Pérez Galdós, genio de la literatura y paladín de los garbanzos

En su tinta

Por qué Valle-Inclán apodó “don Benito el Garbancero” al gran autor de los ‘Episodios nacionales’

El capítulo anterior: El enigma de los indios del río Bravo: ¿por qué solo son obesos los del norte?

Benito Pérez Galdós

Benito Pérez Galdós 

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Muchos de nuestros bachilleres acaban sus estudios sin leer a Benito Pérez Galdós, uno de los mejores escritores españoles del siglo XIX, pero conociendo el mote con el que ha pasado a la posterioridad: don Benito el Garbancero. El mérito es de otro genio de la literatura, Ramón del Valle-Inclán, que se refirió así a su colega en la página 82 de Luces de bohemia, publicada por entregas en 1920, aunque el texto definitivo no se fijó hasta 1924, cuatro años después de la muerte de Pérez Galdós.

Es evidente que una expresión como el Garbancero no tenía intención laudatoria, a pesar de que el propio Valle-Inclán había expresado con anterioridad su admiración por el autor de los Episodios nacionales, “forjador de un idioma”. No hay manera de saberlo, pero el cronista está convencido de que la salida de tono de Valle-Inclán no hubiera molestado a Pérez Galdós. “Garbancero, sí, y a mucha honra”, podría decir. Pocos autores como él reflejaron tan bien la sociedad que le tocó vivir.

El nacimiento del mote

El sillón era el correspondiente a la letra N de la Real Academia, vacante desde el 4 de enero de 1920 por la muerte de Benito Pérez Galdós 

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Sus novelas reflejan de maravilla cómo vivían, cómo hablaban y cómo pensaban las clases populares. Y también, por supuesto, cómo comían. Por eso, el puchero, el cocido y su ingrediente indispensable, los garbanzos, tienen un papel preponderante en su prolífica obra. Ahora que los nutricionistas han revalorizado la importancia de las legumbres, cabe recordar una frase de la novela Fortunata y Jacinta sobre este alimento, que un personaje elogia porque “resiste a todas las modas del comer”.

Máximo Manso, el protagonista de El amigo Manso, dice que “estas deliciosas bolitas de carne vegetal no tienen, en opinión de mi paladar, que es para mí de gran autoridad, sustitución posible”. No era casual, sino inevitable, que los garbanzos aparezcan con tanta asiduidad en la obra del maestro del realismo español, porque garbanzos en todas sus variantes era lo que más comían sus coetáneos. Los más pudientes, aderezados con carnes suculentas; los más pobres, ahogados en agua…

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A los comensales de La fontana de oro, otro título capital de nuestro autor, les sirven “una sopa que, por lo flaca y aguda, parecía de seminario”; después llegó “un macilento cocido”, del que a los más afortunados les correspondieron “hasta tres docenas de garbanzos, una hoja de col y media patata”. Doña Bárbara Armaiz, la madre de Juanito Santa Cruz, enseñaba a sumar y restar a su hijo con “garbanzos o judías, pues de otro modo no andaba ella muy a gusto por aquellos derroteros”.

“Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, dice la Biblia. Ganarás los garbanzos con el sudor de tu frente, dirá Galdós. Expresiones semejantes aparecen con profusión en sus ficciones, con personajes que se desloman “para defender el garbanzo”. En otro de sus libros aparece un periodista a quien “el cocido no le había faltado nunca” porque “trabajaba como un negro”, buscando desde la mañana “a qué revista enferma o periódico moribundo llevar el artículo hecho la noche anterior”.

Retratos de un joven y un maduro Galdós

Retratos de un joven y un maduro Galdós 

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“¡Ah! ¡Cielos! ¿Qué sería del mundo sin cocido?”, se pregunta el autor en Miau, donde se describe una alacena que podría ser la radiografía de infinidad de despensas de la época, y en la que incurre en una redundancia: “Mendrugos de pan”. Junto a ellos, “el fogón sin lumbre, la carbonera exhausta” y “un envoltorio de papeles manchados de grasa que debía de contener algún resto de jamón, carne fiambre o cosa así, un plato con pocos garbanzos, un pedazo de salchicha, un huevo y medio limón”.

Otro personaje de esa misma novela llega al comedor cuando los garbanzos del cocido “ya estaban fríos, mas como su hambre era tanta no reparó en la temperatura”. No todos, sin embargo, tienen tantas tragaderas. Al Lope de Tristana, por ejemplo, lo vemos dar “cuenta pausadamente de los garbanzos del cocido (...), acompañado con tragos de vino de la taberna próxima, malísimo, que el buen señor bebía con verdadera resignación, haciendo muecas cada vez que a la boca se lo llevaba”.

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Emilia Pardo Bazán fue autora de recetarios y también le interesó mucho la gastronomía, pero no tanto por una querencia gourmet, sino por su afán de reflejar los usos y costumbres de una época. Ella y don Benito el Garbancero fueron amantes y mantuvieron una relación tórrida de dos años, como reflejan sus acaloradas cartas. Pero si la autora de Los pazos de Ulloa era más partidaria de las croquetas, él lo tenía claro: “El puchero ha sido nuestro compañero en todo el curso de la historia”.

Un menú en honor del escritor

Un menú en honor del escritor 

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Garbanzos hoy y mañana. Garbanzos para los menesterosos y para los ricos (aunque con una suculenta guarnición, eso sí). Hay criaturas galdosianas que tienen la dicha de meterse entre pecho y espalda un cocido “con aditamentos cerdosos” como para “resucitar a un muerto”, como le pasa al protagonista de De Oñate a La Granja, la tercera novela de la tercera serie de los Episodios. Los garbanzos escasos y la sopa aguada sirvieron en otras ocasiones para reflejar las penurias de la España en guerra

En Doña Perfecta come garbanzos hasta un loro. En España trágica se elogia la fortuna de alguien que no ha de “aguzar el entendimiento para el cocido de mañana”. En el otro lado de la balanza, leemos en Misericordia, estaban quienes pedían fiado para unos “puñados de garbanzos o lentejas”. En todo esto pensaba el cronista mientras revisaba el menú en francés (a Napoleón lo derrotaron, a sus cocineros no) con el que Santander homenajeó al escritor en 1893. Para empezar había sopa juliana (potage julienne). Pero no garbanzos.

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