Hay tradiciones que no deberían perderse.
Me refiero a las vallas altas de nuestro país.
Ahí se han lucido Javier Moracho y Carlos Sala, allá por los ochenta y los noventa. Y Jackson Quiñónez, ya a principios de este siglo. Y Orlando Ortega, ya en la segunda década. Y en los últimos tiempos, Asier Martínez, un poquito más decaído en estos Mundiales de Tokio, apeado en la primera ronda.
Si nos aferramos a esa inercia, hay que creer en Quique Llopis (24). Hay que hacerlo cuando aparece en escena.
Hay que hacerlo a pesar de sus disparos al palo. Pues tantos sinsabores acumula, tantos contratiempos van, un recorrido entre la niebla de un lustro, cinco años para ver la luz.
Pero esa luz no se enciende.
Pues eso mismo ocurre en Tokio, en la final del 110 m vallas, otro disparo al palo: acaba cuarto, en 13s16, a tres centésimas del bronce que se lleva el jamaicano Tyler Mason.
(En el año del hundimiento de Grant Holloway, eliminado en las semifinales, otro estadounidense hereda su trono: Cordell Tinch firma 12s99).
-No voy a arrepentirme. Si miro mi carrera en perspectiva, solo puedo sentirme bien. Hace tres o cuatro años hubiera firmado esto-nos cuenta Quique Llopis, posado hierático, ni dicharachero ni compungido, es una esfinge cuando se expresa.
Si abrimos el foco, recordamos al gigantón Llopis trastabillándose en la quinta valla y desparramándose sobre el sintético, todo largo él, en la final del Europeo de Estambul, hace dos años, cuando acariciaba el podio de los 60 vallas: se lo habían llevado en camilla y luego en ambulancia, y un par de horas más tarde tuiteaba desde el hospital: “Todos tranquilos, que no me he hecho nada”.
O le vemos en este pasado invierno, renunciando a la final de otro Europeo en sala, lesionado en la final.
O le vemos, en fin, acariciando la gloria, que no alcanzándola, exactamente igual que ahora: cuarto en los Juegos de París del verano pasado, medalla de chocolate, esa también duele.
-Bueno, pero esta vez ha sido muy diferente -nos cuenta-. Hoy sí me he sentido luchando por el podio, no como en París. La lástima es que he tocado la primera valla. Ha sido inevitable: quería jugármela para mantenerme siempre en la carrera.

