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“Libraba una batalla interna mientras los demás comían y reían”: el martirio de salir a comer cuando tienes un TCA

Una lucha invisible

Un restaurante suele ser un lugar de placer e indulgencia, pero para una persona con un trastorno de conducta alimentaria puede ser sinónimo de miedo y ansiedad por pérdida de control

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Entre el 15 % y el 18 % de las adolescentes muestran conductas alimentarias de riesgo, pero solo alrededor del 4% recibe un diagnóstico clínico confirmado

Getty Images

La luz es tenue y suena música chill out. Una vela en el centro de la mesa ilumina las sonrisas blancas, los pendientes en las orejas y los botones desabrochados de las camisas. Chismes. Carcajadas. Un salud. ¡Salud! El camarero llega con las pizzas para compartir, con sus bordes aireados y queso burbujeante. Pasa un ángel, la gente come. Sorbos de cerveza entre mordiscos y bocanadas de aire. Las pizzas bajan a la mitad. “Teníamos hambre, parece, jaja”, dice uno. Jaja. Se retoman las conversaciones con las bocas llenas y las risas se contienen con servilletas, ahora sucias, con manchas rojas. Quedan un par de trozos rezagados, que se enfrían. Otro ángel. “¿Pedimos postre?”. Obvio, siempre hay espacio para lo dulce. Están todos felices.

“Y yo aparentaba estar feliz, también”, cuenta Alma García, actriz de 28 años que fue diagnosticada con anorexia nerviosa purgativa a los 14; un “monstruo”, según cuenta, que hace tres años ha podido empezar a “manejar”. “Fingía un papel, porque no quería preocupar ni llamar la atención, cuando en realidad estaba librando una batalla interna, con mucho estrés y ansiedad, mientras los demás comían y reían”. Confiesa que le enfadaba un poco sentir tanta diferencia: “Me frustraba y me preguntaba por qué yo no podía”.

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“El contraste entre la vivencia interna de alguien con trastorno de la conducta alimentaria (TCA) y la de quienes disfrutan del encuentro puede ser muy doloroso, con una sensación intensa de aislamiento”, comenta Rocío Rodríguez, psicóloga especializada en trauma e imagen corporal. “En muchos casos, la persona siente que hay algo roto en ella por no poder disfrutar con naturalidad de algo tan cotidiano, lo que aumenta la culpa y la autocrítica. También es frecuente que intente disimular, elevando aún más la tensión emocional”, explica la terapeuta y autora del libro Tu cuerpo no es un problema.

Según expertos, entre el 15 % y el 18 % de las adolescentes (el segmento de población más afectado) muestran conductas alimentarias de riesgo, pero solo alrededor de un 4% recibe un diagnóstico clínico confirmado de TCA. 

En muchos casos, la persona siente que hay algo roto en ella por no poder disfrutar con naturalidad de algo tan cotidiano, lo que aumenta la culpa y la autocrítica

Rocío RodríguezPsicóloga especialista en TCA, trauma e imagen corporal

Las cinco especialistas consultadas para este reportaje coinciden en que si bien se pueden identificar algunas reacciones comunes, como mucho ruido mental y una constante sensación de amenaza, cada paciente vive la visita a un restaurante a su manera. También incitan a buscar apoyo profesional en caso de sentir identificación con cualquiera de —y no necesariamente todas— las sensaciones que se describen, además de no minimizar ni normalizar que el comer genere ansiedad o culpa con frecuencia.

La reserva

Horror. Llega el mensaje de un amigo para quedar el jueves, tomar unas cañas y picar algo.

“Da miedo el no controlar qué vas a comer, cómo lo van a cocinar, los ingredientes, si vas a compartir plato… tu cabeza empieza a imaginar miles de escenarios futuros, lo que es agotador. En varias ocasiones incluso he conseguido que vayamos a otro restaurante o directamente me he restado del plan y me lo he perdido”, detalla Natalia García, profesional del marketing de 32 años que está en tratamiento hace dos por TCA no especificado.

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“Los días previos me restringía todo lo posible, para sentir que el día del evento me podía permitir comer. Miraba obsesivamente la carta y calculaba cada plato, para así poder elegir el menos calórico, aunque no me gustara. También planificaba vestir ropa ancha, porque después de comer mi cuerpo se distorsionaba tanto que creía que engordaba kilos y kilos”, cuenta también Cristina Pintos, estudiante de 21 años que fue diagnosticada con anorexia a los 17.

Para intentar disfrutar de las salidas, la nutricionista experta en TCA, Laura Villanueva, sugiere a sus pacientes planearlas desde la flexibilidad y la compasión, en vez del control. En esa línea, aconseja no saltarse comidas antes y evitar llegar al evento con mucha hambre o con nada de hambre, alejándose de la perspectiva del ‘todo o nada’. También propone mirar el menú desde lo que apetece y sienta bien, en vez de según lo que es más o menos correcto.

“La idea es observar los pensamientos sin dejarse arrastrar por ellos, y siempre recordar que no hay que compensar ni justificar lo que se come”, plantea.

La mesa

Pesadilla. La anfitriona busca entre el listado de reservas en su atril. ‘Vale, por aquí’. Zigzagueo entre las mesas: en una, un niño sonriente tiene la boca manchada con el chocolate de un postre voluptuoso; en otra, unos adultos, más sonrientes aún, cambian las cervezas por un vino blanco, que sale sudado de una cubeta metálica. ‘Tomen asiento’, dice la anfitriona. Un camarero pasa raudo con una bandeja aromática cargada de croquetas y gambas y mejillones y tortilla y jamón y queso y pan, en camino a la mesa del fondo, que la ocupan dos mujeres. A la vuelta, se acerca: ‘¿Qué les pongo?’.

“En mi caso, me pregunto: ¿He elegido bien? ¿Pensarán que soy una gorda por pedir este plato? ¿Estoy comiendo rápido? ¿Debería dejar algo aunque tenga hambre? Y si compartimos, voy controlando todo el tiempo cuánto hay de todo, lo que ha comido cada uno, si estoy comiendo más cantidad y más rápido que el resto, y si es que se dan cuenta o no”, relata Natalia García, que además ha escrito un libro, llamado Liberando mi reflejo, sobre su convivencia con la enfermedad.

Se empieza a generar un conflicto interno entre el deseo de disfrutar, la presión social y el miedo al descontrol

María de la FuentePsicóloga especialista en TCA y trauma

María de la Fuente, psicóloga especializada en TCA y trauma, explica que, “al llegar al restaurante, se activa la hipervigilancia, con observación del entorno, evaluación de los platos, y comparación con otras personas. Y se empieza a generar un conflicto interno entre el deseo de disfrutar, la presión social y el miedo al descontrol”.

Laura Betés, psicooncóloga de 37 años en tratamiento por anorexia, recuerda una visita a un restaurante japonés donde había que pedir los platos marcándolos en un papel. “Luego llegaron todos de golpe y me agobié porque sentí que era mucho… a diferencia del plato único, esto se escapaba de mi planificación y control. He tenido sensaciones similares en los buffets. Me temblaba la pierna y estaba centrada en mí, en vez de hablar y compartir con quien me acompañaba”, relata.

“Cuesta mucho estar presente”, dice la psicóloga especialista, Mariona Valls. “A veces el foco está en las calorías, otras en los ingredientes, en cómo se han cocinado… o en el simple hecho de estar comiendo en público”.

A veces el foco está en las calorías, otras en los ingredientes, en cómo se han cocinado… o en el simple hecho de estar comiendo en público

Mariona VallsPsicóloga experta en TCA

Cristina Pintos comenta que si bien no odiaba comer, destestaba los pensamientos y el nudo que se le generaba en el pecho: “Calculaba: ‘¿Cuánto pesaste hoy? Pues si te comes esto mañana vas a pesar unos gramos más, y pasado, otros más’. A pesar de saber que era fisiológicamente imposible, la enfermedad me hacía creer que iba a engordar hasta el infinito. Además, empecé a ver el acto como algo tan peyorativo, que me avergonzaba que la gente me viera comer”.

María de la Fuente plantea que, en el contexto de un tratamiento por TCA, “una disposición mental deseable no consiste en aplicar fuerza de voluntad ni en intentar comer como los demás, sino en cultivar un espacio interno de mayor seguridad”. La especialista recomienda reconocer los propios límites sin juzgarlos, acompañar las emociones difíciles sin necesidad de evitarlas o compensarlas y trabajar la conexión con el cuerpo desde una perspectiva de respeto, más que de control.

La sobremesa

Infierno. En vez de montajes estéticos y apetitosos, en los platos ahora quedan restos indefinidos y manchas pegoteadas. Los vasos están medio vacíos, con líquidos ruines y tibios. ‘Vaya bomba nos acabamos de comer, jaja’, dice una. ‘Y bueno… a barriga llena, corazón contento’, complementa otro. ‘Pero mañana no desayuno’, avisa una tercera.

“Comentarios de este tipo, incluso con tono de broma, pueden impactar de forma muy profunda en alguien que vive una batalla constante con la comida”, advierte Rocío Rodríguez. Y pueden profundizar lo que experimenta después de una salida, con un pico de culpa y una fuerte necesidad de compensación, ya sea con ayuno, ejercicio, vómito o simplemente con pensamientos castigadores.

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“También es frecuente la revisión mental obsesiva de lo que se ha comido, lo cual puede mantener el malestar durante horas o incluso días”, detalla Rodríguez. “La pesadilla después de la pesadilla”, llama Alma García al bucle restrictivo y de recuperación de control que vivía después de ir a un restaurante, dominado por “angustia, ansiedad y tristeza”.

Mariona Valls agrega que, “otras personas incluso terminan con atracones, pensando que como ya ‘se pasaron’ en la comida fuera, pueden permitirse comer todo lo que normalmente se niegan”.

Algo que he aprendido es que la restricción no ayuda. Todo lo contrario: el ciclo de régimen y atracón es uno de los más difíciles de romper

Javiera GuerraPsicóloga que convive con un TCA

“Es como si el sistema interpretara que es ‘ahora o nunca’, y se desatara una ingesta compulsiva. Y luego viene la culpa, el juicio, la vergüenza y la sensación de haber fallado”, complementa Javiera Guerra, psicóloga que también ha padecido un TCA. “Algo que he aprendido es que la restricción no ayuda. Todo lo contrario: el ciclo de régimen y atracón es uno de los más difíciles de romper”, asegura.

Según Rocío Rodríguez, tanto este ciclo como los demás pensamientos habituales en personas con TCA tienen su origen en la cultura de la dieta: “Es un sistema de creencias que promueve la delgadez como si fuera un imperativo moral, estigmatiza la diversidad corporal y nos hace sentir vergüenza de nuestros cuerpos si no encajan en ciertos estándares”.

María de la Fuente añade que muchas veces también tienen “raíces profundas que pueden vincularse con historias de trauma, apegos tempranos inseguros o experiencias de invalidación emocional. En muchos casos, el trastorno actúa como una estrategia adaptativa para intentar regular emociones intensas, dar una falsa sensación de control o responder a necesidades relacionales”.

La revancha

Desayuno, comida, cena. Un café con leche a media mañana. Una merienda a media tarde. “Superar un TCA es difícil porque todo tu día gira en torno a la comida”, comenta Alma García. Y el restaurante, usual templo hedonista, puede ser, en cambio, un lugar de confrontación de miedos.

“Actualmente, ir a un restaurante es un privilegio y una oportunidad para pasar un buen momento rodeada de la gente que quiero. Todavía tengo un poco la manía de mirar la carta con antelación, pero me dejo guiar por lo que me apetece y no por lo que tiene menos calorías. Ahora soy yo la que propone salir a cenar a mis amigos y enfrentarse a nuevos retos, y me siento inmensamente orgullosa cada vez que lo consigo”, cuenta Cristina Pintos.

Superar un TCA es difícil porque todo tu día gira en torno a la comida

Alma GarcíaActriz de 28 años diagnosticada con anorexia a los 14

“Creo que ha sido clave entender que lo esencial de ir a un restaurante es compartir con la gente, y no tanto la comida”, comenta Natalia García, que asegura intentar desplazar el foco del plato y, en cambio, estar más presente. Lo mismo que hace Laura Betés: “Es un momento de ocio, de disfrute, que además tiene toda una relevancia social. Intento buscar el equilibrio y entender que a nivel nutricional no pasa nada con una salida”.

Javiera Guerra explica que un restaurante puede ayudar al ofrecer opciones con porciones claras y descripciones sencillas, sin sobrecargar los menús con información que pueda generar ansiedad, como las calorías o etiquetas moralizantes del tipo “culpa”, “pecado” o “libre de”. “También sería valioso que haya siempre una alternativa equilibrada y flexible y, sobre todo, que los equipos de atención tengan una actitud cálida y no juzguen si alguien pide cambiar un ingrediente o dividir un plato”, cierra.

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