La vuelta a la cocina en 80 libros
En su tinta
De 'El desayuno de los campeones' a 'La cena de los idiotas': un festín literario
El capítulo anterior de la serie: Náufragos: cómo sobrevivir al hambre y la sed
Jacques Villeret y Thierry Lhermitte, en una escena de 'La cena de los idiotas'
Un paseante podría recorrer Barcelona siguiendo la ruta gastronómica del nomenclátor: de la calle Malcuinat (que debe su nombre a un guiso con entrañas para pobres) a la cercana calle Anisadeta (en honor a una taberna que servía esta bebida) o la Baixada del Mercat y el Torrent de l’Olla. No se molesten en contar los libros que aparecerán en las próximas líneas: serán menos de 80. Pero podrían ser muchísimos más. Casi infinitos.
Como las calles con nombre de comida, son legión las obras con títulos alusivos al yantar. Tantas que permitirían cruzar de cabo a rabo La biblioteca de Babel, de Jorge Luis Borges, o La biblioteca universal, de Kurd Lasswitz. Empecemos por el principio, por el desayuno. El desayuno de los campeones o Desayuno de campeones, según las editoriales, es una obra maravillosa. Un consejo: no crean a su autor, Kurt Vonnegut.
El escritor Kurt Vonnegut
“Este libro –decía el propio Vonnegut de su novela– me parece malísimo, pero todos los míos me lo parecen”. Lo mejor que le puede pasar a un lletraferit es descubrir a este autor, de la misma manera que Lo mejor que le puede pasar a un cruasán “es que lo unten con mantequilla”, como dice Pablo Tusset, otro escritor que (estamos seguros) admira a Vonnegut, con el que se complementa Como agua para chocolate (Laura Esquivel).
Comenzar el día con lecturas así es todo un Desayuno con diamantes (Truman Capote), el presagio de El festín de Babette (Isak Dinesen), un atracón a lo Gargantúa y Pantagruel (François Rabelais), un inicio divertido y gozoso en las antípodas del descenso a los infiernos de El almuerzo desnudo (William S. Burroughs). Y para Después del almuerzo (Julio Cortázar), un dulce a la altura. De postre, un buen chocolate.
Numerosos literatos se han inspirado en los beneficios del cacao, que ayuda a combatir el estrés o el desánimo gracias a la sensación placentera que segrega en nuestro cerebro. Tiene propiedades eurofizantes, estimulantes… y literarias. Ya hemos hablado antes de Laura Esquivel. Ahora recordaremos a dos colegas que también inspiraron a cineastas: Roald Dahl (Charlie y la fábrica de chocolate) y Joanne Harris (Chocolat).
Y, si no queremos un dulce para el postre, fruta del tiempo. Las uvas de la ira tiene personajes inolvidables. Bueno, todas las novelas de John Steinbeck los tienen. Imposible no citar a la pareja de De ratones y hombres, George Milton y Lennie Small, cuyo plato favorito son “las alubias con ketchup”. Conviene leer estas joyas Antes de que se enfríe el café (Toshikazu Kawaguchi) o de que traiga la cuenta El barman del Ritz (Philippe Collin).
Los escritores Jaume Fuster y Vázquez Montalbán, con el cocinero Antoni Ferrer
Si el dilema es Beber o no beber (Lawrence Osborne, que subtitula su obra Una odisea etílica), no recomendamos la respuesta de La leyenda del Santo Bebedor (Joseph Roth). Mejor optar por la búsqueda del personaje de Rapsodia gourmet (de una autora siempre muy recomendable, Muriel Barbery, cuya novela sobre un crítico gastronómico a las puertas de la muerte se titula en francés Une gourmandise, una golosina).
A propósito de las golosinas y de los gourmets habría que recordar Contra los gourmets, de Manuel Vázquez Montalbán, que siempre hacía el mismo brindis: “¡Abajo el régimen!”. Al detective Pepe Carvalho, que tanto revitalizó el género de la novela negra en castellano y que tenía entre sus hábitos quemar libros en la chimenea, le hubiera encantado hacer una barbacoa de las suyas con Recetas para amar y matar (Sally Andrew).
Y, llegada la hora de la merienda, con las que se podría escribir una historia de España, cómo olvidar a Evelyn Waugh y su Merienda de negros, un título que quizá reciba en el futuro las mismas críticas con las que los nuevos guardianes de la moral obligaron a cambiar el nombre de Diez negritos, de Agatha Christie. No es probable que corran esa (mala) suerte los relatos de La merienda de las niñas, de Cristina García Morales.
“Desayuna como un rey, almuerza como un príncipe y cena como un mendigo”, aconsejan los nutricionistas. Sin embargo, llegamos a la cena con un plato fuerte: La cena de los idiotas, del dramaturgo Francis Veber, de 1993 y ya con varias versiones cinematográficas. Es una opción obvia. “El comer y el rascar, todo es empezar”, dice un refrán. Animamos a que los lectores amplíen este incompleto maridaje de literatura y gastronomía…