a veces me enfado bastante, así que intento controlarme. Creo que cuando me doy cuenta de que me estoy enfadando mucho, quizá sea hora de parar”.

Para entender la determinación glacial de Anna Wintour es preciso viajar a sus orígenes, a esa casa londinense donde la información era muy probablemente objeto de culto. Su padre, Charles Wintour —alias Chilly Charlie por su carácter imperturbable—, dirigía el Evening Standard con la misma mezcla de disciplina y equidistancia que más tarde heredaría su hija. No cuesta imaginar a la joven Anna observando sus gestos mientras él tomaba café en el desayuno. La hija pasó de tomar apuntes a ser su consultora y proveedora de ideas para que el periódico del padre llegara a los jóvenes londinenses.

No sonreía mucho pero sabía exactamente qué prenda te haría sentir distinta 

Compañera de Anna Wintour en sus años de dependienta

A los quince años empezó a trabajar como dependienta en Biba. Sus pinitos en la moda son en una tienda que encarnaba el espíritu del Londres sesentero: joven, vibrante y algo insolente. No fue una elección casual. Allí confirmó que la moda podía ser una forma de lenguaje y de poder. 

Quienes coincidieron con Wintour en aquella época la describen como una chica seria, de mirada firme y una silenciosa seguridad. “No sonreía mucho”, recordaría una compañera, “pero sabía exactamente qué prenda te haría sentir distinta”. Está naciendo el mito. A los diecisiete dejó definitivamente los estudios para dedicarse de lleno a la moda. El primer paso, todavía como dependienta en Harrods. Pronto se coló en el mundo editorial, como freelance en Time Out y Oz, una publicación independiente de los 60.

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En 1970, Anna entró a trabajar en Harper's Bazaar como asistente editorial. Comenzaba así, oficialmente, la carrera en periodismo de moda para Anna Wintour. Probó, arriesgó y no siempre convenció. Impulsó sesiones con fotógrafos como Jim Lee y Helmut Newton y las imágenes que salían eran demasiado atrevidas para lo que estaban acostumbrados en la época. 

Su mirada fresca dividía opiniones dentro de la redacción, y aunque logró firmar varias producciones memorables, terminó dejando la revista. ¿Decisión propia? ¿Su estilo no encajaba con la línea editorial? Ella misma aclaró el episodio décadas más tarde, en una entrevista con James Corden, donde reconocía entre risas: “Trabajé para Harper’s Bazaar América… y me despidieron. Me dijeron que nunca entendería el mercado estadounidense,” y añadió con ironía: “Recomiendo que os despidan a todos alguna vez. Es una gran experiencia de aprendizaje.”

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Y en lo que parece una masterclass para alcanzar el sueño americano, ese no fue el único ni último tropiezo de sus comienzos. Tras su salida en 1975, entró como editora de moda en Viva. Aquel era su primer cargo real de responsabilidad editorial, pero la cabecera cerró poco después. Según Helen Irwin, directora de la revista en aquellos años, Wintour no pudo esconder su frustración: “Estaba llorando. Era la más disgustada, y con razón. Anna era la editora de moda, esas páginas la representaban tanto a ella como a su creatividad. Es comprensible que estuviera más decepcionada que el resto del personal. Perdía su altavoz, y era uno muy potente.” 

Este episodio que recoge Front Row, la biografía no autorizada que Jerry Oppenheimer escribió sobre la directora de Vogue EE. UU., deja entrever algo que a muchos les cuesta creer, y es que pese a esa precisión de hierro y mirada impenetrable, Wintour tiene algunos sentimientos. Visto con perspectiva, ambos reveses no le fueron del todo mal a la inglesa. Fueron un par de pasos atrás, igual que cuando se baila un chachachá, en una carrera que apenas despegaba y que la ha llevado al pedestal más alto de la moda.

Encuentra tu voz y manfiesta

Anna Wintour aterrizó en Condé Nast en 1983 puntual, como buena británica, y demostrando que era una editora con un instinto infalible para detectar qué interesaba —y qué no— a las féminas de su tiempo. En una entrevista de aquellos años, resumió con precisión cuál era su motor: “Hay un nuevo tipo de mujer a la que le interesan los negocios y el dinero. No tiene tiempo para ir de compras, y lo que quiere es saber qué, por qué, dónde y cómo”. Desde entonces, su ascenso fue vertiginoso y cuando en 1985 asumió la dirección de British Vogue, empezó su auténtica revolución.

La energía, la curiosidad y, sobre todo, algo así como un instinto nato para decodificar la sociedad del momento fueron sus armas, y con esa visión redefinió lo que debía ser una revista femenina: menos aspiracional, más real; menos lujo distante, más poder cotidiano. Con su dirección, Vogue UK dejó de ser un escaparate de pasarela para convertirse en un termómetro cultural. Su disciplina —o su ambición desmedida, según quien lo cuente— la llevó apenas diez meses después a obtener el puesto más codiciado de la industria: la dirección del Vogue estadounidense. La leyenda dice que, durante una entrevista previa con Grace Mirabella, su antecesora, Wintour le soltó sin rodeos: “Quiero tu puesto”. Lo consiguió.

Durante una entrevista con Grace Mirabella, su antecesora, Wintour le soltó sin rodeos: “Quiero tu puesto” 

Sin titubeos, desde el primer número, impuso su sello. En su debut como directora, en noviembre de 1988, cambió las reglas del juego: sustituyó a la habitual modelo de estudio por una fotografía tomada al aire libre, con Michaela Bercu vistiendo una chaqueta de alta costura de Christian Lacroix y unos vaqueros Guess. Era una declaración de intenciones: la moda debía mezclarse con la vida real. Una anécdota sobre este momento es que el propio impresor creyó que era un error por su composición poco ortodoxa.

Es a partir de este instante que empieza su gran revolución. Wintour colocó en sus portadas a actrices como Nicole Kidman, Scarlett Johansson o Gwyneth Paltrow, borrando las fronteras que hasta ahora se habían dibujado entre el cine, la cultura y la moda. Llegaron más cambios. Apostó por modelos racializadas en un momento en que la diversidad apenas era tema de conversación y aunque es difícil saber si la igualdad de derechos estaba entre sus motivaciones, la realidad es que la elección de Naomi Campbell para la portada de Vogue en 1989 ha pasado a la historia. 

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Un cambio más: convirtió la revista en un escaparate para nombres nuevos que luego se convertirían en leyenda. Marc Jacobs, John Galliano, Alexander McQueen, Tom Ford o Nicolas Ghesquière, entre otros, le deben parte de su éxito a esa proyección inicial no solo por su apoyo, en algunos casos, se ha llegado a especular que ayudó incluso a financiar colecciones o medió para que las grandes maisons los acogieran. El propio Galliano reconoció que fue Anna quien “salvó” su carrera cuando financió su desfile de 1994 tras un periodo de crisis creativa.

También redefinió la relación entre moda y poder. Supo colocar en sus páginas a figuras políticas como Hillary Clinton, primera dama en aparecer en portada (1998), y más tarde a Michelle Obama, que abrió la Casa Blanca a las cámaras de Vogue en 2009. Ese equilibrio entre glamour y agenda política convirtió a la revista en un instrumento de influencia cultural y social.

En la moda no se trata de mirar al pasado, sino de mirar hacia el futuro

Anna Wintour

“En la moda no se trata de mirar al pasado, sino de mirar hacia el futuro”, espetaba en otro momento del documental The September Issue, y ese parece ser un el compás que Wintour ha ido siguiendo porque introdujo una nueva forma de mirar la moda: portadas narrativas, producciones fotográficas con historia, una estética limpia, casi cinematográfica, y una obsesión por el detalle que convertía cada número en objeto de colección. Siempre rodeándose de los mejores. Es así que fotógrafos como Annie Leibovitz, Steven Meisel o Mario Testino firmaron algunas de las imágenes más icónicas de la historia reciente de la revista. Nada escapaba, ni escapa, a su radar: ni un color, ni una tendencia, ni una cara nueva.

Creer que el poder editorial de Anna Wintour se limita a las páginas de Vogue es ser muy naíf. Existe quorum suficiente para alegar que la New York Fashion Week le debe su estatus de fenómeno global, y en considerarla la figura más influyente del Consejo de Diseñadores de Moda de América (CFDA).

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Pero si buscamos un símbolo que resuma la magnitud de su influencia, este es la Gala Met. No sabemos si Oscar de la Renta le debía mucho o poco a Wintour, pero saldó la deuda con creces con una llamada que llevó a la inglesa ser anfitriona del espectáculo a caballo entre lo artístico y lo filantrópico. Un Met ball que, bajo el mandato de Anna Wintour, ha pasado de cena benéfica de sociedad a la cita más mediática y codiciada del calendario cultural.

Dos claves explican su éxito: la originalidad de los temas y la selección de invitados, y ambas cosas tienen el sello de Wintour. De hecho, se sabe que ella elige personalmente a los afortunados asistentes —nadie acude sin su visto bueno, ni siquiera pagando los 40.000 dólares de entrada garantizan el acceso a la fiesta—. Los números la avalan: mientras que en sus primeras décadas la gala apenas recaudaba unos pocos miles de dólares, hoy los ingresos superan los 12 millones por edición.

¿Cancelación? Cambia y crece

Unas declaraciones que quizá ayuden a difuminar un episodio un tanto gris de la editora, cuando en 2020 una investigación de The New York Times —once fuentes que hablaron bajo condición de anonimato por temor a represalias— acusaba a Vogue, y por extensión a Wintour, de falta de diversidad y de mantener un estándar de belleza “delgado, rico y blanco”. 

En su defensa salió la mismísima Naomi: “en mi primera portada tuvo que luchar por mí. Ha sido una figura muy importante en mi carrera y en mi vida, y siempre ha sido honesta con lo que podía y no podía hacer.” Incluso André Leon Talley, su histórico colaborador y uno de los primeros hombres negros en alcanzar una posición de poder en Vogue, el mismo que escribió una biografía que puso a Wintour un poco nerviosa, hacía un llamamiento a “perdonarle los errores del pasado, tanto en términos de diversidad como a nivel personal. Aplaudo los cambios que está haciendo, porque considero que realmente cree en ellos.”

He cometido errores a lo largo del camino y estoy comprometida a trabajar en ello

Anna Wintour

A estas críticas se sumaban también acusaciones sobre un entorno laboral tóxico y el uso de lenguaje ofensivo en correos internos. No sabemos si por evolución propia o por quitar un poco de polvo de su imagen, Wintour se responsabilizó públicamente reconociendo que “indudablemente, he cometido errores a lo largo del camino, y si se hicieron bajo mi supervisión en Vogue, son míos para asumir y corregir, y estoy comprometida a trabajar en ello”, así lo declaró a People.

Se acepta pulpo como disculpa, aunque es inevitable pensar que Miranda Priestly, el personaje de El diablo viste de Prada que interpreta Meryl Streep y estaba inspirado en Wintour, se quedó algo cortito. La película, basada en la novela homónima de 2003, la escribió Lauren Weisberger, antigua asistente personal de la editora, quien esbozó un retrato más pop de su figura: exigente, glacial e infalible, pero Priestly te podría caer hasta simpática. Durante años, Wintour guardó silencio sobre aquella versión de sí misma. Solo ahora, dos décadas después y coincidiendo con el lanzamiento de la secuela, ha decidido, a su manera, abrazarla porque “tenía mucho humor, mucho ingenio y a Meryl Streep”, reconocía en The New Yorker Radio Hour, “y al final, pensé que era un retrato justo”, añadía.

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Tal vez estemos ante una nueva Wintour o tal vez solo ante una mujer cansada de ser la tipa dura. Pero, por si alguien pensaba que el mito se reblandece, un aviso: la inglesa no suelta ni su bob, ni su poder, ni su despacho. Desde ese mismo lugar, rodeada de sus cerámicas de Clarice Cliff, continuará trazando la cultura visual de nuestro tiempo. “Es mi momento de entrega total a la empresa. No me cambiaré de oficina ni mudaré una sola pieza de mi cerámica de Clarice Cliff”.