¿La literatura contra la inteligencia artificial?

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Sean conscientes o no, los escritores de 2025 ya trabajan con los grandes modelos de lenguaje: el autor analiza qué tradiciones de la historia de la literatura son más útiles ante el nuevo horizonte

Literatura e inteligencia artificial

Uno de los peligros de la aplicación de la IA en la literatura es que derive en modelo productivo industrial, de manera que prime la cantidad a la calidad sin respeto por los derechos de autor

Edmon de Haro

Para hablar sobre el estado de la literatura en 2025 conviene releer un texto de 1810: Sobre el teatro de marionetas (Acantilado), de Heinrich von Kleist. La pregunta central de esas páginas publicadas en el fugaz diario Berliner Aberndblätter  tal vez sea: ¿Qué podemos aprender de los títeres, de los autómatas? Según Kleist, su ventaja absoluta es que: “Desconocen la inercia de la materia, esa cualidad que es la más contraria de todas a la danza, porque la fuerza que los eleva en el aire es mayor que la que a la tierra los fija”. Y su “gracia” está en la ausencia de “afectación” y aparece de “la manera más pura en aquella constitución física humana que o bien no tiene ninguna conciencia, o bien tiene una conciencia infinita, es decir, en el títere o en Dios”.

Las marionetas, los autómatas, los robots, las inteligencias artificiales generativas, insinúa Kleist, aspiran a la elevación que provoca la ausencia de inercia, del peso de la materia, que es el peso de la tradición. La falta de conciencia, para el arte, insinúa, puede ser una bendición.

¿Es un cuento, un ensayo, un manifiesto, un diálogo al estilo platónico, una fábula? Han pasado más de dos siglos y todavía no lo sabemos. Ni es necesario que lo sepamos. Porque las dimensiones industrial, periodística y académica de la literatura se han empeñado en determinar la naturaleza de los textos. Pero la creación literaria ha resistido, defendiendo su indeterminación.

El paso del tiempo ha desdibujado el contexto de su escritura, pero Von Kleist no escribía en el vacío ni en la abstracción, lo hacía en contra de alguien muy concreto: August Wilhelm Iffland, actor y director del Real Teatro Nacional, que al parecer actuaba de un modo muy afectado, moviendo mucho las manos, y recomendaba ensayar frente a un espejo (como explica Adan Kovacsics en la nota preliminar de su traducción). Por todas las críticas que Von Kleist publicó contra él, que las autoridades consideraron que alentaban el boicot y los incidentes en la sala, el autor fue censurado. Y, víctima tal vez del efecto Werther, a los pocos meses se suicidó.

Hay un vínculo estrecho, fuerte, un tanto absurdo, entre la literatura que habla de máquinas y la muerte, que se remonta a Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, que fue publicada tan solo seis años después que Sobre el teatro de marionetas y en la misma atmósfera romántica. Un vínculo que fue derivando hacia todo un género, el de la distopía, que ha entendido sin equivocarse que las nuevas tecnologías — 1984, 2001: Una odisea en el espacio, Neuromante, Robocop, Matrix — serán siempre sinónimo de biocontrol social e íntimo; pero que incluye casi siempre también la eliminación de la vida humana, en lo que espero que se equivoque.

Las marionetas, uno de los recuerdos más típicos de Praga

Decía Von Kleist que la “gracia” de las marionetas es la falta de “afectación” que las hace “más puras”. ¿Será así en el caso de las IA? 

Getty Images/iStockphoto

Porque la inteligencia artificial, además de ayudar al espionaje ciudadano, a la desinformación sistemática o a la selección de objetivos bélicos, también nos está permitiendo entender la estructura de las proteínas o idiomas de hace 6000 años que hasta ahora no habíamos podido descifrar, en su desafío de nuestra traducción de todos los lenguajes del mundo, desde el matemático hasta el literario.

Tanto si usan conscientemente las nuevas herramientas como si no lo hacen, los escritores de 2025 están trabajando en estos momentos con los grandes modelos de lenguaje como contexto, como espejo, como contrapunto, como desafío. Por eso es necesario considerar qué tradiciones, qué modelos de la historia de la literatura y del arte son más útiles, como cajas de herramientas, ante el nuevo horizonte. El espectro de opciones es muy variado, pero tal vez se abre entre dos extremos: en uno de ellos se encuentra el modelo profético y conceptual; en el otro, el de la producción masiva e industrial.

El escritor que invoca ‘prompts’

Para la creación, hace más de cien años, de Los campos magnéticos (Wunderkammer), el primer gran poemario de la escritura automática surrealista, André Breton preparó una lista de títulos, a partir de los cuales Philippe Soupault y él invocaron sus poemas. En el modelo profético, místico, surrealista, conceptual, el autor deviene el intermediario entre lo humano y lo divino, la conciencia y el inconsciente, lo personal y lo colectivo. 

Se vuelve el interfaz que canaliza palabras ajenas, que proceden de un más allá, antes religioso, ahora algorítmico. Se trata del escritor o la escritora que se especializa en el nuevo arte del prompt, que es el de la invocación, para obtener los mejores resultados, las respuestas más literarias. La técnica y la intuición le llevan a sacar el máximo partido del misterioso espacio latente.

‘Expanded Voices’, proyecto del Barcelona Supercomputing Center junto a la cantante Maria Arnal, se centra en el espacio latente de los modelos de IA, en este caso de la voz humana

‘Expanded Voices’, proyecto del Barcelona Supercomputing Center junto a la cantante Maria Arnal, se centra en el espacio latente de los modelos de IA, en este caso de la voz humana

BSC

Como ha dicho Antonio Somaini en el catálogo de la exposición The World through AI (Jeu de Paume / JBE Books): “Una teoría de las imágenes y la cultura visual, hoy, necesita una teoría de los espacios latentes”. Ese concepto fundacional del aprendizaje automático y la IA, que define espacios de compresión, representación y mapeo algorítmico, es clave para entender la nueva naturaleza de los objetos digitales. En Stable Diffusion o Dall-E las imágenes son reducidas a vectores vinculados con conceptos (dimensión, color, luz, lentes de cámara, figura, fondo), cuya lógica es tan opaca como la “caja negra” que hay en el núcleo de las familias de algoritmos. Esa reducción, esa compresión, es una constante en el trasvase de lo analógico a lo digital. La imagen es descompuesta, analizada, convertida en matemáticas. Deja de ser píxel y se convierte en valores numéricos. Pierde el referente. 

/ Hay autores que se especializan en el nuevo arte del ‘prompt’, es decir, inventar una nueva escritura que despierte en la máquina su potencial más creativo

De modo que, dice Somaini, debemos cambiar la terminología crítica, las palabras de la tribu cultural. Ya no es válido hablar de mímesis, descripción o écfrasis. Tampoco de obra, en el sentido de resultado final de un proceso. Porque en el espacio latente la producción de imágenes es dinámica. Es un lugar de transformación. Es un laboratorio de alquimista. Un laboratorio esencialmente literario o al menos lingüístico, porque el protocolo más habitual para generar imágenes es a través de palabras, es decir, de prompts. Los artistas visuales y las cineastas se han convertido en escritores. Y los propios escritores, en ese nuevo contexto, se ven obligados a inventar una nueva escritura: la que despierte en la máquina su potencial más creativo.

Creatividad automática industrial

En el otro extremo del espectro de prácticas posibles de esa incipiente coautoría tendríamos el modelo industrial. Pienso, por ejemplo, en los copistas de libros de las editoriales romanas o de los monasterios medievales; en los talleres de grandes pintores del Renacimiento; o, más modernamente, en la época clásica de las editoriales de cómic Marvel o Bruguera, empresas que registraban los personajes como marcas propias y que mantenían con sus artistas y guionistas relaciones laborales ajenas a la idea de derechos de autor. Tras algunas décadas en que ese modelo entró en crisis, y se dignificaron en la medida de lo posible las profesiones creativas, el paso de las “obras” a los “contenidos” ha reeditado ese modelo productivo en nuestra época, que mantiene el viejo espíritu de la cadena fordista.

De la irrupción de las IAs generativas se podría decir que llueven sobre mojado. Como nos recuerdan Kate Crawford (en su Atlas de IA: Poder, política y costes planetarios de la inteligencia artificial, Ned Ediciones) e Hito Steyerl (en su propia obra artística y en su ensayo Medios calientes. Las imágenes en la era del calor, Caja Negra), han sido entrenadas a partir de gigantescos conjuntos de datos producidos por seres humanos, que han sido procesados y etiquetados también por seres humanos, por lo general trabajadores del Sur Global, en un contexto previo en que ya se había normalizado de producción industrial de textos e imágenes, que ahora se automatiza. Si el nuevo sistema se ha construido sobre lo misma estructura injusta –extractivista y precaria– del sistema anterior, es difícil que opere en él algún tipo de mejora moral.

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La cantidad se impone de nuevo sobre la calidad. Y el estándar ético sigue tendiendo a la baja. Un ejemplo de eso podría ser el de los “escritores fantasmas”. Los nuevos libros de encargo, escritos con la generosa ayuda de programas como ChatGPT, CoPilot o Gemini, encajan en una industria editorial en que ya era totalmente habitual la escritura de libros que firmaban personas que no los habían escrito. Se exige una regulación que explicite el origen algorítmico de textos e imágenes sin tenerse en cuenta que, durante décadas, si no siglos, ha existido un mercado desregulado de autorías ajenas.

La calidad se sacrifica en el altar de la cantidad: la obra maestra puede existir pero queda sepultada por toneladas de lenguaje aleatorio, críptico o absurdo

También se exige, legítimamente, el respeto de los derechos de autor, sin someter a examen crítico la trituradora de obras sin derechos de autor, sobre todo clásicas y populares, que alimenta las películas, series, cómics, álbumes ilustrados, novelas, óperas, proyectos musicales, festivales de teatro y otras formas narrativas y culturales. 

Sin olvidar que todo es un remix. Y que en las obras maestras hubo una apropiación de obras anteriores. Y que, si se vuelven clásicas, su destino es que se las apropien no sólo otros autores, sino la gran maquinaria de la cultura pop, es decir, popular, que ha existido siempre. Si examinamos, de hecho, el origen de algunas obras particularmente influyentes, como Hamlet, el Quijote o Las señoritas de la calle Aviñón, veremos que Shakespeare, Cervantes o Picasso basaron sus obras en narrativas y artes populares (noticias, novelas de caballerías, arte africano). De modo que es coherente su regreso espiritual a su propia genética de origen: su metamorfosis posterior en puro mainstream.

'Writing poetry with a computer es un ejercicio posthumano’, del mexicano Canek Zapata

'Writing poetry with a computer es un ejercicio posthumano’, del mexicano Canek Zapata

Canek Zapata

La lógica del nacimiento de la IA generativa es equivalente al de esa lógica cultural, pero acelerada, resumida y supuestamente anti-elitista. Se trata de una apropiación masiva de buena parte de la literatura y el arte, los textos y las imágenes, de la historia más o menos reciente. A partir de esa extracción se elabora un producto igualmente masivo y popular, sin pasar por el estadio intermedio de la obra maestra que deviene clásica. En el espacio latente no tiene sentido la singularidad. La generación automática multiplica exponencialmente las palabras, las imágenes, las secuencias, los párrafos posibles.

En ese laboratorio de alquimia es posible la obra maestra; pero lo más probable es que pase inadvertida, que no pueda ser identificada. Como en La Biblioteca de Babel, en algunas páginas de todos los libros imaginables hay frases con sentido, pero el sentido único, la calidad excepcional, son sepultados por las toneladas de lenguaje aleatorio, críptico, absurdo. La calidad se sacrifica en el altar de la cantidad.

La poesía contra la máquina

Esas estrategias posibles para que un creador se nutra de los grandes modelos de lenguaje –la conceptual o mística, la industrial– van a ir ganando territorio entre las profesiones creativas y culturales, junto con otras muchas que podemos o no intuir o imaginar. Pues la penetración de la generación automática de texto e imagen es transversal y absoluta, de modo que su presencia en nuestro ámbito literario es minoritaria, como lo es el uso artístico del lenguaje en el conjunto del uso social.

Por estar también en minoría dentro de las prácticas de la escritura y de la lectura, la poesía, cuyo mercado es residual, nos puede iluminar sobre el sentido profundo de la literatura ante el crecimiento del lenguaje procesado, automático. Su vieja esencia, que contagió a todos los géneros literarios durante la modernidad, estará más vigente que nunca y será sin duda reivindicada por quienes no opten por la integración sino por el apocalipsis. Por la literatura contra la inteligencia artificial.

Sostiene el matemático y músico Lluís Nacenta en Cálculo de metáforas. La confluencia de lengua y matemática en el siglo XXI (Debate), que los grandes modelos de lenguaje significan la confluencia de las ciencias y las letras, de las matemáticas y las humanidades, después de la separación que empezó en “un arco histórico que abarcara de Isaac Newton a Niels Bohr”. Puede llegar a ser cierto. Es una oportunidad que se abre y que ojalá aprovechemos. También es verdad que la precisión y el misterio son propios tanto del lenguaje literario como del matemático. Dudo, en cambio, que la metáfora se pueda calcular, porque está en su naturaleza atentar contra toda probabilidad estadística. Para constatarlo no hay más que pedirle a GPT-5 que produzca una metáfora original. Es totalmente incapaz.

La literatura debe seguir creyendo en la posibilidad de añadir metáforas que no existían previamente. Debe seguir defendiendo la calidad. Debe seguir construyendo espacios patentes (manifiestos, visibles) a partir de las latencias del lenguaje. Debe seguir aspirando a la materialización de ideas: a crear textos que sean ideas materiales.

Esas aportaciones son intrínsecas a la naturaleza de la literatura, que es tanto archivística, pues los mejores proyectos siempre proceden de algún tipo de archivo, como oracular: la poesía que importa, con una rara mezcla de precisión y de indeterminación, da respuestas posibles, atisba detalles del futuro, revela algo que no sabíamos de la vida. Sólo si reúne esas características, esos principios, tiene sentido una literatura asistida o co-creada con inteligencia artificial.

La instalación de Joan Fontcuberta sobre el Génesis en la pared del DHUB

La instalación de Joan Fontcuberta sobre el Génesis en la pared del DHUB

ÀLEX GARCIA

Donna Haraway diría que esa literatura –que puede predecir pero no es predecible; que es combinatoria como el propio lenguaje, pero no meramente estadística– nos ayuda a “seguir con el problema” de nuestra relación con el planeta y con nuestras especies compañeras. James Bridle, en la misma línea, nos diría que no se trata de pasar el testigo del control y el poder, de los humanos a las máquinas, sino de descentrarnos y descentrarlas, en clave de tecnologías ecológicas que puedan “conectar y reconstruir” teniendo en cuenta “todos los actores más que humanos” (Modos de existir. Más allá de la inteligencia humana, Galaxia Gutenberg).

La “gracia” de la que habla Heinrich von Kleist, aunque por momentos podamos detectarla en la danza de ciertos robots, en las imágenes de los creadores humanos que mejor están trabajando con la IA (como Joan Fontcuberta, Canek Zapata o Alicia Kopf) o en algunos videos hechos con Sora y otros sistemas, está de momento en el lado de la vida.

⁄ La poesía nos puede iluminar ante el lenguaje procesado: la literatura debe seguir defendiendo la calidad y ser capaz de crear metáforas nuevas

Así, al menos, así son las cosas ahora, a finales de 2025. Ya veremos qué ocurre cuando llegue la singularidad, la inteligencia artificial general, que probablemente será distinta a todo lo que hemos previsto. O cuando la inteligencia artificial se alimente de supercomputación cuántica. O cuando sea una realidad la biocomputación. O cuando sepamos si los microorganismos de nuestro intestino son tan importantes, o no, para nuestra creatividad, como los microplásticos que habitan no sólo allí, sino también en nuestros cerebros. 

Somos biología cíborg. Somos tecnohumanos y la literatura debe representarnos como tales, tanto en clave realista como de ciencia ficción, tanto si coopera con la inteligencia artificial como si, poéticamente, se rebela y dice: no. /

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Jorge Carrión es autor de tres libros sobre inteligencia artificial, el último de ellos Los campos electromagnéticos. Teorías y prácticas de la escritura artificial (con GPT-2, GPT-3 y Taller Estampa, Caja Negra, 2023)

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