Siempre han habido personas que ante un inocente saludo (¿Qué tal estás?), aprovechan la ocasión para ir enlazando desastres y más desastres hasta que al final todo resulta ser un asco. Pero hoy en día, esta manera de ver las cosas, o de transmitirlas, se expande como una mancha de aceite. Sea porque los baby boomers comienzan a temer al lobo feroz de la edad; sea porque los jóvenes lo ven cada vez más negro (por la crisis climática, la imposibilidad de acceder a una vivienda o el temor a tener hijos); o sea por lo que sea, la cuestión es que el espíritu de nuestra época es cada vez más melodramático.
Según explica por videoconferencia Scott Lyons, un psicólogo estadounidense que acaba de publicar en España Adictos al drama (Alienta), lo que antes eran casos individuales hoy es la corriente mayoritaria. Este psicólogo lo atribuye a estar sobreestimulados y estresados. Pero, sobre todo, a que ser dramático es posiblemente la mejor estrategia que existe hoy día para llamar la atención y ser escuchado, ya sea en la política, en las redes sociales o incluso al relacionarse cara a cara con otras personas.
El drama, explica Lyons en su libro, es hacer una montaña de un grano de arena para centrarse en lo negativo, aunque resulte estresante. Por si fuera poco, se trata de un sentimiento contagioso del que no es fácil librarse. “Estamos viendo demasiadas imágenes sobre cosas que no podemos procesar: videos de un genocidio, peleas en las calles o protestas violentas. Todas estas cosas han provocando que nuestra fisiología se vea sobrecargada”, comienza diciendo Lyons. “Y cuando estamos sobrecargados, nos apagamos: necesitamos más emoción, más drama, más intensidad para volver a sentirnos vivos”, argumenta.
El lenguaje dramático y las imágenes visuales intensas que evocan emociones fuertes, captan más la atención y la retienen más tiempo
El psicólogo estadounidense Scott Lyons acaba de publicar en España 'Adictos al drama' (Alienta)
A juicio de este psicólogo, para captar la atención de alguien hoy día (y mantenerla), es imprescindible provocar una respuesta de estrés, ya que las áreas neurológicas que se activan para captar y mantener la atención coinciden con aquellas que se encienden cuando alguien está tenso. “Lo que sabemos es que utilizar un lenguaje dramático y muy exagerado, mediante palabras, sonidos y tonos que se sitúan fuera del rango normal, así como emplear imágenes visuales muy intensas que evoquen emociones fuertes, logra captar la atención y consigue mantenerla durante más tiempo”.
Lyons puede considerarse un alumno aventajado del drama. Siendo un niño, necesitaba montar dramones en cada oportunidad que se le presentaba. “En la escuela sufría acoso, tanto de los estudiantes como de los profesores, pues no tenían tolerancia con un niño gay con severos problemas de aprendizaje. Fueron muchas las tardes en las que me encerraron en una taquilla (…) Me sentía atrapado y no tenía a dónde escapar, así que a los 13 años fingí mi suicidio”, relata varias páginas después.
Durante la adolescencia, la tendencia al drama de Lyons se volvió todavía más acusada por el trauma que arrastraba. Pero empezó a sentirse muy bien compartiendo noticias terribles que no necesariamente eran ciertas, como hacen también los políticos que en ocasiones acaban ganando las elecciones.
Asimismo, se apercibió de que cuando se involucraba en las crisis emocionales de otras personas, cuando contaba o escuchaba chismes, cuando veía películas violentas o cuando se desahogaba con su ex, sus síntomas se aliviaban. “Cuanto peor me sentía, más anhelaba una buena dosis dramática, hasta que mi cuerpo no lo resistió y dijo basta. Finalmente, sufrí un ataque cardiaco que me dejó hospitalizado durante una semana. Esto me abrió los ojos”, relata a toro pasado.
La pesca triste de los influencers
Si se trata de dramatizar para conseguir clics en internet, se ha puesto de moda que los influencers enciendan la cámara y comiencen a hablar de sus intimidades, mientras lloran emotivamente, segundos antes de subir el vídeo a la red social de turno. Según estos influencers, lloran delante de la cámara porque consideran a sus seguidores parte de su propia familia, razón por la que dicen no tener inconveniente en compartir y airear asuntos muy privados. Entre quienes han sido relacionados con esta tendencia figuran Laura Escanes, Dulceida, Paula Gonu, Mahi Masegosa, Natalie Reynolds, Sebastián Villalobos, Sam Smith…aunque la lista es muchísimo más larga. Para todos ellos, los psicólogos han acuñado el término sadfishing, que podría traducirse como “pesca triste”.
A saber: exponer sus emociones negativas de manera desproporcionada en las redes sociales, para conseguir captar la atención de otras personas y despertar su simpatía. Pregunta para Scott Lyons: ¿cree que estos influencers y youtubers lloran desconsoladamente para visibilizar el estrés y la ansiedad que sienten o simplemente comercializan sus lágrimas para conseguir más dinero y seguidores? Su respuesta: “Creo que son ambas cosas. Sabemos que las experiencias compartidas consiguen que las personas se sientan menos solas.
Además, cuando hablan desde un lugar más emocional, es más probable que les creas. Y también que no te sientas tan solo”, comienza diciendo Lyons. “¿Es posible –se pregunta Lyons– que mágicamente tengas una cámara y toda tu iluminación perfectamente configurada justo cuando de repente te sientes un poco triste? No, todo está preparado”, responde. “Y creo que esto es importante: la mayoría de la gente, al ver el video, tendrá una respuesta emocional en lugar de una respuesta crítica que cuestione: ´¿cómo es que tienen la iluminación perfecta, las palabras adecuadas, el ángulo exacto de la cámara y que las lágrimas aparezcan justo en el momento correcto?´ Pues porque probablemente grabaron ese video al menos siete veces para poder dejarlo perfecto para ti?”, aduce.
En Adictos al drama, Lyons titula el noveno capítulo ‘Sobrestimulados y poco conectados. La droga global del drama’ para explicar por qué nuestra sociedad se siente tan confortable con los dramas ajenos. Su teoría es que nuestra capacidad de atención es actualmente muy limitada, porque hay muchas cosas compitiendo por ella. “Cuando todos los programas, aplicaciones, periódicos y personas compiten por tu atención, ¿quién gana?”, se pregunta Lyons en voz alta. “Gana lo que sea más emocionante y sensacional para ti”, contesta. Por eso nuestras pantallas se han ido llenado de contenidos sensacionalistas y muy dramáticos. Dicho con otras palabras: estamos tan estresados, sobreestimulados y a disgusto, que contemplar a otros que están peor que nosotros parece que nos ayude a venirnos arriba. “En un mundo solitario, el drama parece estar ayudándonos a conectar y a sentirnos menos solos”, sentencia.
Lo que necesitamos ahora mismo es todo lo contrario al estoicismo para no tener que renunciar al mundo que nos rodea, en favor del individualismo
Según este coach ejecutivo, las redes sociales se han convertido en el ingrediente más destacado del guiso, seguramente porque el 60% de la población mundial ya se informa través de ellas (en España un 54,5% de la población reconoce hacer lo propio).
En paralelo, algunos padres se muestran sorprendidos por el lenguaje dramático, épico y brutal de los vídeos que últimamente ven sus hijos en TikTok y YouTube. “Todo son gritos y cortes de vídeo bruscos, así como efectos de imagen que infunden dramatismo a temas y contenidos de lo más banales e insignificantes, como, por ejemplo, el reto de un niño que ha de chutar un balón de fútbol a portería”, observa uno de estos padres.
Interpelado al respecto el filósofo Eudald Espluga, autor de libros como No seas tú mismo (Paidós) o Rebeldes (Lumen) señala que sobreexcitar a los internautas y vender dramas (sean verdaderos o falsos) forma parte de la nueva cultura de la virtualidad.
Por lo demás, si bien Espluga no se atreve a confirmar “por falta de datos”, indica, que actualmente seamos más melodramáticos, sí advierte que la sociedad en su conjunto (y no particulares con nombres y apellidos que arrastraban heridas emocionales) parece haberse contagiado del aire de colapso que flota en el ambiente. “Una manera de combatir esta sensación, sería ejercitar la imaginación”, aconseja este filósofo nacido en Sant Miquel de Fluvià (Girona). “Ahora mismo, frente a todo este dramatismo, es interesante ver cómo se ha popularizado la filosofía estoica, incluso entre influencers ligados al fitness o a espacios de la ultraderecha”, informa.
“Al final, el estoicismo, desde mi perspectiva, aunque obviamente no hay una sola respuesta, es una filosofía que contribuye a asentar la lógica neoliberal e individualista, ya que al final su mensaje es que debemos ocuparnos solamente de cosas que nos sea posible controlar. Pero, como en realidad, podemos controlar muy pocas cosas, pues es una forma de desatenderse del mundo”, argumenta. “Lo que necesitamos ahora mismo es todo lo contrario al estoicismo para no tener que renunciar al mundo que nos rodea, en favor del individualismo. El problema es que en el momento presente es más fácil pensar en el fin del mundo que en el fin del capitalismo”, recalca parafraseando al promotor cultural Mark Fisher.
“Hoy nuestro principal problema es de imaginación: nos cuesta imaginar que haya otras formas posibles de vida colectiva. La nueva literatura utópica que está apareciendo alrededor de cuestiones como el clima, la automatización del trabajo o la renta básica universal me parecen muy interesantes en la medida en que ofrecen ventanas para escapar de la sensación de cancelación de futuro y de colapso que parece invadirnos, en el sentido de plantear otros futuros posibles si colectivamente nos lo proponemos”, concluye Espluga.



