Para los mitómanos del atletismo, entre quienes me incluyo, asomarse al hotel Prince, en la bahía de Tokio, es una experiencia sensorial.
Por ahí va y viene Donavan Brazier, sensacional ochocentista estadounidense, que es fino y ligero y camina de puntillas, apenas acaricia la moqueta. Le veo deambular por la recepción y pienso en pedirle una autofoto pero me despisto por un instante y el fenómeno se me escapa y lo dejo estar.
(En el subconsciente, aún me baila el recuerdo de aquel tipo que había ido a solicitarle una autofoto a Andre de Grasse: en respuesta, el velocista canadiense le había mandado a tomar viento...).
Luego distingo a Emmanuel Wanyonyi, el oro olímpico de París 2024. El hombre está parado en una esquina del lobby y esta vez no puedo contenerme y ahí que voy, a por la presa:
-¿Me permite una foto con usted?
-OK, hombre.
Nos retratamos.
Y luego, agradecido como estoy, le pregunto:
-¿Cómo puede usted correr tan deprisa?
-No sé: el trabajo, supongo que es el trabajo -me responde, y me despacha. Entiendo que es tímido, un tímido crónico.
(Horas más tarde, ya en la noche tokiota, Brazier y Wanyonyi se ganan su plaza para las semifinales del 800; también pasan Mo Attaui, que gana su serie en 1m45s23, y el sorprendente David Barroso, otro ganador de ronda en su debut en la alta competición internacional, en 1m44s94; la moto Mariano García se despide, cuarto con 1m47s09: “Ahora me toca subirme a la grada y animar a los otros”, se resigna en el vientre del estadio).
Mo Attaui, por delante de Lotti, Arop y Chapple, este martes en Tokio
Por la recepción del hotel también va y viene Chuso García Bragado, que ya está retirado del atletismo pero hace unas décadas, en 1993, había ganado el oro mundial en los 50 km marcha y que luego, durante años y años, ha llegado a disputar ocho Juegos Olímpicos.
Repito: OCHO Juegos Olímpicos.
En la cola de la cafetería, distingo a Yulimar Rojas (29), una figura alta y estilosa. Y esto ya es demasiado.
Bailotea Yulimar Rojas, un avatar, escucha la música de los auriculares que siempre lleva en las sienes, y me saluda amablemente pues me ha reconocido porque ya hemos conversado en otras ocasiones. La observo de cerca y parece algo nerviosa y es lo más normal del mundo: en unas horas regresa a escena, todo un hito para ella.
Hace un año y medio, durante una concentración en el CAR de Sant Cugat, Yulimar Rojas se rompía el tendón de Aquiles y así, prácticamente inédita, ha vivido hasta ahora.
-¿Ya cicatrizó toda la herida y la cirugía? -le pregunto.
-Todo está bien.
Yulimar Rojas, en pleno vuelo, este martes en Tokio
-¿Y cómo ha cambiado su vida en este tiempo, desde la lesión?
-Ooooh. He aprendido a mirarlo todo desde otra perspectiva. Creo que he madurado. He modificado mis valores, veo las cosas que son más importantes, pienso en pasar el tiempo con los míos, en estar sana y ser feliz. No todo es atletismo.
Y luego se disculpa, “volvemos a vernos en un rato”, me dice, ya tiene el café en la mesa. Se sienta a solas y se sumerge en su reguetón y en sus pensamientos: tiene que competir ocho horas más tarde, hoy es un día clave para ella.
(...)
Han transcurrido las ocho horas y Yulimar Rojas se exhibe en su regreso al ruedo.
Sale al escenario, saluda a la concurrencia que se agrupa en el foso de saltos, en la contrarrecta del estadio. Se proyecta una sola vez hacia adelante. Apenas se compromete durante seis o siete segundos de concurso.
Hop-hop-hop.
A la primera se va hasta 14,49m. Supera la mínima de acceso a la final (estaba en 14,35m). Recoge los bártulos y se marcha por donde ha venido.
No le afecta la atmósfera del Estadio Nacional de Japón, con sus 50.000 curiosos, ni el tiempo que vivió desconectada del atletismo, ni el eco que a veces le resuena en el Aquiles, un susto y un dolor y un sinvivir que solo se apaga con el tiempo.
El dolor se apagará, acaso, con un nuevo título en la final del triple, el próximo jueves, a las 13.55h, hora española. Sería el quinto, lo nunca visto en la disciplina, nadie la dominó así, ningún hombre, ninguna mujer.
Menuda rareza es esta mujer que un buen día, cuando era una cría, había enviado un email a Iván Pedroso, su técnico en Guadalajara, para preguntarle:
-¿Qué debo hacer para que me entrenes?
(Y a día de hoy, ¿qué más sabemos del atletismo venezolano?).


