Más de la mitad de las personas que comparten piso en España preferirían vivir solas, según un informe del portal inmobiliario Fotocasa. Lejos quedó la imagen que en los años 90’ popularizó la serie Friends , con amigos que comparten risas en un salón común. En ciudades como Madrid y Barcelona, donde la independencia se ha convertido en un lujo inaccesible para muchos, cada vez son más los inquilinos que se aíslan y transforman sus habitaciones en microapartamentos donde trabajan, descansan, estudian e incluso reciben visitas. En los colivings, la cocina se ha convertido en el único espacio donde compañeros de piso pueden llegar a coincidir el tiempo suficiente como para iniciar una conversación.
Desde que alquila una habitación en el barrio madrileño de Nuevos Ministerios, Juan, de 39 años, ha visto pasar a más de ocho compañeros de piso. Fue solo con dos de ellos, Luis e Inés, con quienes –a pesar de no haber coincidido por elección y tener en común poco más que el código postal– logró construir una amistad que trascendió su convivencia. “Gran parte de nuestra interacción surgió en base a la comida”, recuerda Juan en diálogo con La Vanguardia . Sus encuentros en la cocina dieron lugar a un intercambio cotidiano que generó entre los tres desconocidos la confianza suficiente para sentarse a compartir una cena y, con el tiempo, generar una rutina que fue “lo más parecido a estar en familia”.
Más de la mitad de las personas que comparten piso en España preferirían vivir solas
En la cocina, Juan enseñó a Luis la diferencia entre cortar una cebolla en juliana o brunoise . Luis, un alicantino con un cuñado venezolano, le mostró a Juan su técnica para preparar arepas. “Inés no es una gran cocinera, pero sabe organizar muy bien”. Cada viernes, cuando los tres salían temprano del trabajo, ella se encargaba de comprar pasta fresca. “Cuando le avisábamos que estábamos por llegar, ponía el agua a hervir y los tres comíamos juntos, viendo alguna serie o lo que fuera”. Originaria de Pamplona, Inés también fue quien introdujo a Juan al pacharán, el licor típico de Navarra.
“Compartir comidas es una de las formas más antiguas de crear vínculos, sentido de pertenencia y comunidad”, explica Mireia Masià, psicóloga del centro Júlia Farré, especializado en psiconutrición. “Es en estos momentos alrededor de la mesa donde se generan espacios íntimos que fomentan compartir recuerdos, vivencias y las frustraciones del día a día”.
Compartir comidas es una forma ancestral de crear vínculos, según la psicóloga Mireia Masià
En Barcelona, Marta alquila una habitación con baño privado en el barrio del Eixample y comparte piso con otras seis personas. “La ubicación es excelente y que esté gestionado por una empresa lo hace muy práctico”. El piso cuenta con una amplia terraza, una sala con televisión y un salón comedor. “Casi nadie utiliza las zonas comunes, salvo por la noche, cuando la cocina se llena”.
Las dos neveras y los estantes están etiquetados con números correspondientes a cada habitación, para evitar confusiones o conflictos por la comida. Marta logró hacer amistad con una compañera de El Salvador, una de las pocas personas que, al coincidir en la cocina, se interesaba por cómo había sido su día. “Con los demás no he conectado mucho, ya entendí que no les apetece socializar”.
Cada inquilino dispone de sus propios utensilios de cocina y, por lo general, no se comparte nada más allá de lo que ya había en el piso. La única excepción fue Marta, que compró una freidora de aire. “Avisé en el grupo de WhatsApp para decir que no me molestaba que la usaran, pero que por favor la dejaran limpia, porque a veces la dejan sucia”. La empresa que gestiona el piso —que también administra otros seis en Barcelona— ofrece un servicio de limpieza quincenal. Sin embargo, para Marta no es suficiente para mantener el ambiente tan limpio como le gustaría. “Podría ser peor, pero la realidad es que muchos no terminan de lavar lo que usan; hay ollas que llevan varios días sucias”.
Etiquetar las neveras y los estantes en pisos compartidos es una estrategia común para evitar conflictos
La falta de limpieza en pisos compartidos no solo es un tema de orden, también puede afectar a la salud. “Con la gente con la que compartimos piso no siempre hay confianza o un conocimiento profundo, por lo que desconocemos sus hábitos de higiene”, explica Mario Sánchez, tecnólogo alimentario. “Al final son muchas manos abriendo y cerrando la nevera, tocando nuestros productos”. Aunque cada uno controla su propia comida, advierte que si alguien descuida un alimento y este se estropea, puede afectar al resto. “El ambiente es el mismo; aunque la comida esté en su balda, un moho, por ejemplo, se transmite por esporas en el aire. Y eso sin contar los olores desagradables”.
En un piso del barrio de Sagrada Familia, los conflictos entre Marina y Antonela comenzaron en la cocina. “Cada vez que iba había platos y ollas sucias”, recuerda Marina. El problema se agravó en verano, cuando apareció una plaga de insectos. “Mi compañera tenía muchos envases abiertos y comida en mal estado que no tiraba. Finalmente, tuve que limpiar todo yo sola para evitar que lo que yo comprara se contaminara”. Con el tiempo, Marina empezó a comprar menos comida. “Me daba tanto asco comer en mi propia casa que gastaba un montón de dinero en comer fuera casi cada día, perjudicando mi economía y también mi alimentación”.
La situación llevó a Marina a desarrollar una serie de hábitos que acabaron por crearle una mala relación con la comida. “No tenemos que entender la comida solo como algo que nos nutre, sino como un acto íntimo, ligado a cada uno, al autocuidado y la identidad propia de cada individuo”, señala la psicóloga Mireia Masià.
Juan, en Madrid, no logró crear otro vínculo como el que había forjado con Luis e Inés, no por falta de ganas o intentos, sino porque la conexión simplemente no fluyó con sus nuevos compañeros. “De pronto, me encontraba con gente calentando a fuego bajo un poco de aceite para luego tirar un filete de ternera; no me llamaba la atención para nada. Lo único que quería era apurarme y sacar la ropa del tendedero para que no se impregnara del olor que desprendía”. Aunque ya no vivan juntos, aún se reúne a comer con Luis e Inés. “Fue algo especial”.