Por qué memes, ‘influencers’, bulos y conspiraciones secuestran nuestra atención
Internet
Desde las novelas hasta el televisor, siempre ha habido malos augurios sobre los ‘inventos’ que dañan nuestra concentración, pero el “aborregamiento tecnológico” de hoy nos conduce a “la ignorancia guay”
Personas vestidas de Spider-Man se señalan entre sí mientras imitando un popular meme en internet
Desde la invención del piano hasta la puesta en funcionamiento del ferrocarril, cada nueva tecnología ha traído el temor de que el cerebro se pudra. Pero el problema no es nuestra capacidad de concentración, sino en qué nos concentramos ahora.
¿Y si la crisis de atención fuera una mera distracción?, se pregunta The New Yorker para contrarrestar la avalancha de libros que denuncian que nuestra capacidad de atención no va mucho más allá de ver vídeos cortitos en bucle, saltar de enlace electrónico en enlace (“ahora lo normal es leer el titular y hablar como si se hubiera leído el artículo entero”, se comenta en el mundillo periodístico), sobreexcitarnos con bulos y reír con memes.
La mayor parte del tiempo que les dedicamos no es voluntario, sino que muchas veces va en contra de la propia voluntad
Sin embargo, hay cosas que siguen atrayendo nuestra atención, señala esta publicación norteamericana. Por ejemplo, algunas obras maestras de TikTok, “como los doce segundos de fresas cubiertas de chocolate, filmadas desde la perspectiva de un saxofonista de una banda de rhythm blues”; o los “siete segundos de un perro que parece volar sobre una alfombra” en un vídeo de bajo presupuesto. Estas joyas de Internet son lo que la poeta Patricia Lockwood denomina “los zafiros del instante” por capturar la atención de una manera hipnótica y extraña.
La pregunta es: ¿cómo son las “piedras preciosas” que consiguen concentrarnos? “Los zafiros del instante –contesta Carles Feixa, catedrático de antropología social en la Universitat Pompeu Fabra– guardan relación con todo aquello que trunca la cotidianidad, lo ordinario, lo de cada día”. En el pasado esto se lograba con las fiestas y rituales y corría a cargo de la religión, hasta que a finales del siglo XX triunfó la religión catódica o religión de las pantallas y estas interrupciones pasaron a ser constantes, “hasta casi dominar más que lo ordinario”, explica este experto.
La tensión que provoca un ritmo vertiginoso e imposible de esquivar fue tratada ya por el sociólogo Georg Simmel en 1903 cuando publicó La metrópolis y la vida mental, obra en la que sugirió que la personalidad moderna (“reservada e indiferente”) surgió a finales del siglo XIX por la intensificación de los estímulos nerviosos que trajo la vida urbana a ciudades como Berlín.
Anteriormente, otros inventos también despertaron miedos parecidos sobre la materia gris: la escritura (Platón pone en boca de Thamus, en su diálogo Fedro, que “es obvio lo que producirán (las letras) en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos”); las luces giratorias, la electricidad (muchos temían que dañara la vista y afectara al comportamiento humano); o la televisión. Todo ello es utilizado como munición para relativizar muchos miedos contemporáneos. Y en particular, que debamos estar preocupados por ser más superficiales y tener cada vez más dificultades para concentrarnos y ejercitar la memoria.
Internet, capital mundial del zafiro
De la misma manera que los zafiros minerales se caracterizan por contener óxido de aluminio, también los “zafiros del instante” tienen unas características concretas. Ferran Lalueza, profesor de la UOC y experto en redes sociales, destaca en primer lugar su poder de seducción, incluso de abducción, “ya que la mayor parte del tiempo que les dedicamos no es voluntario, sino que muchas veces va en contra de la propia voluntad”, explica. “Otra de sus características es que son historias que duran muy poco, pero que no se acaban nunca”, prosigue.
Además, Lalueza destaca la confluencia de tres factores a la hora de moldear sus aristas: la espiral de la transgresión (“en las redes sociales para captar la atención necesitas hacer cosas que no se han hecho todavía”, recuerda), el gregarismo (“cuando ves que mucha gente hace una cosa, también te interesas por ella para no quedar excluido”) y la ultra-personalización (“pues cada zafiro del instante está hecho a la medida de una persona, como un guante”).
Por último, los zafiros más preciados de internet promueven un ritmo mental vertiginoso. Y es que, como comenta con humor el sociólogo alemán Hartmut Rosa, uno de los pensadores más brillantes del momento, “es como si tuviéramos dos vidas en una”, la real y la virtual.
Interrogado sobre las características de las gemas y piedras preciosas que atraen las miradas en el submundo digital, Ferran Lalueza, profesor de la Universitat Oberta de Catalunya y autor de la novela didáctica The show must go on (UOC), apunta estar de acuerdo con los “zafiros del instante” capturan la atención de forma hipnótica, “al apropiarse de nuestra voluntad mediante todo tipo de estímulos visuales y auditivos (campanas, luces, colores) y casi llevarnos a entrar en trance”.
Ahora bien, Lalueza no tiene nada claro que los fogonazos digitales guarden relación con la palabra “concentración” en ninguna de sus acepciones. “Habría que empezar por definir qué es concentrarse pues, para mí, la clave es que debe tratarse de un ejercicio sostenido en el tiempo”, manifiesta. “Los zafiros del instante consiguen justamente lo contrario: dificultar nuestra concentración, aunque nos mantengan ensimismados”, opina sobre los castillos de fuegos artificiales que inundan internet.
Este experto en redes sociales recuerda que buena parte del poder de atracción de estas perlas digitales gravita sobre las emociones (“estamos dejando de ser seres racionales, para convertirnos en seres emocionales”, dice), razón por la que suelen ser historias excitantes, burbujeantes y efervescentes.
La importancia de entender qué significa ser adaptativo
El consejo recurrente de los expertos cada vez que aparece una tecnología disruptiva como internet o la IA es que hay que ser adaptativo. Ahora bien, por lo que respecta a la concentración, ¿a qué es a lo que tendríamos que adaptarnos exactamente?
“Por nuestro propio bien –responde Carles Feixa, catedrático de antropología social en la UPF– deberíamos de adaptarnos a esta sucesión de estímulos que nos excitan a todas horas, pero sin renunciar a pensar críticamente”, comenta. Feixa también recomienda crear espacios de desconexión donde reencontrarnos presencialmente con los demás, así como buscar tiempos de reflexión más calmados o slow, como comienzan a hacer cada vez más jóvenes.
“El discurso de que no hace ninguna falta concentrarse profundamente en nada ni tener visión panorámica, es un discurso clasista”, expone. “La prueba es que las clases más altas limitan mucho a sus hijos la utilización de instrumentos digitales porque saben muy bien que quienes dirijan el mundo en el futuro tendrán que concentrarse”, recuerda. En cambio, la inmensa mayoría de la población seguirá viajando, como las hojas sobre el viento, hacia aquellos lugares que decidan los “concentradísimos” magnates de la tecnología.
Sin embargo, no se equivoca The New Yorker al recordar que la historia humana está plagada de lamentaciones sobre la distracción. En el siglo XVIII, por ejemplo, surgió un nuevo formato disruptivo: la novela. Aunque muchos pensadores actuales lamentan la creciente incapacidad que tenemos para leer novelas y libros, en su día se consideraba a estas obras el equivalente intelectual de la comida basura. “Fijan la atención tan profundamente y proporcionan un placer tan intenso que la mente, una vez acostumbrada a ellos, no puede someterse a la dolorosa tarea del estudio serio”, se quejaba amargamente el sacerdote anglicano Vicesimus Knox.
Ciertamente a lo largo de la historia hemos dado la voz de alarma por cosas que en retrospectiva parecen leves, pero puede que las tecnologías digitales sean distintas y que estén pasando factura, ya no solamente a la facultad de concentrarse y de fijar la atención, sino al pensamiento crítico (es decir, a la facultad de ver el bosque entero en lugar de los árboles de la sobreinformación). En los últimos años, un tropel de autores (Nicholas Carr, Yuval Harari, Cal Newport, etc.) vienen advirtiendo que el aborregamiento tecnológico ha traído lo que el filósofo Jesús G. Maestro denomina “la ignorancia guay” al contribuir a que cualquier tema sea opinable (el cambio climático, la distribución de la riqueza, incluso si la tierra es plana o redonda…) para que todo acabe convirtiéndose en un inmenso lío, con la consecuente traducción política.
De hacer caso a las métricas que emplean los principales medios de comunicación, hoy día no podemos apartar la mirada de trolls de la atención como Donald Trump o Elon Musk, del clickbait (es decir, de los titulares tóxicos que formulan una pregunta con gancho para que los internautas muerdan el anzuelo, hagan clic y aumenten el número de visitas de la página), de las “gilinoticias” y las redes sociales.
Basta dar un garbeo por los medios sociales para saber cuáles son los zafiros del momento: los engaños de los finfluencers o influencers financieros (es decir, los creadores de contenido que comparten consejos financieros en las redes sociales a cambio de recibir dinero de quienes les patrocinan), la dieta de las princesas Disney que se ha viralizado en TikTok o la moda de los bebés hiperrealistas de la que informa The New York Times.
Cuestión distinta es si se trata de piedras preciosas capaces de hacer refulgir nuestra atención o si son baratijas que nos abducen. En cualquier caso, lo que nadie pone en duda es que los algoritmos compiten cada vez más por captar nuestra atención e invadir nuestra privacidad, “aunque pueden acabar provocando –recuerda Feixa– justamente lo contrario a lo deseado: la dispersión”.