Las palabras pueden tener un significado claro o tener más de uno, que ganan por los sentidos figurados y otros mecanismos, y se convierten en polisémicas. El ejemplo clásico es del de banco, un mueble para sentarse; por el hecho de que lo usaban los cambistas, dio nombre a los establecimientos de crédito. También están las palabras homónimas, que son muy parecidas, pero tienen orígenes distintos. El DLE las ejemplifica con aya (niñera) y haya (árbol).
Alguien podría pensar que con los números esto no sucede, pero es una verdad a medias. Recuerdo el chiste de los chistes numerados, o el número 42, una cifra connotada a raíz de la obra Guía galáctica para autostopistas, de Douglas Adams, que es la respuesta que da una máquina sobre la pregunta definitiva sobre la vida y el universo. He ahí por qué el festival de géneros fantásticos de Barcelona se llama así: 42.
‘Ai! La misèria ens farà feliços’, estreno absoluto en catalán del uruguayo Gabriel Calderón
En la obra de teatro Ai! La misèria ens farà feliços, tres de los intérpretes mencionan cifras que el público no entiende. La primera vez es el personaje de nombre Joan quien dice: “Siempre empiezo el mes con el 122, que es optimismo, ganas, un poco de claridad, hiperfocalización en algunos temas, en fin, ese cóctel”. El público se imagina que se trata de alguna sustancia que administran a los humanos en un futuro no muy lejano. Los tres habían sido actores y ahora se ganan la vida como asistentes de los androides que hacen de actores. Los robots interpretan El gran teatro del mundo, de Calderón de la Barca, mientras en la sala de descanso los actores ahora asistentes recitan versos inventados, también de La vida es sueño (“Ay, mísero de mí, ay, infelice”, de ahí el título de la función), a la espera de los entreactos para ejecutar intervenciones técnicas.
La obra va avanzando y, aunque cada vez parece que entendemos más cosas, los giros hacen que los espectadores volvamos cada dos por tres a la casilla de salida... O más allá. No es fácil crear un teatro del absurdo que sea coherente. Lo curioso es que la obra está escrita originalmente en castellano, aunque el estreno absoluto es en catalán, en Temporada Alta y en el Teatre Lliure. Como el trujimán es Joan Sellent, no se nota que sea una traducción, como dice el crítico Andreu Gomila. Si les gusta el teatro, no se pierdan un texto y cuatro intérpretes en una eclosión interpretativa abrumadora, con una exhibición física que llega a la extenuación.
Pero aún no he mencionado al artífice: el uruguayo Gabriel Calderón. Como este dramaturgo ha tenido el honor de llevar al Festival de Aviñón la primera obra entera hablada en catalán, Història d’un senglar, ya no nos sorprende nada. En su caso, quizá tiene algo que ver con que sea homónimo del dramaturgo del siglo de oro castellano.