Hubo un tiempo en el que las hegemonías, el ascenso de los imperios y sus caídas, se decidía en grandes combates navales. Aunque es cierto que en la actualidad ninguna gran potencia puede serlo sin un importante poderío marítimo, también lo es que el mundo ha cambiado.
El almirante Nelson recibe el disparo fatal
Trafalgar. La batalla de Trafalgar (1805) entre la flota británica y la francoespañola fue el pistoletazo –cañonazo más bien- de salida del dominio absoluto de los primeros en los mares durante el siglo XIX. El imperio británico se convertiría en las décadas sucesivas en el árbitro del mundo y la primera potencia mundial hasta bien entrado el siglo XX.
Una representación de un combate en la Guerra de Cuba
Venezuela. A la hegemonía del Reino Unido le sucedió la de Estados Unidos, aunque Washington ya había dado antes muestras de querer ser un gran poder regional. En 1902 ejerció el papel de mediador ante el bloqueo de las potencias europeas a Venezuela, una operación diplomática que le confirió un gran peso político, justo cuatro años después de la victoria en la guerra hispanoestadounidense.
Octavio Augusto
Accio. Roma también consolidó su rango de superpotencia de la Antigüedad en el mar. Julio César –ahora Santiago Posteguillo publica su tercera entra de la serie sobre el dictador- utilizó profusamente sus barcos en algunas de sus conquistas y en la guerra civil contra Pompeyo. Su sobrino e hijo adoptivo Octavio Augusto derrotó años después a las flotas de Marco Antonio y Cleopatra en la batalla de Accio y abrió la era dorada imperial.
Ilustración del artículo del 26 de agosto de 1835 en The Sun
La Luna. Otro tipo de navegación. La Luna siempre ha sido una fijación para los humanos y en 1835 el periódico estadounidense The Sun decidió aprovecharse de esa pulsión publicando reportajes en los que aseguraba que se había descubierto vida en el satélite, donde habitaban unicornios y humanos alados. Fue uno de los primeros bulos de masas modernos. EE.UU. puso en 1969 a la primera persona en la Luna con lo que todas esas historias quedaron desmentidas. O no.
Más allá
Francesc Cambó
Voces del pasado. La cuenta de instagram de Salvador Fabio López recoge filmaciones y grabaciones de sonido muy poco conocidas de personalidades del pasado de la historia de España, como esta comida de 1926 en la que participan un joven Franco y Millán Astray o estos discursos de Vicente Rojo, jefe del estado mayor del ejército de la República, de 1939, o de Francesc Cambó, líder de la Lliga, de 1935.
Por qué el mundo es tan feo. Es la pregunta que se hace en este vídeo Sheenan Quirke (The Cultural Tutor), divulgador de historia y arte, y creador de la newsletter The Aeropagus. Quirke se interroga sobre a qué se debe que el diseño industrial y el urbanismo del siglo XIX fueran exuberantes frente a la austera funcionalidad actual. Siglo y medio de cambios sociales, económicos y estéticos en un cuarto de hora. (con subtítulos en castellano)
Déjà vu
Robos sonados. No se puede decir que el robo, por parte de cuatro encapuchados, de las joyas de la corona francesa expuestas en el Louvre de la semana pasada sea el primero en la historia. De hecho, el mismo museo ha sufrido varias sustracciones, la última de las cuales fue una obra del pintor francés Camille Corot, en 1998, que aún no ha sido recuperada. Pero el robo más sonado en la institución parisiense tuvo lugar en 1911, cuando desapareció la Gioconda, una rocambolesca historia por la que fue detenido –injustamente- Pablo Picasso. El cuadro fue recuperado dos años después.
Al margen del Louvre, la lista de sustracciones es larguísima. Entre los más recientes destaca el robo de las joyas reales de la Bóveda Verde de Dresde (2019), los dos sufridos por el Museo Van Gogh de Amsterdam (1991 y 2002), el del Museo Isabella Stewart Gardner de Boston (1990, cuando los autores se llevaron trece obras de Rembrandt, Vermeer, Degas y Manet que no han sido recuperadas) o el de “El grito” y la “Madonna” de Munch (2004 y recuperados en 2006).
Retrato de Jacob de Gheyn III
Uno de los casos más extraños es el “Retrato de Jacob de Gheyn III”, de Rembrandt, de la Dulwich Picture Gallery (Londres), que ha sido robado cuatro veces entre 1966 y 1983, aunque en todos los casos se ha recuperado. El récord es tan llamativo que a esta pintura se la conoce como el “Rembrandt para llevar”. En Bélgica, por otra parte, el “Políptico de Gante”, pintado por Jan van Eyck, ha sido robado o expoliado en siete ocasiones (por ejemplo, por las tropas napoleónicas o por los nazis).
Con estos antecedentes y con las novedades tecnológicas actuales, lo sorprendente, pues, no es que alguien prepare y ejecute un plan para robar piezas artísticas, sino –y aquí se centran las críticas de la opinión pública francesa- que tenga éxito en una institución de la importancia del Louvre.
