Hay deportes que se celebran en una burbuja, que transcurren en otro planeta; otros, en cambio, huelen a tierra y verde, a hojarasca. También a chamusquina, como esta decimoséptima etapa de La Vuelta que arrancó en Valdeorras y penetró en el corazón del Bierzo. Entre el Godello y la Mencía hay kilómetros de ceniza, tierra quemada, paisajes apocalípticos. Fotografías coloridas que ahora son en blanco y negro, entre la vida y la catástrofe, y que son el marco de la victoria inolvidable de Giulio Pellizzari, una de las nuevas joyas italianas, de solo 21 años, el más inteligente en la trampa de El Morredero.
El joven italiano, del Red Bull, ya fue sexto en el pasado Giro de Italia, y este miércoles consiguió el primer triunfo como profesional. Asfixiados llegaron los favoritos a la vertiente inédita de un puerto que vio ganar a Roberto Heras y Alejandro Valverde en el pasado, ahora más exigente: 8,8 kilómetros con rampas del 16 por ciento y una media del 9,7.
Vingegaard y su equipo, el Visma, dominaron las primeras partes del puerto, marcadas por un fuerte viento de cara que le pasó factura al portugués Joao Almeida, que se quedó a falta de 5,8 kilómetros. A vista de pájaro, espoleado por la multitud de compatriotas que le apoyaron con la bandera de su país, se recompuso y logró conectar de nuevo con el maillot rojo apenas 400 metros después.
Si Almeida estaba con la lengua fuera, Vingegaard no podía ni con su alma. Y en esa tregua –incluso ambos charlaron en los últimos kilómetros-, el más hambriento fue el que se llevó el pastel cuando el verde daba paso a la ceniza. Pellizzari se escapó con el descaro de la juventud y no miró atrás, donde reinaba el caos. Nadie tiró porque nadie podía, como si cada maillot fuese una malla de fuerza. La ventaja fue aumentando hasta alcanzar los 30 segundos. Puño en alto y grito sonoro. El triunfo fue suyo.
Tom Pidcock llegó a los 16 segundos y Jay Hindley, a los 18. El danés le sacó otro dos segundos al portugués, y ahora ambos están separados por 50 a la espera de la contrarreloj de este jueves en la tierra llana de Valladolid. Un western.
Esta Vuelta está luchando contra viento y marea. La marea de las protestas contra la participación del equipo Israel Premier Tech que están dinamitando la ronda ciclista. Antes de empezar la etapa, los corredores dijeron basta. Los capitanes acordaron que, si de nuevo se ponían en riesgo su seguridad, se bajarían de la bicicleta. El Ayuntamiento de Madrid acordó, justo después, contar con más de un millar de fuerzas del orden para la última jornada el domingo, mientras distintas organizaciones distribuían por las redes las convocatorias para hacer ruido el día del juicio final de La Vuelta.
La tregua entre los dos favoritos también fue la de las protestas contra el Israel Premier Tech. Las hubo, con banderas de Palestina en Ponferrada, cuando restaban 28 kilómetros, y los nombres de los niños muertos en Gaza pintados sobre el asfalto para dar la bienvenida a los ciclistas a esa tierra con historia como es el Bierzo. Pero no hubo alteraciones como en otras jornadas. Hubo lluvia, viento, una escapa de 80 kilómetros que no llevó a nada, un final apocalíptico y una primera vez. Y dos treguas en medio de la tempestuosa Vuelta.
