El 29 de mayo de 1985 ha quedado tristemente marcado en la historia del fútbol. En Bruselas, en el estadio Heysel, se disputó la final de la Copa de Europa entre el Juventus y el Liverpool que dejó un trágico balance de 39 aficionados muertos y más de 600 heridos de diversa consideración.
A más de 1.500 kilómetros, en Madrid, ese mismo día se llevó a cabo la asamblea anual de la Federación Española, el Pleno del fútbol español, según la denominación habitual. Ajenos a la magnitud de la catástrofe, la inacabable reunión de representantes de clubs, federaciones, árbitros, entrenadores y jugadores aprobó varios puntos de trascendencia y especialmente la independencia de la Liga de Fútbol Profesional, que se desligaba del control federativo y asumía competencias para organizar las ligas de Primera y Segunda y los derechos de televisión.
La lista negra de cada equipo incluía a los árbitros que no quería ver en sus partidos
Cuando ya se cumplían once horas de farragosa lectura de artículos, con las consiguientes deliberaciones, y quien más quien menos ya solo aspiraba a acabar cuanto antes o directamente había abandonado la sala, llegó la noticia de Heysel. Se guardó un minuto de silencio y aún hubo tiempo (la asamblea duró 16 horas y acabó de madrugada) para decisiones apresuradas de última hora. Entre estas, obtuvo luz verde una de las medidas más reclamadas por el estamento arbitral: el fin de las recusaciones.
Resistían aún 104 asambleístas de los 261 iniciales y son los que pusieron punto final a toda una era del fútbol español. Con 84 votos a favor, entre ellos el del presidente azulgrana Josep Lluís Núñez, quedaron eliminadas para siempre las listas negras de árbitros que cada club podía enviar a la Federación al inicio de la temporada. El comité de designación, con el presidente arbitral José Plaza a la cabeza, recuperó la plena libertad para elegir el árbitro de cada partido. Seguramente fue una casualidad, pero “los datos son los datos” y ahí queda que las cinco últimas ligas hasta ese pleno federativo las habían ganado la Real Sociedad (2), el Athletic Club (2) y el FC Barcelona, mientras que las cinco siguientes, de 1986 a 1990, ya con el nuevo sistema, las ganó todas el Real Madrid. Justo en ese momento, en mayo de 1990, Plaza abandonó el cargo.
Durante décadas, las recusaciones, con diversos ajustes según el viento que soplaba, habían formado parte inseparable del fútbol español, como una peculiaridad más de un panorama que también incluyó el derecho de retención, las aperturas y cierres de fronteras a los futbolistas extranjeros, el escándalo de los oriundos...
Desde la óptica azulgrana el recusado más famoso fue el árbitro guipuzcoano José Emilio Guruceta, vetado a raíz del histórico penalti en un Barça-Madrid de Copa en el Camp Nou, en junio de 1970, y que solo a raíz de esta decisión asamblearia pudo volver a dirigir un partido del Barcelona, solo uno, tras quince años de castigo. Para empezar con suavidad lo enviaron a la final del torneo Ciutat de Palma entre el Barça y el Gremio de Porto Alegre, en agosto de 1985. Pero su desastrosa actuación volvió a indignar al club azulgrana. “No debe arbitrarnos nunca más, ni fuera ni en el Camp Nou, donde podrían producirse incidentes imprevisibles. Si nos lo vuelven a poner sería una ofensa imperdonable”, clamó el vicepresidente Nicolau Casaus.
Entre los sistemas de recusación más insólitos sobresale el que se implantó, por poco tiempo, en 1958. El comité designaba un árbitro con 21 días de antelación. Los clubs tenían una semana para vetarlo y entonces se nombraba otro, para el que aún había 4 días de margen para una nueva recusación. Este doble veto podía ejercerse cuatro veces en toda la Liga.
Durante muchos más años imperó el sistema de listas negras, las que proporcionaban (en teoría secretamente) los clubs a la Federación antes del inicio de la temporada. Hubo años con un límite, pero otros de manga ancha. En la temporada 1971-72, por ejemplo, el Zaragoza vetó a 14 de los 27 árbitros de Primera. Aquella temporada solo hubo uno aprobado por todos los clubs y el más castigado fue Guruceta: tuvo hasta 8 equipos (de 16) en contra y además tampoco podía pitar a la Real Sociedad, por proximidad.
También hubo sistemas de recusación sobre la marcha. A principios de los 60 se realizaba un sorteo puro y después de los partidos los clubs calificaban la actuación arbitral. Si un colegiado recibía un “pésimo” de seis clubs diferentes quedaba apartado de inmediato y perdía la licencia por un año. A finales de los 70 el Madrid hacía gala de no recusar nunca a nadie, hasta que en la 1983-84 sucumbió y decidió vetar al aragonés José Donato Pes Pérez.
Un caso curioso fue el del balear Antonio Rigo. Estaba considerado uno de los mejores árbitros y en la temporada 1967-68 no lo tenía nadie recusado. En aquel momento el sistema consistía en comparar la lista de árbitros preferidos por los dos clubs contendientes y designar al primero que aparecía en la parte alta de ambas listas. Rigo se hartó de arbitrar: intervino en las 30 jornadas de Liga y en todas las de Copa desde octavos hasta la final incluida. Era el número uno en la relación de favoritos del Barça, al que arbitró a menudo. Hasta que llegó la famosa final de las botellas (Madrid-Barcelona 0-1 en el Bernabeu). Ahí se acabó la suerte de Rigo, al año siguiente pasó de cero a seis recusaciones, según explicó él “porque el Madrid pidió a sus clubs amigos que también me castigaran”.