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Los trenes dan mucho juego para problemas matemáticos sobre distancias, horarios y velocidades. También para dilemas morales. Uno de ellos es del tranvía, creado por la filósofa británica Philippa Ruth Foot, en el que se plantea la tesitura de sacrificar una vida por un bien mayor. Vamos, como le ocurre estos días al Gobierno con otro asunto de ferroviaria actualidad, el de Talgo.
En qué consiste el dilema de Foot. Imagínate en un cambio de agujas ferroviario, agarrando la palanca que permite dirigir la circulación. Un tren se acerca a toda velocidad hacia un grupo de cinco aplicados operarios que trabajan sobre la vía. Tienes la opción de mover la palanca y desviar el tren. El problema es que en el nuevo trayecto hay un humilde trabajador apretando tuercas, ajeno a lo que puede ocurrirle. De no intervenir, los acontecimientos seguirán su curso y morirán cinco personas. De hacerlo, salvarás a las cinco a costa de provocar la muerte de alguien a quien no le estaba reservado el fatídico destino. ¿Qué hacer? ¿Salvar a los cinco? ¿Ajusticiar al solitario? Esa es la cuestión, salvo que uno prefiera desentenderse del asunto y coger el avión --Vueling acaba de cancelar la ruta entre Barcelona y Madrid, cuenta aquí Maite Gutiérrez--.
La empresa Talgo es un tren que avanza por las vías del mercado cuesta abajo y sin freno hacia su venta. Así es, y la causa está en que tiene unos accionistas que han promovido activamente la desinversión, sobre todo el fondo Trilantic, que tiene un 29% del capital. La familia fundadora, los Oriol, participa junto a Trilantic en Pegaso, la sociedad instrumental que suma un 40% y controla la empresa. Los Oriol no están mostrando ningún entusiasmo por seguir en el capital. Y a eso se añade la dejadez accionarial de los últimos años, en los que no se han hecho las inversiones necesarias mientras se aceptaban complejos pedidos para Renfe o Deutsche Bahn sin capacidad industrial para acometerlos. La misión del consejero delegado, Gonzalo Urquijo, es vender la empresa a cambio un millonario bonus.
La palanca del Gobierno. Talgo circula a toda velocidad hacia su venta, pero el Consejo de Ministros, como en el dilema del tranvía, controla el cambio de agujas. Es un instrumento poderoso del que se dotó a sí mismo en el 2020, consistente en un escudo antiopas que le habilita para vetar operaciones en empresas estratégicas. Nada que ver con aquel desesperado mecanismo de la Función 14 de la CNE con la que en el 2006 Zapatero intentaba detener la opa de E.ON sobre Endesa, fruto de la obstinación de Manuel Pizarro por rechazar a Gas Natural y buscar donde fuera otro comprador. En aquellos tiempos, apenas había forma de frenar un tren empresarial desbocado hacia su venta a un grupo extranjero. Por eso el escudo antiopas, recién renovado hasta diciembre del 2026, es un instrumento muy valioso para el Gobierno.
Primer dilema. En agosto del año pasado, el Consejo de Ministros desenfundó la palanca del cambio de agujas y desvió el tren de Talgo para impedir que los accionistas lo vendieran al consorcio húngaro Ganz-Mavag. Había tanto interés de Trilantic por los húngaros que el propio consejo de administración de Talgo dio al comprador todas las facilidades financieras. Sobre la mesa Hungría puso una opa de 5 euros por acción que valoraba el grupo en 620 millones de euros. Sin embargo, la presencia en el consorcio de un fondo estatal directamente controlado por Viktor Orbán y la palpitación de otros intereses prorrusos encendieron las alarmas. Habla aquí de ello Enric Juliana. La expresión descalificadora fue la de “riesgos insalvables para la seguridad nacional”. Los húngaros clamaron al cielo al ver descarrillar su plan y perjuraron que recurrirían ante Bruselas. Poco se ha vuelto a saber del asunto.
Próxima estación, Basauri. Desviado el tren hacia la vía estratégica, solo faltaba empujarlo hasta el apeadero vasco, informa Pilar Blázquez. José Antonio Jainaga, presidente de Sidenor y respetado empresario vasco, lleva tiempo reclamando presencia en la reactividad industrial. Ya intentó hacerse con la catalana Celsa y, a través de su firma Mirai, está creando un conglomerado de empresas industriales. Aliado con la BBK, fundación Vital y el fondo público vasco Finkatuz, ha ofrecido hasta 4,8 euros por acción únicamente por el 29,9% de Trilantic, condicionados en parte a la obtención de resultados concretos del plan estratégico. La Sepi aguarda agazapada, por si fuera necesario prestar asistencia. Esta opción tiene dos problemas: no garantiza capacidad industrial inmediata a Talgo para cumplir con los pedidos ni incluye una opa por el cien por cien, lo que deja con la miel en los labios a los accionistas que desean vender aprovechando la salida de Trilantic.
Segundo y auténtico dilema. Es aquí donde ha aparecido la opa de PFR, el fondo estatal polaco propietario de Pesa, el fabricante de trenes del país. El auténtico quebradero de cabeza. Su propuesta es por el cien por cien, lo que también facilitaría la salida de la familia Oriol y de otros accionistas minoritarios como Juan Abelló. PFR tiene bien estudiado el caso y se ofrece a conservar la sede española, a mantener la cotización en bolsa, a respetar las raíces vascas y a embarcar si fuera necesario a un inversor minorista local. Quiere crear junto a Pesa un “campeón europeo” del ferrocarril. Y para colmo, parece dispuesto a pagar más que Sidenor. Su propuesta, vista en frío, es la que mejor responde a las dos cosas que reclama Talgo: una solución industrial y una excelente salida para los accionistas.
El Gobierno se agarra a la palanca para desviar la trayectoria del tren. No solo eso. Maneja ya con tanta soltura el mecanismo antiopa que se toma incluso la confianza de ponerse a negociar con las potenciales víctimas repartidas por una y otra vía. Su actitud no es excepcional porque desde hace tiempo otros gobiernos de Europa también desvían la circulación de los raíles del mercado con desinhibida discrecionalidad intervencionista. Es el signo de los tiempos. Sin embargo ahora, con la aparición de una opa polaca, el cambio de agujas empieza a crujir.
Polonia no es Hungría, sino el país que defiende los principios de la UE y de la OTAN en el flanco geográfico más sensible. Vete a decirle a un socio que ha acogido solidariamente a millones de refugiados ucranianos que no le dejas abordar una operación de mercado en una supuesto empresa estratégica por la que hace no tanto desfilaban a sus anchas los fondos de inversión. Vete a inmiscuirte en exceso en una empresa de la que, a diferencia de Indra o Telefónica, no eres accionista. El acercamiento ha sido de guante blanco, de ello da cuenta la reciente reunión en Bruselas entre Pedro Sánchez y su homólogo polaco, Donald Tusk, días antes del anuncio de PFR.
He aquí la cuestión, 'to EU or not to EU'. El Gobierno debe elegir entre dos opciones. Primera: salvar la españolidad de Talgo a costa de sacrificar el libre movimiento empresarial europeo y de forzar quizá hasta el sobrecalentamiento el mecanismo antiopa. Segunda: propiciar una solución industrial y facilitar una opa para todos los accionistas a costa de sacrificar la españolidad de Talgo. El plan vasco es el favorito y el Gobierno parece decantarse por una solución intermedia. Consiste en desbaratar la opa de PFR sin necesidad de accionar la palanca antiopas a cambio de algún tipo de colaboración futura. Lo hace ahora que el informe Draghi apela a la importancia de crear grandes empresas continentales y que la ambición es facilitar los “Airbus europeos”. Como indica Blanca Gispert, el BCE está reclamando fusiones transfronterizas y la propia Comisión Europea entiende que el tamaño empresarial es una fórmula para competir con Estados Unidos y China. Son ideas que repite Enrico Letta en esta entrevista con Gabriel Trindade. Como escribe aquí Anna Buj, Europa quiere subirse al tren de la competitividad.
Esta semana, Carlos Cuerpo ha visitado Polonia para reunirse con varios ministros y zanjar el dilema. Les ha venido a decir que, si lanzan la opa, el Gobierno la vetaría, pero ha planteado una futura cooperación industrial con Pesa. Tras la visita, Pesa parece renunciar a lanzar la opa y las acciones de Talgo han caído con fuerza. Es un arreglo que ahorrará al Gobierno el comprometedor uso de la palanca antiopas en este delicado expediente. Habría sido interesante conocer qué habría ocurrido de seguir Varsovia adelante con su plan. ¿Qué argumentos habría esgrimido el Gobierno para vetar una propuesta de un aliado de la UE con una racionalidad empresarial probablemente más poderosa que la de Sidenor? A falta de “riesgos para la seguridad nacional”, solo quedaría un pretexto: la presencia de un Estado, el polaco en este caso, en el capital de la opante. Talgo dejaría de ser española, pero ¿no estamos en la UE? ¿Es suficiente este argumento sentimental para imponer un veto puro y duro? Por cierto, hoy concluye el plazo concedido por Trilantic para recibir ofertas y el otro posible aspirante, la india Jupiter Wagon, ha decidido que no entrará en liza.
Solución filosófica para evitar el atropellamiento. En el caso de Talgo, el dilema del tranvía es de carácter empresarial y político, de modo que no se ha resuelto con herramientas filosóficas, sino con la fuerza de los intereses. Sí hay en cambio un acercamiento más académico para el dilema del tranvía propuesto por Foot. Conforme a la posición deontológica, que tiene a Kant como principal exponente, es necesario guiarse por el deber, en busca de soluciones universales, autónomas y apriorísticas. Matar a cinco o a uno es solo cuestión de qué entendamos por lo correcto una vez analizados estos tres factores. Decidas lo que decidas, asegúrate de que aplicas estos principios. Atrévete a pensar por ti mismo, atrévete a decidir en tu mayoría de edad. Otra posición distinta es la utilitarista, la de Bentham y John Stuart Mill, que persigue el bien para el máximo número de personas. Salvar a los cinco procuraría el menor sufrimiento y la mayor felicidad en conjunto. Mátese solo uno, dirían los empiristas británicos.
Cuando se pregunta por este dilema, la mayoría de la gente se decanta por desviar el tren hacia el operario solitario y salvar a los cinco. Sin embargo, otra filósofa, la estadounidense Judith Jarvis Thomson, ideó una variante del problema del tranvía: no hay palanca, pero uno puede detener el tren y salvar a los cinco si agarra a una personas que tiene a su lado y la arroja contra la vía. Aquí se produce un cambio de percepción. La mayor parte de las personas considera inmoral esta solución. El Gobierno también debe tener cuidado con los objetos que arroja sobre la vía de este tren llamado Talgo.
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