Pero Del Toro sigue siendo el rey

108.º Giro de Italia | Etapa 17

El mexicano vence de rosa la etapa del Mortirolo tras una reacción de campeón

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Isaac del Toro grita con rabia al ganar en Bormio, con Carapaz y Bardet al fondo 

LUCA BETTINI / AFP

Era el Mortirolo pero no el Mortirolo que se hizo leyenda. No era exactamente el mismo puerto que descubrió al mundo a Pantani, aún con pelo, sin pañuelo en la cabeza, con las orejas salidas, sin perilla, en 1994. No era tampoco la vertiente del 2015, con la espectacular remontada de Contador tras pinchar, tan desatado subió que después se bautizó un tramo como la recta Contador. Era el mito empequeñecido, por Monno y no por Mazzo di Valtellina, pero la mística no se negocia. Bien lo sabe Richard Carapaz, ciclista grande por su valentía. Lo aprendió Isaac del Toro, que llegó a estar contra las cuerdas en el Mortirolo y acabó saliendo reforzado con un triunfo de campeón en un escenario imponente. Lejos de asustarse, cantó mejor que nunca.

Carapaz no perdona. Ha atacado en San Pellegrino, en el Monte Grappa, en Santa Bárbara y, claro, quiere dejar también su huella en el Mortirolo. Y el ecuatoriano, que ya ganó el Giro del 2019 sin ser el gran favorito gracias a su carácter agresivo y soñador, lo prueba donde lo tenía que hacer, en los últimos dos kilómetros del ascenso, los más duros. ¡Qué importa que falten casi 50 a meta! Carapaz va a por el premio gordo.

Cómo empezó y cómo acabó 

Carapaz le puso contra las cuerdas en el Mortirolo y el líder se defendió con un gran ataque en la última ascensión

Y por un momento parece que se va a salir con la suya, que va a dar la campanada. Nadie le puede seguir en su demarraje. Del Toro, de rosa, pierde contacto con Gee y Caruso. También Simon Yates parece más alegre que él. Se encienden las alarmas porque el ecuatoriano, que corona con 15 segundos, abajo los ha duplicado. Acaricia la maglia. Y el líder, nervioso, debe reaccionar. No ha podido solo, así que se apoya en su equipo, que se organiza bien pese a que Ayuso se ha quedado casi de salida. Frenan a McNulty, que iba escapado. Por detrás, entran Majka y Adam Yates. A la salida de L’Adda, a 30 de Bormio, neutralizan a Carapaz, que había hecho un grupo peligroso con Pellizzari y Einer Rubio.

El suspiro de Del Toro se oye casi en casa, en el Pacífico. Ufff. Porque si alguien esperaba que el joven mexicano saliese por la enfermería de esta gran etapa se equivocó. El chaval tiene agallas. Sí, lo pasó mal el martes después del día de descanso. Pero no ha dicho su última palabra. A sus 21 años es insolente e imprevisible. La mejor defensa es un buen ataque, piensa. Ahora se van a enterar. Y saca un chorro de voz de galán, como el de José Alfredo Jiménez, para gritarle al pelotón que él sigue siendo el rey, que pese a todos los obstáculos, con dinero y sin dinero, pese a su inexperiencia, sigue siendo el líder y tendrán que desbancarle.

De escalador a escalador

Hacía 23 años que un mexicano no ganaba en el Giro: desde Julio Alberto Pérez Cuapio

En el último puerto, Le Motte, de 3 km, no es conservador, no quiere correr a expensas de Carapaz, no busca quedarse a su rueda ni meramente resistir. Sino que le lanza el guante, le reta. Un ataque explosivo y potente, a su medida. Los dos se levantan sobre la bici. Se quedan solos. Cara a cara. El final, frenético, les favorece a ambos. Pero Del Toro baja como un poseso, apurando las curvas, cambiando el peso. Y le abre una distancia. Pocos segundos pero suficientes. Se va a por la victoria en Bormio, la primera en una grande, de rosa. 23 años después de Pérez Cuapio. Lo celebra con una reverencia pero también con rabia. Lo necesitaba. “No me doy por vencido. No tengo nada que perder”, proclama. Y suena a ranchera y a aviso para los que quieran desbancarle: sigo siendo el rey.

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