Una hora. Ni un minuto más. Cuando Oumar sufría uno de sus gravísimos ataques de asma, aquel era el margen que tenía su familia para llevarlo al hospital. Siempre llegaron a tiempo, pero si alguna vez no lo hubieran logrado…“No pueden seguir así, la vida de su hijo está en juego”, les dijo un día el médico. Tenían que mandarlo a un lugar con un centro sanitario que no estuviera a quilómetros y quilómetros de distancia y donde pudiera recibir un tratamiento en condiciones. Y así lo hicieron. Vendieron una propiedad y compraron un billete de avión. Gracias a aquello, su hijo no volvería a estar en peligro por su problema de salud. O eso pensaron.
Oumar (su nombre completo es Cheikhou Oumar Baldé) tenía solo 17 años cuando dejó atrás Fouladou, el pueblo al sur de Senegal donde creció junto a sus hermanos. Pero tras emprender el viaje que lo llevó a Italia y, más tarde, a Catalunya, la vida lo puso a prueba muchas veces más. Hoy explica todas las adversidades que tuvo que superar acomodado en una de las mesas del restaurante barcelonés La Pau (Josep Anselm Clavé, 19), donde es jefe de sala. “Estoy aquí gracias a toda la gente buena con la que me he cruzado”. Durante la conversación, repetirá varias veces estas palabras.
Mi madre me llamaba y le decía que todo iba bien, que podía estar tranquila
Llegó a Catalunya en 2015. Su tío vivía en Granollers y se alojó con él hasta que este tuvo que regresar a Senegal por motivos personales. Después de aquello, se quedó solo. Sin papeles, decidió probar suerte en Barcelona, donde durante mucho tiempo las ONG a las que acudió no le ofrecieron ayuda. Pasó varias noches al raso y, solo cuando la suerte le sonría, se cobijó en casa de algún conocido. Pasaba pocas veces. “Mi madre me llamaba y le decía que todo iba bien, que podía estar tranquila. Lloraba muchísimo y no quería preocuparla más”.
No tenía hogar y tampoco dominaba la lengua. Sus nociones de catalán eran muy básicas y la gente no lo entendía. Pero aquellos no eran sus únicos problemas. “Seguía empadronado en Granollers, donde estaba mi centro de atención primaria, pero no tenía dinero para coger el tren. Nunca intenté colarme, porque no tenía papeles y me aterrorizaba que la policía me cogiera”. Así que no recibía tratamiento. Y un día volvió a sufrir un gravísimo ataque de asma. Se encontraba solo en un parque y cayó al suelo. Estaba muy débil, llevaba días sin comer…
Cheikhou Oumar Baldé en la barra del restaurante
Por fortuna, un hombre pasaba por ahí y llamó a la ambulancia. No olvidará jamás a ese paseante ni a los jóvenes del servicio de emergencias que lo atendieron. “Antes de llegar al Hospital de Sant Pau y de asegurarse de que estaba a salvo, me compraron comida”. Cuando el médico lo visitó y conoció su situación, le regaló dos inhaladores y, tras advertirle que corría un gran peligro si no recibía tratamiento, le escribió una carta para que lo atendieran en Cáritas. A él también lo recordará siempre.
Fue a Cáritas con aquella epístola y lo mandaron a un centro de menores, pero todavía tuvo que enfrentarse a otros infortunios, como pasar una noche en el calabozo de la plaza España. “Creía que tendría que volver a Senegal”. Lo encerraron porque pensaban que se hacía pasar por menor, pero terminaron soltándolo. Después de aquello, Cáritas le adjudicó una habitación en la Sagrera y lo ayudó a conseguir comida. Tenía que ir a buscar los alimentos a plaza Catalunya y como seguía sin tener dinero para el transporte, iba andando. El paseo era largo, pero aquello era mejor que nada. Fue entonces cuando le hablaron por primera vez de El Llindar.
En El Llindar ayudan a jóvenes que son excluidos del sistema educativo y social por distintos motivos. Es una escuela de segundas oportunidades con más de 20 años de recorrido donde reciben formación, desde peluquería y mecánica a hostelería. “En mi casa se cocinaba mucho, mi padre había trabajado como cocinero en Mauritania. Por eso me decanté por la restauración”. Se presentó a unas pruebas a las que acudieron otras 120 personas y solo había una treintena de plazas. Parecía imposible conseguir una. “Cuando supe que me habían cogido no me lo podía creer. Aquella llamada cambió mi vida”.
En mi casa se cocinaba mucho, mi padre había trabajado como cocinero en Mauritania. Así que me decanté por la restauración
Las plazas de los estudios de cocina se habían agotado y terminó haciendo sala, pero dio igual. Gracias a una profesora, Mónica, se enamoró de la profesión. También quedó ensimismado con El Llindar y quiso saber quienes lo habían hecho realidad. No tardaron en presentarle a Begoña Gasch, directora general de la iniciativa, a la que preguntó cómo había hecho realidad un proyecto de aquellas características. “Se sorprendió. Ninguno de sus alumnos se lo había consultado jamás”.
Oumar fue un alumno implicado, pero no pudo realizar las prácticas en un restaurante como el resto de sus compañeros porque no tenía documentación. Las hizo en la escuela. “Fue duro. Me hacía mucha ilusión, pero acepté la situación”. No esperaba que le acabarían ofreciendo trabajo en la escuela-restaurante El Repartidor de El Llindar y que le ayudarían a conseguir el permiso de residencia. “Cuando lo supe me eché a llorar”. La pandemia detuvo el proceso un tiempo y no pudo contactar con la trabajadora social durante semanas. Pero salió adelante, como siempre. De aquellos meses de confinamiento recuerda el bonito gesto de una compañera de clase que le telefoneó y le dijo que se asomara a la ventana. “Abajo me esperaba su padre con bolsas del súper llenas de comida”.
Sala del restaurante La Pau
Han pasado dos años desde que se convirtió en jefe de sala de la Pau, el restaurante de cocina catalana que abrió la fundación El Llindar en 2022 para ofrecer una primera salida laboral a los jóvenes que estudiaban en su escuela. Ningún elemento de la decoración se ha dejado al azar: a la izquierda de la entrada, se alza una larga barra decorada con frases de los alumnos de la fundación; y hay varios cactus repartidos por el espacio. Con un exterior aparentemente hostil, pero un interior tierno, estas plantas son una metáfora de los chicos y chicas que allí trabajan.
Oumar cuida todos los detalles para que el servicio del restaurante salga perfecto. No le quita el ojo a las mesas ni un instante. Pero además de dirigir la sala, atender a los clientes y aconsejar sobre vinos —su religión no le permite tomar alcohol, pero se conoce a la perfección las botellas de la carta—, menciona otra función que considera esencial: hacer sentir a los jóvenes que trabajan con él como en casa. “Sus vidas no siempre son fáciles e intento ayudarlos y comprenderlos. Quiero que cuando estén aquí, estén bien. Para mí son como de la familia”.
En 2022, abrió su primer restaurante en Mboro, al oeste de Senegal, con empleados en una situación de fragilidad social o económica. Ya lleva tres. “He seguido el ejemplo de La Pau y el Llindar. Quería que otras personas pudieran tener las mismas oportunidades que yo tuve. La gente que está allí se arriesga a subirse a una patera, a cruzar el Sahara o a saltar vallas para llegar a Europa porque no tiene alternativa. Si no impulsamos proyectos sociales como este en esas zonas, seguirá ocurriendo”. Ahora, compagina su trabajo en La Pau con la dirección de los establecimientos del Senegal, que gestiona con ayuda de un socio, y la actividad teatral, otra de sus pasiones. “Mi próximo reto es fundar una escuela de segundas oportunidades como El Llindar, que será totalmente gratuita”.
Oumar no sueña con ser el mejor jefe de sala o un restaurador de prestigio. Tampoco anhela convertirse en una estrella de teatro. Sus modelos son el paseante del parque que llamó a urgencias, los chicos que lo asistieron en la ambulancia o al médico que le regaló los inhaladores. También la compañera de clase que le llevó comida durante el confinamiento o los profesores de El Llindar. Ahora quiere ser él quien ayude a los demás.

