Podía haberse limitado a ser una estrella. Ya lo había conseguido todo. Pero siguiendo la estela de Walt Whitman, un poeta al que Redford admiraba por su vitalidad y optimismo, él sabía que “contenía multitudes” y esas multitudes no cabían tan sólo en su papel de actor. Desde Hollywood, al igual que Paul Newman, su inolvidable e insustituible compañero en Dos hombres y un destino (1969) y El golpe (1973), empezó a mirar hacia la dirección. En 1980 realizó una película de tanto éxito como fue Ordinary People, reconocida aquel mismo año con cuatro Oscar, incluido el de mejor director. Mejor debut, imposible.
El objetivo era dejar de lado su papel de galán y ponerse tras la cámara. Eran tiempos convulsos en Estados Unidos. Especialmente en lo social, con la guerra de Vietnam coleando en la conciencia del país. Un momento que, para el cine, ha dado en llamarse el del “nuevo Hollywood”. Es el momento surgieron creadores inclasificables: toros salvajes o moteros tranquilos, parafraseando el título del libro que Peter Biskind dedicó a ese momento singular de Hollywood. Cuando los grandes estudios se dejaron seducir por directores como Coppola, Scorsese y Spielberg, entre otros, para cambiar las reglas del juego junto a cómplices como De Niro, Pacino y Jack Nicholson.
Siguiendo la estela de Walt Whitman, él sabía que “contenía multitudes” que no cabían sólo en su papel de actor
Pero ese momento mágico, con títulos como Taxi driver o la saga de El padrino duró poco. Pronto los estudios volvieron a lo suyo: al cine comercial de siempre. Pero Redford entendió que ahí, en aquella forma de entender la creación cinematográfica, no se podía perder. Dejó la batalla de Hollywood para construir, lejos de allí, otro espacio más de acuerdo con su talante y sus dotes. En 1981, un año después de su debut como director, dio otro paso en un camino que cambiaría el cine de raíz: eso que ahora denominamos el nuevo cine independiente.
Ese año Redford financió y fundó el Sundance Institute, en Park City (Utah), una población perdida en las montañas de Colorado, visitada tan sólo por esquiadores y alpinistas. Allí se gestaba, con los años, una revolución cinematográfica silenciosa llamada a cambiar la percepción del séptimo arte. De hecho “la revolución Redford”, si así queremos llamarla, se consolidó tres años después, cuando el modesto festival de cine alpino de Park City pasa a llamarse Sundance film festival. Así surgió y se consolidó una nueva manera de entender el cine tras el fracaso comercial del nuevo Hollywood. En Sundance el cine “indie” volvió a nacer.
En realidad, siempre ha habido un cine independiente en Estados Unidos, si por independiente se entiende que surge lejos de la influencia de los grandes estudios. Welles, por ejemplo, sería el padrino de ese tipo de cine y John Cassavetes su padre putativo. Cine paupérrimo de medios y grandes ambiciones artísticas. Un cine que, para existir y llegar al público, deben exceder en creatividad. Sin olvidar la la complicidad de los grandes estudios. Desde Sundance, Redford supo ver que ese cine independiente necesitaba del apoyo de los grandes nombres -estrellas de Hollywood- para llega al gran público. Y así nació una nueva manera de entender el negocio con el acento puesto en la calidad. Sin olvidar tampoco el glamour del viejo Hollyood, y su buen hacer. Una especie de alianza magica que tan buenos resultados tendría con el tiempo.
Ese cine independiente nacido en Sundance iba a dominar Hollywood de los noventa hasta la llegada de las plataformas, bien entrado el siglo XXI. Ese nuevo cine, surgido a la sombra de Sundance, y por lo tanto de Robert Redford, lanzaría directores como Steven Soderbergh (Sexo, mentiras y cintas de video, 1989) o los hermanos Cohen (Sangre fácil, 1984), y de una u otra forma apoyaría a otros directores como Quentin Tarantino (Reservoir dogs, 1992), Kevin Smith (Clerks, 1994) o Darren Aronofsky (Pi, 1998), por citar tan sólo a unos cuantos. El mismo Redford participó de forma colateral de ese cine mientras Sundance se consolidaba por sus propios medios.
En los años 2000 el Sundance film Festival se consolida como el mejor escaparate del cine más inquieto, y el instituto del mismo nombre acoge creadores de todo el mundo para trabajar en sus proyectos. Sundance se diversifica y se abre al cine documental, al corto y al cine internacional. De hecho, Sundance, con los años, se ha convertido en una marca internacional con eventos paralelos en Londres y Hong Kong. En ese tiempo, sin querer hacer sombra, Redford ha seguido en activo como actor y director, con sus propios proyectos, y su nombre estará para siempre ligado a la creación de algo que define, todavía hoy, lo que entendemos por cine, buen cine, cine independiente.
--