Sucedió hace unos días, en Blanes, que tiene una rica oferta gastronómica. El cronista fue a uno de los bares históricos del centro, conocido sobre todo por sus espectaculares calamares a la romana. Esta vez, sin embargo, pidió un bocata de butifarra. El camarero, P., le trajo el plato con displicencia y lo dejó (lo arrojó o lo lanzó, sería más correcto) con tanta fuerza sobre la mesa que el continente y el contenido se divorciaron.
No contento con su indelicadeza, el camarero volvió a la carga y trajo la cuenta en cuanto el ninguneado parroquiano dio el primer bocado. “¿En efectivo o con tarjeta?”. El cronista estuvo a punto de afearle su conducta y recordarle que es de pésima educación hacer hablar a alguien con la boca llena, pero el local en cuestión es un punto neurálgico del turismo en Blanes y el cronista temió dar la nota ante un Manelinho Caixadóculos.
El suelo de Carabanchel es horroroso, pero el cielo es uno de los más bonitos”
Este es solo uno de los nombres (en este caso, en portugués) con el que es conocido en todo el mundo un ilustrísimo descendiente del Lazarillo de Tormes, el niño Manuel García Moreno. Así no lo conoce nadie, claro. En Carabanchel, en “Carabanchel (Alto)”, como dice él, es Manolito Gafotas. Su fama imperecedera, que comenzó a gestarse hace ya más de treinta años, ha popularizado también el bar El Tropezón.
Todos tenemos un bar Tropezón en nuestras vidas. Con sonido de fondo de máquinas tragaperras (o de futbolín) y el suelo embaldosado de colillas, mondadientes y sobrecitos de azúcar. Y con clientes graciosillos, de esos que entran y dicen: “¿Tienes vino para llevar?”, “¿Para llevar?”, “Sí, hombre, para llevar puesto?”. E inmediatamente el Chiquito de la Calzada de tres al cuarto busca sonrisas cómplices con la mirada y empieza a reír.
Los orígenes
Todo empezó en la radio
La serie sobre Manolito se empezó a publicar en Alfaguara en 1994, el año en el que la autora, Elvira Lindo, se casó con el también escritor Antonio Muñoz Molina. Pero Manolito Gafotas había nacido antes, cuando fue creado como personaje radiofónico con la voz de la propia Lindo, que pasó por distintos programas y emisoras, aunque la explosión de popularidad llegó con un programa de la SER, A vivir que son dos días, de Fernando Delgado. Un librito delicioso, Manolito cumple 30 (Seix Barral), de Eva Cosculluela y con las ilustraciones del otro padre de la criatura, Emilio Urberuaga, celebra el aniversario.
Bares de toda la vida, hoy en peligro de extinción. Muchos mantienen el rótulo y el nombre original (Huesca, Teruel, Montserrat, Sol i Lluna…), aunque no solo se ha producido un relevo generacional detrás de la barra y los nuevos dueños son de origen asiático. En el bar del Carabanchel (Alto) de Manolito Gafotas, sin embargo, eso no ha ocurrido todavía porque el tiempo avanza muy lentamente y vivimos un eterno presente.
Así pasa, por lo menos, en las siete primeras entregas de la serie: Manolito Gafotas (1994), Pobre Manolito (1995), ¡Cómo molo! (1996), Los trapos sucios (1997), Manolito on the road (1998), Yo y el Imbécil (1999) y Manolito tiene un secreto (2002). En el octavo y último libro por ahora, que se hizo esperar diez años, Mejor Manolo (2012), Manolito ha crecido y han sucedido muchísimas novedades, aunque no las destriparemos aquí.
Volvamos al camarero desabrido de Blanes. Decía que no quise montar un número por miedo a que por la terraza anduviera un Caixadóculos (portugués), Catrollos (gallego), Laubegi (euskera), Quatre Ulls (catalán), Quattrochi (italiano), Brillenschlange (alemán), Brilleabe (danés)… O un Manolito le Binoclard, como se conoce al personaje en francés, uno de los 24 idiomas a que se han traducido sus aventuras y sus maravillosas confesiones.
No sabemos cómo se llamará El Tropezón por esos mundos de Dios, que incluyen a los lectores rumanos, estonios, vietnamitas, iraníes y chinos, pero sí sabemos que si el cronista hubiera puesto en su sitio al camarero y hubiera presenciado la escena Manolito Gafotas o cualquiera de sus sosias, el incidente no habría pasado desapercibido para su mirada perspicaz y lo habría relatando de forma que la culpa recaería sobre el cliente.

La escritora Elvira Lindo
Manolito es así. Siempre del lado de los que él considera más débiles. Por eso “mola un pegote”, una de sus muchas frases que han pasado de la literatura al lenguaje popular (y no al revés, como pasa más frecuentemente). También sabemos que en nuestros particulares Tropezones (el del cronista fue el bar Jorepa) quizá no sirvan unos extraordinarios calamares, pero tampoco te exigen pagar a las primeras de cambio.
Elvira Lindo es la madre del personaje. Bueno, eso habría que matizarlo. La verdadera madre de Manolito es Catalina Moreno, la Cata, que tiene la portentosa habilidad de propinar collejas que duelen con efecto retardado. Elvira Lindo se limita a aparecer de vez en cuando por Carabanchel (Alto), zamparse cuantos bollos le ponen para merendar en casa de la Cata (o de su vecina, la Luisa) y grabar a Manolito.

Un momento del rodaje de 'Manolito Gafotas'
Manolito, que ha dado el salto al cine y a la televisión, interpretado por los niños David Sánchez del Rey y Christopher Torres, creía que “una de las grandes fortunas del país” era la de la Luisa (“por su batidora de cinco velocidades y su robot de cocina”). Pero entonces descubrió a Elvira Lindo, que se está forrando a su costa. Tanto, que debe tener millones “en cuentas en Suiza” y ni deja que sea él quien dedique los libros.
El último, por cierto, Mejor Manolo, tiene estas tiernas palabras iniciales de la autora: “Para mi padre, el primer Manolo que conocí”. Gracias al éxito en todo “el mundo mundial” (otra expresión archifamosa de nuestro adalid del parque del árbol del Ahorcado) y a las indiscreciones de Elvira Lindo, que larga todo lo que explica el pobre de Manolito, hemos descubierto que la fama puede tener un lado negativo…
Orejones López es mi mejor amigo, aunque a veces es un cerdo traidor”
El dueño de El Tropezón es el señor Ezequiel, que ha convertido su negocio en el corazón del barrio, donde se celebran todas las comuniones y reuniones familiares, además de un templo donde se viven las finales de fútbol. Todo el mundo ve las cucarachas, pero a nadie le molestan, “tan típicas como las aceitunas”. Cuando la fama de Manolito creció como la espuma, el señor Ezequiel le pidió un favorcillo de nada.
Le rogó que no le contase nunca a la escritora que “una vez intoxicó a medio Carabanchel (Alto) con una ensaladilla rusa que estaba caducada”. Y Manolito, que es un niño con palabra, no lo contó jamás, a pesar de lo cual nos hemos acabado enterando. Otra de las frases totémicas de la serie es: “Esto te lo cuento solo a ti, que me has caído bien”. Es normal, además, que nuestro héroe proteja el buen nombre de El Tropezón.
Después de todo, El Tropezón es el lugar favorito de Superpróstata, el abuelo de Manolito, que se llama Nicolás en un probable guiño al pequeño Nicolás. Él y Manolito juegan en su liga y la de Huckleberry Finn, Guillermo Brown, Pipi Långstrump o Pippi Calzaslargas, Mafalda y Daniel el Travieso, entre otros. Desde que abandonó Mota del Cuervo (Cuenca) para mudarse con su hija, el paraíso del abuelo es El Tropezón.
Allí los jubilados toman tinto de verano o café con gambas y encurtidos (Bernabé, el marido de la Luisa es representante de aceitunas, banderillas y pepinillos en vinagre). Y allí sus nietos, que cenarán salchichas Oscar Mayer, les piden unas pesetas (¡unas pesetas!) para chococrispis, bollycaos o almendras garrapiñadas. Esa es la clave del éxito de estos libros entre los adultos. La magdalena de Proust, el retorno a la infancia.