Gabriel, dale abrazos a tu Àlex

por la escuadra

Gabriel, dale abrazos a tu Àlex
Redactor de deportes

Decenas de éxitos personales, deportivos (fue un magnífico nadador) y profesionales distinguieron a Gabriel Masfurroll, empresario sabio, hombre altruista que nos dejó la semana pasada a los 72 años. Todo lo hizo bien, incluido el cultivo de las relaciones personales, y de este último rasgo nos hablaba en estos días el doctor Jaume Llopis i Casellas, vicepresidente de la Real Academia Europea de Doctores, en este diario:

“En el trato personal, Masfurroll era cercano, directo y profundamente humano (...) No cultivaba amistades superficiales ni relaciones instrumentales. Valoraba la lealtad, la sinceridad y el tiempo compartido. Por eso, sus amistades eran duraderas y auténticas”.

Con Gabriel Masfurroll, los temas eran deportivos: la vela, Lamine Yamal, Alcaraz, su natación

Pienso exactamente lo mismo que el doctor Llopis.

En los diez años que nos tratamos, mantuvimos una correspondencia cordial y, sobre todo, fiel. Con frecuencia, Gabriel Masfurroll, un pionero en el sector sanitario privado que presidió Clínicas Mi, fue vicepresidente del Barça y estuvo detrás de la contratación del pequeño Messi, me escribía para compartirme alguna de sus reflexiones o para comentarme alguna de las piezas que había publicado. Siempre era elegante en el trato, también un optimista.

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Los temas eran variopintos, a menudo deportivos. Opinaba sobre vela, Lamine Yamal, Carlos Alcaraz o la candidatura de Juan Antonio Samaranch a presidente olímpico. Opinaba sobre los premios Laureus, cuya fundación había presidido en otro momento.

Algunos días, ya en su lucha contra el cáncer, me contaba que había nadado otros 2.000 metros. Lo hizo por última vez el 11 de octubre, cuando quiso comentarme un reportaje sabatino, el Vuelta y Vuelta que le habíamos dedicado a Cesc Granada, ex waterpolista y nadador en aguas abiertas.

Gabriel Masfurroll, en el 2019

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Masfurroll me decía:

–Soy un paciente con cáncer sano. Nado bastante pero es otra natación, no miro relojes, ni tiempos, ni metros. Me meto en la piscina y nado, fluyo y me siento bien (...) Me encuentro bien, me apetece, lo hago. Es otra vida. Es mi otra vida. Abrazo fuerte.

Se despedía compartiéndome uno de los artículos quincenales que escribía en Marca, y que siempre dedicaba a su hijo Àlex, fallecido en 1985, cuando solo tenía tres años. Cada uno de aquellos textos era un ejercicio de pedagogía educativa, eran las palabras que un padre dedicaría a su criatura, al abrigo de la chimenea, de noche, tras la cena.

Como un himno o un lema, todas sus columnas repetían el mismo cierre:

–T’estimo, Àlex.

T’estimo, en catalán, en Marca.

Dondequiera que estéis, Àlex y Gabriel, ahora ya estáis juntos.

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