Aprender a comer con educación

Opinión

Estoy seguro de que, si este canal se llamara PENSAR, podría escribir un artículo parecido sustituyendo cuatro verbos, tres nombres y un par de ejemplos. También si se llamara CALCULAR, o HABLAR, LEER Y ESCRIBIR, o COMPRENDER LA NATURALEZA, o VIVIR EN SOCIEDAD… Subscribo cualquier manifestación a favor de la educación y todas las materias me parecen esenciales. También la alimentaria.

Porque no hace falta que les repita una vez más las escandalosas cifras de reducción en el consumo de alimentos tan directamente asociados a la salud como el pescado o la fruta fresca. Tampoco los datos que recogen las encuestas de hábitos alimentarios, especialmente entre los niños y jóvenes de entornos socioeconómicamente desfavorecidos, el abandono de la dieta mediterránea, el aumento vertiginoso del abuso de alimentos con una composición nutricional nefasta y la debacle espectacular en la práctica culinaria en los hogares que ha llevado a algunos de los que más datos tienen a pronosticar la inminente desaparición de las cocinas domésticas.

Aunque la excusa siempre es el precio o la falta de tiempo, es evidente que lo primero que hace falta para comer bien es educación. Me refiero a aquellas competencias básicas que todo individuo necesita para vivir, desarrollarse y relacionarse como persona en la sociedad de manera sana, plena y satisfactoria.

Para comer bien, además de tener acceso a los productos básicos se requieren una serie de conocimientos, habilidades y actitudes. Conocimientos sobre qué comprar según las necesidades nutricionales del individuo, familia o grupo, pero también según la temporada y la proximidad. Conocimiento sobre la tradición y su calendario asociado. Conocimiento aproximado sobre el coste de los productos, porque no tienen el mismo precio los garbanzos, los huevos, los jureles o las langostas, pero con todos ellos se pueden elaborar deliciosos platos proteicos.

De hecho, que el plato salga más o menos rico no dependerá del coste de la materia prima (otra cosa es que hay que pagar un precio justo a quienes producen nuestros alimentos para garantizar que lo hacen bien y continuarán haciéndolo). Si no de la habilidad para cocinarlo adecuadamente. Cuando alabábamos sus deliciosos guisos, mi abuela Pilar se quitaba importancia aduciendo que si lo que pones en la cazuela es bueno nada puede quedar malo. Pero ella era una cocinera extraordinaria (les aseguro que en su caso no se trata de un recuerdo idealizado). Tal causalidad no se cumple sin la suficiente capacidad de tratar adecuadamente cada producto en cuanto a manipulación, corte, temperatura y tiempo de cocción o teniendo poca gracia para combinar, maridar, equilibrar y harmonizar el resultado. Sin una buena mano se estropea cualquier cosa.

Judías pintas estofadas

Judías pintas estofadas

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Habilidad también se requiere para reciclar. La habilidad de ver en cada sobra la oportunidad de componer un nuevo plato y la pericia para hacerlo.

Es necesario, pues, saber y saber hacer… pero no es suficiente. También hay que querer, y a querer también se aprende. Son los valores y actitudes los que nos incitarán a preparar una sopa o una ensalada con el pescado o los garbanzos que quedaron de ayer antes que a destapar un nuevo procesado perecedero.

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Conocimientos, habilidades y actitudes. Saber, saber hacer y querer hacerlo para nuestro bien, el de la comunidad y el planeta.

Para pensar, para calcular, para comunicarnos, para comprender y actuar en el mundo. También para comer.

Ya ven, sé lo que hay que hacer y sé que hay que hacerlo. El problema es cómo. ¿Me ayudan?

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