Mercè Conangla, psicóloga: “La indiferencia es una señal de una educación emocional y ética fallida”

Salud mental

La exposición continuada al sufrimiento está causando una epidemia de desconexión afectiva que afecta también a los jóvenes. ¿Cómo hacerle frente? “Nuestro cerebro ya no puede tolerar más estímulos negativos”

Mercè Conangla

Mercè Conangla es psicóloga con especialidad clínica y educativa, enfermera y escritora de libros sobre gestión emocional

LVD

La dificultad para conectar con lo que se siente ha puesto el foco en cómo se gestionan hoy las reacciones, los vínculos y la manera de estar en el mundo. En este contexto, el trabajo de Mercè Conangla (Manresa, 1958), psicóloga con especialidad clínica y educativa, enfermera y escritora, se centra en analizar las formas de distanciamiento afectivo y las herramientas que pueden ayudar a prevenirlo.

Referente en educación emocional y formadora en contextos educativos, sanitarios e institucionales, Conangla explica que la frialdad no siempre nace de la falta de sensibilidad, sino todo lo contrario. “La coraza de indiferencia puede ser construida por personas muy sensibles que sienten que ‘todo les duele’ ”, sostiene.

La globalización de la indiferencia es un mecanismo de defensa para evitar el sufrimiento ante los males del mundo

Contributing WriterPsicóloga
Man alone on a swing looking at empty seat

Vivimos en una sociedad disgregada, compartimentada y ausente

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Apunta que la exposición continuada al sufrimiento, incluidas las noticias dolorosas, acaba generando un efecto de rutina, una sensación de “más de lo mismo” que reduce su impacto. “Se normalizan situaciones que no deberían serlo y se buscan distractores para alejarse de esos paisajes negativos, desde adicciones de todo tipo hasta la pornografía o el sexo”, detalla.

Junto con Jaume Soler creó en 2002 el modelo de Ecología Emocional, un marco orientado a la salud emocional, la conciencia social y el desarrollo integral. Desde entonces, ha desarrollado su labor investigadora en este ámbito durante más de dos décadas. Preside la Fundación Ecología Emocional, que este año cumple 30 años de trayectoria. A lo largo de su carrera ha publicado una treintena de libros sobre gestión emocional, crecimiento personal y conciencia. Asimismo, es autora, junto a Soler, de Cambio climático emocional (Amat Editorial, 2023).

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Usted plantea que la indiferencia se ha globalizado como un “virus emocional”. ¿Qué ha cambiado en nuestra cultura para que cada vez más jóvenes adopten la distancia afectiva como mecanismo de autoprotección?

Vivimos en una sociedad disgregada, compartimentada y ausente. La globalización de la indiferencia es un mecanismo de defensa para evitar el sufrimiento ante los males del mundo, puesto que nos insensibiliza y evita que el dolor de los demás nos impregne.

Cada día somos bombardeados con malas noticias y catástrofes, y nuestro cerebro ya no puede tolerar más estímulos negativos. No estamos orientados hacia la bondad, sino hacia el propio placer. Esta indiferencia es una señal de una educación emocional y ética fallida.

En su modelo de ecología emocional, el mundo interior, las relaciones y el entorno forman un mismo ecosistema. En el caso de un adolescente indiferente, ¿dónde se rompe antes ese equilibrio: en la relación consigo mismo, con los demás o con el mundo?

En nuestro modelo de Ecología Emocional trabajamos con la metáfora del “taburete de tres patas”. Para sentarte bien es preciso que las tres estén equilibradas. Metafóricamente, una representa la relación con uno mismo: cómo nos tratamos, cómo nos sentimos. La segunda “pata” representa las relaciones que construimos con los demás y cómo las cuidamos. La tercera tiene que ver con el cuidado de los distintos ecosistemas de los que formamos parte: familia, escuela, salud, sociedad y planeta.

No podemos decir que una sea más importante que otra, puesto que funcionan como vasos comunicantes. Si yo no me cuido, no podré cuidar ni a los demás ni al planeta. En un adolescente que se aísla, que se aburre, que pierde su empatía, debemos explorar las “tres patas”.

Cuando la indiferencia se transforma en frialdad y deja de importarnos el sufrimiento de los demás, se abre un terreno peligroso

Contributing WriterPsicóloga
Muchos niños o adolescentes son víctimas de acoso escolar y no lo dicen a los profesores ni a los padres

No reaccionar ante situaciones de acoso es una muestra de falta de empatía 

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Habla a menudo de “higiene emocional”. Si pensamos en un joven que se siente desconectado o insensible, ¿qué pequeños gestos cotidianos (casi invisibles) podrían empezar a revertir esa anestesia emocional?

En primer lugar, realizar un escáner emocional tres veces al día. Consiste en parar un momento y preguntarse qué estoy sintiendo ahora, y buscar tres palabras que representen ese estado. Por ejemplo: “Me siento triste, preocupado y solo”. Anotar esas palabras ayuda a conectarse con uno mismo.

En segundo lugar, aplicar la norma de las 24 horas: no irse a dormir sin estar en paz con las personas que se ama. Si algo ha ido mal, quedar para verse y hablarlo o pedir perdón.

En tercer lugar, buscar estrategias para detener el ruido mental, actividades que ayuden a centrarse. Jugar al ajedrez, dibujar, pintar o hacer deporte. Algo que permita fluir.

En cuarto lugar, agradecer cada día tres cosas a tres personas. “Gracias por tu ayuda”, “gracias por prepararme la comida”, “gracias por estar siempre aquí”. La gratitud conecta con la conciencia de que la vida es un don y es una gran forma de practicar la higiene emocional.

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¿Cómo se pasa de no sentir nada a actuar sin empatía? ¿Existen señales tempranas en los adolescentes que familias o docentes deberían aprender a leer?

Cuando la indiferencia se transforma en frialdad y deja de importarnos lo que les ocurre a los demás y su sufrimiento, se abre un terreno peligroso. En los casos más extremos, cuando llegamos a dañar a otros, entramos en el territorio de la crueldad, que nos deshumaniza. Del mismo modo que podemos contagiarnos de los actos bondadosos que vemos o recibimos, también podemos contaminarnos si estamos rodeados de personas que dirigen su energía a destruir en lugar de a crear.

Entre las señales de alerta se encuentran reír cuando alguien llora; no consolar ni cuidar a quien lo necesita; conductas crueles con los animales; represión de las emociones y aislamiento; o burlas hacia personas diferentes o vulnerables.

Propone la “desobediencia emocional”: dejar de repetir patrones afectivos heredados. ¿Qué actos de desobediencia emocional recomendaría a un adolescente que quiere sentir, pero teme mostrarse vulnerable?

En primer lugar, reivindicar el derecho de ser quien eres en esencia. Eso implica desobedecer una vida ya programada por los adultos, así como las imposiciones a la hora de elegir el propio camino, y desobedecer los mandatos y las prohibiciones de sentir, como “los hombres no lloran” o “no expreses tu miedo, creerán que eres débil”.

También supone desobedecer algunos impulsos emocionales propios: desobedecer a la ira cuando nos empuja a destruir; desobedecer al miedo cuando impulsa a atacar o a huir. Del mismo modo, pasa por desobedecer los mandatos del grupo de iguales cuando nos quieren empujar a realizar acciones contrarias a la bondad. Y entender que todos somos vulnerables.

En un futuro marcado por incertidumbres climáticas, económicas y sociales, ¿qué tipo de fortaleza emocional necesitarán las nuevas generaciones para no refugiarse en la desconexión?

Así como vamos al gimnasio para entrenar el cuerpo físico, necesitamos practicar una gimnasia emocional que nos permita fortalecer determinadas competencias: gestionar la incertidumbre, descubrir posibilidades, activar la creatividad para buscar mejores soluciones, cultivar la autonomía personal y construir un refugio interior al que podamos acudir cuando “el afuera” se desequilibre.

El modelo de ser humano que proponemos desde la Ecología Emocional es educar personas CAPA (Creativas, Amorosas, Pacíficas y Autónomas). Desde estos cuatro caminos interrelacionados trabajamos todas estas fortalezas que, cuando hacen sinergia, permiten mantener una buena salud mental y emocional incluso en las condiciones más adversas.

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