“Esto es como su Feria de Abril, ¡no me imaginaba!”, comenta un colega andaluz inmerso en la algarabía, el color y el ruido del circuito de Assen, un poco antes de la carrera. Centenares de autocaravanas y tiendas de campaña en los alrededores, niños muy pequeños con las protecciones auditivas de la mano de sus abuelos, animados cánticos en la grada y pancartas de todas las nacionalidades demuestran que una afición no se improvisa, por muy pérsico que uno sea, y dejan claro por qué se le llama a este lugar la catedral del motociclismo –tienen carrera ininterrumpidamente desde 1949–. La Grada 93 (fans de Marc Márquez) y La Grada de Àlex (de su hermano) entretienen a la gente desde días antes (“si no, sería muy corto, no se hace un viaje tan largo para 45 minutos”). Muchas escuderías ya no tienen azafatas con paraguas, las de otros son equiparables a las de las ferias y congresos pero aún se ven algunas –un equipo tiene a Onlyfans como espónsor– cuyo aspecto podría perfectamente levantar un debate feminista.

Las motos se montan y desmontan después de cada uso
Las motos se desmontan y montan enteras tras cada entrenamiento. La espectacularidad y rapidez de la operación solo rivaliza con el despliegue inicial de los tráilers –a los que aquí llaman 'transformers'– cuando llegan al lugar y se convierten en oficinas, garajes, restaurantes o elegantes salones con champán y aire acondicionado donde se firmarán contratos. Hay hasta impresoras 3-D “porque a veces necesitamos piezas para la moto y hay que fabricarlas”, señalan en Ducati, como si fuera lo más normal. En los boxes, los mecánicos siguen la pantalla con los resultados de los entre 250 y 300 sensores que cada piloto carga en la joroba mientras compite (presión, temperatura...). Cuando vuelve el piloto hasta nueve técnicos -caso de Marc Márquez- se acercan a escuchar sus impresiones de la moto, y sobre ese feedback realizarán luego sus cambios y retoques en la máquina. Es tan importante ese momento que Marc ha aprendido italiano para comunicar sus sensaciones al equipo de la manera más precisa -diríamos incluso literaria, salpicada con todo tipo de metáforas y comparaciones.
“Mamá dice que a veces Àlex se me acerca mucho”, bromea Marc
“50.000 más”, dice una voz femenina en un equipo, que cuantifica a grosso modo el precio en euros que les va a costar cada caída. De los pilotos afectados, se asume que “están llenos de tornillos, viven varias lesiones a lo largo de su carrera, conviven con el dolor”. “Sí, hubiera preferido estar en el sofá, tras las caídas en los entrenamientos, eso me pide el cuerpo, pero hay que competir”, nos dice Marc Márquez con la herida en su barbilla bien visible. Este domingo, además, su hermano Àlex se ha caído y se ha roto la mano izquierda. Hoy no está Roser, su madre, pero sí otras que miran las pantallas con cara sufriente, como de pensar '¿por qué no se habrán hecho médicos o profesores'.
Iván Silva, de MT, cuenta que confeccionan cascos a medida, y para ello se escanea la cabeza de cada piloto, que luego los customiza con pinturas, “son su reducto de libertad” porque ahí, en la cabeza, pueden lucir emblemas o guiños personales, a diferencia de lo que les sucede en el cuerpo, con los totalmente esponsorizados monos de piel de camello, que en otro box remendan un grupo de costureras high-tech.
En los paddocks de los equipos, en todas las categorías, hay más pilotos que compiten gratis –a varios les sale incluso a pagar– que cobrando. Los padres de Márquez –vemos a Julià, que abraza doble, al hijo mayor y al menor– son el ejemplo del éxito pero hay otras familias modestas que, con similares sacrificios, se han quedado solo con las deudas.
Los chavales más jóvenes, como Diogo Moreira (que ha ganado, por primera vez, la carrera de Moto2), José Antonio Rueda o Ángel Piqueras charlan en el hospitality de Estrella Galicia con sus ídolos, el líder y el colíder de la cometición. La marca presume con razón de cantera potente y Marc Márquez señala la importancia de apoyar a los chicos: “Conmigo están desde el 2011, cuando no era nadie”.

Marc Márquez, en el 'hospitality' de su patrocinador, Estrella Galicia
Marc bromea, antes de la carrera, con su hermano Álex (“a veces mamá dice que se me acerca mucho”) y este le responde presumiendo con retintin de su cena a solas con el CEO del grupo, Ignacio Rivera Quintana, porque “me prometió que me invitaría cuando ganara una carrera”, cosa que sucedió en Jerez. “Estoy un poco celoso”, comenta Marc. El brasileño-catalán Moreira admite que “para estar aquí, tienes que dejar la fiesta, y perderte muchos momentos con los amigos”. Àlex le consuela: “Otros lo hacen porque están estudiando, es lo mismo, aquí hay otras recompensas”. Entre sus mayores sacrificios de cuando corría en Moto3 estuvo “no comer”, una dieta estricta para no pasarse del peso adecuado y no lastrar la moto.
Àlex dice que “Marc quiere ganar y yo quiero ganar, es lo más bonito que te puede pasar, estar compartiendo esto con un hermano”. Dicen los entendidos que sí, que los hermanos Márquez compiten. Los neófitos que los vemos acercándose y alejándose, oscilando frente al tartán, diríamos, al contrario, que bailan entre ellos.