El Vaticano es arte, fe, poder. Pero también es sabor. Más allá de sus basílicas y frescos inmortales, hay otra herencia menos conocida: dulces tradicionales que, generación tras generación, han endulzado la vida de quienes rezan, celebran y viven allí.
Doce años después de que Jorge Mario Bergoglio, nacido en Buenos Aires, se convirtiera en el primer Papa latinoamericano, el Vaticano se prepara para un nuevo capítulo. Mañana los 133 cardenales electores se encerrarán en la Capilla Sixtina para elegir al nuevo pontífice. Mientras tanto, fuera, los dulces centenarios del Vaticano alivian la espera. Uno de ellos es la crostata de ricotta, un pastel sencillo con su relleno cremoso de queso dulce y su corteza dorada y crujiente.
Aunque nació en Sicilia, fue en el gueto judío de Roma donde encontró su hogar, con versiones que mezclan cacao, anisetta o cerezas silvestres. Hoy es uno de los sabores que más se repiten dentro de los muros vaticanos, en las cafeterías que rodean la Basílica de San Pedro y en panaderías legendarias de Roma.
Uno de esos lugares es Il Boccione, la panadería kosher más antigua del gueto judío. Abierta desde 1815 la lleva la misma familia Limentani desde su fundación. Il Boccione guarda la receta de la crostata que, dicen, nació en el siglo XVI, cuando un decreto papal prohibió a los judíos vender productos lácteos. Para sortear la ley, los pasteleros escondieron la ricotta bajo una tapa ennegrecida. Así nació la crostata de ricotta e visciole, una combinación de ricotta cremosa y el sabor intenso y ligeramente ácido de las guindas silvestres.
Y para hacerse una idea de los dulces que han alegrado las jornadas del propio Papa Francisco, basta con abrir The Vatican Cookbook, que recoge más de 80 recetas favoritas de papas y dignatarios. Entre ellas, se encuentran los alfajores y el dulce de leche, esos sabores de la infancia argentina que Francisco siempre llevó consigo.