Cada siete años perdemos a la mitad de nuestro círculo de amigos y conforme avanzan los años resulta más complicado establecer nuevas relaciones. ¿Cómo avanzar en la vida compartiendo sinsabores y alegrías en buena compañía?
El famoso letrista Johnny Mercer (1909-1976) fue un hombre tan brillante como odiado. Se definía sin ambages como: “Frívolo. Mezquino. Insulso. Degenerado. Mentiroso”. Sus enemigos no era tan benévolos con él. Cuando compuso la letra de Moon River que interpretó Audrey Hepburn en ‘Desayuno con diamantes’ coló en la frase, discreta e incomprensible: “My huckleberry Friends”, mis amigos de los arándanos.
Audrey Hepburn interpreta Moon River en “Breakfast at Tiffany's” (“Desayuno con diamantes”).
La actriz se empecinó en descifrar la críptica oración, con tanto ahínco que a punto estuvieron de eliminar la mítica escena del montaje final de la película. Finalmente, un Mercer cínico, solitario y ebrio como de costumbre le brindó la respuesta: de niño corría con su grupo de inseparables, pero solo cinco, los más valientes se aventuraban en el linde del río, entre las zarzas a coger arándanos. Los que nunca fallaban. Los amigos de los arándanos.
“Yo tenía amigos. Amigos. De esos de los que uno se echa a llorar sólo de recordarlos. De los que se llevaron algo que tenía aquí dentro y que ahora me falta. No tiendo a la melancolía. No tengo sensibilidad suficiente para echar de menos nada… Pero echo de menos a mis amigos, con los que iba a recoger arándanos. Los invencibles. Los niños libres de este mundo”, concluyó Mercer ante una atónita Audry Hepburn.
Adiós, amigos
Mercer poco hizo, más allá de recolectar arándanos, por cultivar amistades. Sin embargo la pérdida nos golpea a todos por igual. Y no habla la nostalgia, sino la ciencia: el 48% de las personas a las que denominamos amigos perderán ese título en los próximos siete años según un estudio que realizó el sociólogo neerlandés Gerald Mollenhorst para la Universidad de Utrech. No será, en la mayoría de los casos, una despedida dramática fruto del enfrentamiento o de la traición sino que obrará una fuerza más prosaica: la pérdida de contacto. El desinterés.
El punto de inflexión que marca el descenso de la vida social son los 25 años, dató otro estudio de las Universidades de Oxford (Reino Unido) y Aalto (Finlandia). Nunca tendremos más amigos que a esa edad. “Es cuando muchas personas acaban la universidad, cambian de valores, de intereses y de amistades”, apunta Silvia Severino, psicóloga y asesora en desarrollo emocional. “Con el paso del tiempo aprendemos que una amistad no se mantiene por los años. No podemos ser amigos únicamente porque llevemos años siéndolo. Las relaciones se mantienen por el equilibrio: cuando los dos están disponibles, son escuchados y escuchan al otro”.
El principio de afinidad suele ser el que engrosa, en la edad adulta, nuestra agenda y también el responsable de las bajas. Con el paso del tiempo, cambiamos de gustos, costumbres y acaso de valores. Lo que antes nos unía se nos antoja ajeno. “Sin embargo, hay amigos de tiempo con los no tenemos esa afinidad, pero existe un afecto profundo. Ocurre cuando te encuentras a alguien que hace años que no ves y parece que hubierais charlado ayer”, apunta la psicóloga Irene Santiago.
Las despedidas en la amistad son ineludibles como lo son también las bienvenidas. Quedarse anclado en la añoranza o, incluso, en el reproche no cambiará este hecho. “Perder amigos forma parte de la vida y por porque la amistad no haya sido auténtica sino porque todos cambiamos”, resume Severino.
Bienvenidos, amigos
Comida entre amigos en la playa
Entre los 30 y 40 años, lejos de la adolescencia y de ese anhelo de pertenencia al grupo, nos volvemos más exigentes: sabemos quiénes somos, qué queremos y cuáles son nuestras líneas rojas. A esto se suma la pareja, la hipoteca, el trabajo y otras obligaciones más que, como señala Severino “provocan que tengamos menos disponibilidad a nivel emocional y mental”.
En esta época hay espacio también para la amistad. Hace falto buscarlo. No es ya tan fortuito. Interactuamos con diferentes personas y en esos contactos surgen afinidades, instantes de bienestar que nos impulsan a fomentar nuevas compañías.
Pasados los 50, la tradición no auguraba muchas nuevas conexiones, pero como señala la psicóloga Francina Bou los tiempos han cambiado. “La sociedad actual es muy distinta la de hace 15 años. Mucha gente se divorcia y eso ha cambiado la manera en la que la gente se relaciona. Muchas personas vuelven a salir, a disfrutar, a buscar ocio y conexión. Existe una generación de personas que, al separarse, buscan reencontrarse con otras, volver a abrirse y esto demuestra que nunca es tarde para hacer amigos”.
Cómo se hacen amigos
El proceso por el que nos hacemos amigos de otra persona es similar al del enamoramiento. “Empieza de una forma muy sencilla, te sientes cómodo con alguien y eso te genera una energía muy bonita. Te vinculas a esa persona porque quieres más”, ilustra Severino.
Si las circunstancias son las apropiadas, buscaremos la repetición, más encuentros que propicien ese bienestar. “A nivel bioquímico es similar al enamoramiento: intervienen también la dopamina y la oxitocina, solo falta la serotonina que es la que integra la atracción física”, comenta Santiago.
La repetición asienta la relación, compartimos hobbies, opiniones y buscamos espacios con la otra persona. Así es como se edifica la confianza. “Cuando hay confianza nos desprendemos a la máscara social: no tenemos que dar una imagen de deseabilidad social porque podemos descansar en el vínculo con la otra persona”, apunta Santiago.
Ese espacio en el que podemos reposar es un factor protector de la salud mental. Nos aporta regulación emocional: basta con que nos escuche cuando nos desbordamos para calmarnos. Nos aporta perfectivas: nuevas opciones que no habíamos contemplado en el fragor de nuestro pensamiento circular. “También tiene una función de acompañamiento. No soluciona nuestros problemas, pues ese no es su cometido, pero se queda a nuestro lado mientras atravesamos la tormenta. Un buen amigo no cargará tu mochila, pero caminará a tu lado”, define Severino.
El envejecimiento cerebral no conoce amigos
A cierta edad cuesta salir de casa y algunos se quedan atrapados por la fuerza centrípeta del sofá. Más allá del carácter de cada cual, la ciencia cuenta con una explicación: un estudio Universidad Tecnológica de Nanyang (Singapur) demostró que los años disminuyen la conectividad de un área del cerebro clave para sociabilizar.
De todas formas, los expertos consultados nos animan a concentrarnos en los beneficios de la amistad para prevenir el aislamiento. “Es normal a ciertas edades sentir pereza por entablar nuevas relaciones, pero es necesario. Debemos cambiar el chip: no podemos ver la amistad como algo que nos quita energía, sino que nos la devuelve”, recomienda Severino.
Como en todo, el primer paso suele ser el más complicado. “Quedarte tirado en el sofá puede parecer cómodo hoy, pero puede convertirse en la soledad del mañana”, vaticina Bou.



