Colonialistas como los demás: la historia de expansión de los reinos escandinavos

Suecia y Dinamarca

Todos tenemos presente la expansión colonial de España o el Reino Unido, pero olvidamos que otras naciones, como los reinos escandinavos, desempeñaron también un papel en esa carrera

La isla de San Bartolomé, en el Caribe, estuvo en manos de Suecia entre 1784 y 1878

La isla de San Bartolomé, en el Caribe, estuvo en manos de Suecia entre 1784 y 1878

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Desde mediados del siglo XV, España y Portugal fueron pioneros en la exploración de nuevas rutas marítimas. Cartografiaron territorios desconocidos en África, Asia, América y Oceanía y dieron inicio a la era de la expansión ultramarina europea.

En el siglo XVI, otras potencias europeas, como los Países Bajos, Inglaterra y Francia, se unieron a la carrera colonial, compitiendo por el control de nuevos territorios y rutas comerciales a través de los océanos. Todas ellas pretendían obtener ganancias gracias al comercio. Se daba por entendido que existía un derecho natural a explorar tierras extranjeras, y, si las condiciones cuadraban, a establecerse allí para explotarlas de manera más eficaz, lo que justificaba imponerse por la fuerza si era necesario.

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En este sentido, África, Asia y América no eran más que proveedores naturales de productos exóticos y riquezas, a la espera de que alguien los recogiera.

Los reinos escandinavos no fueron ajenos a ese movimiento: participaron en la carrera colonizadora con idénticas intenciones que sus vecinos, pero, como quedaron eclipsados por el éxito de aquellos, suelen pasar desapercibidos.

Reinos de Suecia y Dinamarca

En el siglo XVII, Suecia (que en esa época incluía Finlandia) y Dinamarca (que abarcaba Noruega e Islandia) eran naciones relativamente pobres y poco pobladas, y sus empresarios tenían una capacidad de inversión ciertamente limitada. Por eso, aún más que en los países más ricos, los emprendimientos ultramarinos quedaban en manos de sociedades de accionistas en las que podían participar inversores de cualquier origen.

Se trataba de reunir el máximo de recursos: como, en el fondo, era una apuesta, esta podía salir bien o mal, y compartir beneficios era una manera de limitar los riesgos y, de paso, reunir capitales más importantes. Durante las primeras etapas, los gobiernos solían participar en la financiación de la empresa, pero no se implicaban directamente en la gestión ni en la puesta en valor de los territorios conquistados, sino que preferían delegarlo todo en las compañías que tomaban posesión de esos lugares.

Retrato ecuestre de Federico III, rey de Dinamarca entre 1648 a 1670

Retrato ecuestre de Federico III, rey de Dinamarca entre 1648 a 1670

Dominio público

Los reinos escandinavos arrastraban un largo historial de conflictos entre sí por el control de determinadas zonas, en especial del norte, en áreas ricas en ballenas, pescado y recursos naturales. Esas guerras constituían un lastre para sus respectivas economías, con el agravante de que no tardaban en trasplantarse a ultramar, por lo que no cesaban de neutralizar los movimientos de sus enemigos en África o donde se hallasen.

Un lugar en el mundo

La expansión colonizadora de Suecia comenzó entre los siglos XVI y XVII, primero, a costa de los territorios vecinos, como el norte de la actual Estonia, y, más tarde, en ultramar, al igual que los demás países. Así se creó la Compañía Sueca del Sur (Söderkompaniet), con el apoyo de inversores neerlandeses. Su intención era comerciar con la costa atlántica africana, pero cambiaron de planes y se instalaron en Norteamérica, en el valle de Delaware, en la costa este de Estados Unidos. Allí fundaron Nueva Suecia en 1638, y algunas familias se establecieron alrededor del fuerte Christine.

Cabaña del antiguo asentamiento de Nueva Suecia, hoy en Nueva Jersey, Estados Unidos

Cabaña del antiguo asentamiento de Nueva Suecia, hoy en Nueva Jersey, Estados Unidos

Dominio público

Desde luego, los españoles tuvieron una suerte excepcional cuando llegaron a América: enseguida encontraron riquezas y mano de obra que se dejó someter con relativa facilidad. Eso allanó el proceso de colonización e hizo que, contrariamente a lo habitual, las colonias fueran rentables muy pronto. Lo normal era que, para lograr beneficios, primero se consolidara la colonización, lo que significaba organizar una administración eficiente y enviar regularmente recursos para mantenerla, hasta que todo comenzara a funcionar y rindiera ganancias.

Lo cierto es que la Corona sueca no estaba en condiciones de hacer ninguna de esas cosas. Magdalena Naum y Jonas M. Nordin explican en Scandinavian Colonialism and the Rise of Modernity que, sin el apoyo de la metrópolis, los colonos lo tenían muy difícil, y que la suma de inconvenientes los llevó a agudizar el ingenio para sobrevivir.

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“En los primeros 150 años de los españoles en América se perdieron al menos dos tercios de la población, que murió por virus o bacterias introducidas por los colonos”

Alberto de Frutos
El periodista y escritor especializado en temas científicos Charles C. Mann

De este modo, se dedicaron a hacer de intermediarios entre los comerciantes europeos y los pueblos nativos. En cualquier caso, el experimento fue breve. En el verano de 1655, apenas dieciocho años después de su fundación, los neerlandeses enviaron una expedición desde Nueva Ámsterdam –que, con el tiempo, pasaría al dominio británico y se convertiría en Nueva York– y pusieron fin al establecimiento sueco en América.

Fueron igualmente los neerlandeses (en este caso, aliados con los daneses, sus tradicionales rivales) quienes les arrebataron en 1663 los cuatro fuertes que habían establecido en África, en la costa de la actual Ghana. Adiós, pues, al comercio de esclavos, oro y marfil.

Nueva Ámsterdam en 1664

Nueva Ámsterdam en 1664

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Pero no por eso los suecos se desanimaron: siguieron financiando expediciones para explorar lugares donde instalarse, al tiempo que negociaban con otros gobiernos con el fin de obtener algún espacio. Hubo intentos en América (en Tobago, Barima, cerca de Guyana, el Orinoco, Guadalupe, Puerto Rico), en África (en Senegal, Cabo Verde, Sierra Leona) e incluso en Asia (en Porto Novo, al sur de Pondicherry), de donde los ingleses y franceses los desalojaron inmediatamente. Solo consiguieron establecer un punto para el comercio con China en Cantón en la década de 1730.

No obstante, en 1784 lograron que el rey de Francia les cediera la isla de San Bartolomé, en el Caribe, a cambio de autorizarles a tener un almacén en Gotemburgo para facilitar los intercambios desde esa ciudad. De este modo, tras ciento treinta años de esfuerzos tenaces, volvían a tener un punto para comerciar en América. En todo caso, la isla no daba para mucho: era pequeña y con poco potencial para la producción agrícola, de modo que, más bien, se convirtió en un punto estratégico para el contrabando y para el tráfico de esclavos explotados en el Caribe y América del Norte.

Azúcar y esclavos

Los daneses también llevaron adelante campañas colonizadoras a través de compañías que incluían inversores extranjeros, y sufrieron, igualmente, bancarrotas y todo tipo de incidentes. Pero, a diferencia de los suecos, lograron consolidar sus posesiones en varios continentes.

Desde las primeras décadas del siglo XVII crearon compañías privadas y establecieron factorías comerciales en Asia. Pese a la competencia de las naciones extranjeras durante los siglos XVII y XVIII, exportaron seda, algodón y especias desde la India oriental, Java y la bahía de Bengala. La factoría en Cantón abrió puertas al comercio con China, y desde ahí exportaron té y seda a Europa.

Al mismo tiempo que se establecían en Asia, apostaban también por África y el mercado esclavista. Desde 1660, con el apoyo de los neerlandeses (que, a su vez, eran accionistas de las compañías danesas), contaron con varios fuertes para el comercio en África occidental. Esa inversión se multiplicó algo más de una década más tarde, a partir de 1672, cuando lograron hacerse con la isla de Santo Tomás, en el Caribe, que añadió un tercer polo decisivo para el comercio ultramarino: conectaron sin necesidad de terceros la trata de esclavos africanos y la producción agrícola del Caribe con consumidores y productores europeos.

Santo Tomás se convirtió en un potente centro de comercio y contrabando regional que recibía esclavos procedentes de los establecimientos daneses en África y los distribuía por las islas caribeñas. Eso ya era un buen negocio, pero aún había margen para mejorarlo, porque uno de los principales incentivos para instalarse en el Caribe era la producción de caña azucarera, el producto más rentable detrás del tráfico negrero.

Colono danés y un esclavo en África, 1817

Colono danés y un esclavo en África, 1817

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El inconveniente de Santo Tomás, a la que en 1718 se agregó la isla de San Juan, es que ambas son volcánicas, con poca agua disponible. O sea, no reunían los requisitos mínimos para el cultivo intensivo de la caña. La compra a los franceses de la isla de Santa Cruz, en 1733, subsanó esa merma, ya que esta última era más grande que las otras dos e ideal para la producción de azúcar; de hecho, ya había varias plantaciones funcionando.

Como podían importar esclavos directamente de sus establecimientos en África, el negocio era redondo, y, por si fuera poco, dio trabajo a unas cuantas refinerías europeas. El historiador Éric Schnakenbourg menciona que, entre 1763 y 1804, los ingresos de las refinerías de Copenhague se multiplicaron por seis. Esto implica que los daneses no solo fueron autosuficientes en azúcar, sino que tenían capacidad para exportarlo.

Acuarela sobre una plantación de caña de azúcar en la isla caribeña de Santa Cruz, comprada por Dinamarca a los franceses en 1733

Acuarela sobre una plantación de caña de azúcar en la isla caribeña de Santa Cruz, comprada por Dinamarca a los franceses en 1733

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El efecto perverso fue que las necesidades de las plantaciones azucareras estimularon la demanda de mano de obra a los fuertes daneses en Guinea, incrementando el tráfico de personas esclavizadas.

Ahora bien, tampoco hay que sobredimensionar la importancia de las economías escandinavas. Schnakenbourg estima que Dinamarca-Noruega y Suecia fueron responsables del 1 % del tráfico esclavista. Esto es, no hay punto de comparación con los volúmenes de las grandes potencias de la época.

Ventajas de la neutralidad

Las autoridades de los puertos caribeños eran muy permisivas, y es que, como ocurre en todas partes con la corrupción, los funcionarios recibían sueldos modestos que, a menudo, completaban haciendo la vista gorda cuando era conveniente. Así, en las islas se podía negociar con toda tranquilidad con artículos prohibidos.

Piratas y corsarios vendían los productos de sus correrías, y se disimulaban envíos de mercancías de naciones beligerantes convirtiéndolas en “neutras”. El motivo era que las metrópolis escandinavas mantuvieron la neutralidad durante conflictos como la guerra de los Siete Años (1756-1763) o el final de la guerra de Independencia de EE. UU., a partir de 1783, cuando comenzó la guerra fría entre Gran Bretaña y sus excolonias. De este modo, sus barcos y mercancías estaban habi­litados para circular entre unos contendientes y otros. Durante esos períodos se abrían nuevas oportunidades para el comercio y la prosperidad de las islas neutrales, que se beneficiaban de las restricciones comerciales de sus vecinos más grandes. Sin embargo, también se llevaron algunos sustos, consecuencia de la geopolítica y las tensiones del entorno.

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Tanto Dinamarca como Suecia tuvieron dificultades para encontrar candidatos a la migración, y por eso la suya resultó ser una colonización abierta, diferente a la de las grandes potencias. Las plantaciones estaban en manos de holandeses, ingleses, franceses y alemanes, y si a eso le sumamos que los inversores privados solían ser originarios de otras naciones (a menudo, holandeses), que los residentes circulaban entre las islas buscando las mejores oportunidades y que la inmensa mayoría de los residentes eran esclavos, el resultado fue que las colonias terminaron siendo sociedades muy complejas desde el punto de vista cultural y muy difíciles de gobernar para las metrópolis. Era muy frecuente que los intereses imperiales y locales chocaran.

El fin de la esclavitud

Un conflicto importante fue el final del tráfico esclavista. La presión de los abolicionistas británicos llevó a que Dinamarca fuera el primer país europeo en prohibir la trata, en 1792, otorgándose un plazo de diez años para eliminarla. Aquello resultó toda una contrariedad para los intereses de los isleños europeos y una desgracia para los africanos, porque los comerciantes aceleraron el ritmo del tráfico esclavista, y, de todas maneras, aunque ilegal, este continuó.

Adquisición de las islas Vírgenes por Estados Unidos a Dinamarca, 1917

Adquisición de las islas Vírgenes por Estados Unidos a Dinamarca, 1917

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También prosiguieron las revueltas y la represión. Pese a que se intentó reemplazar la mano de obra por trabajadores asiáticos, la producción y la rentabilidad disminuyeron. Poco a poco, las islas y los enclaves africanos (en el caso de Dinamarca) se convirtieron en una carga para las finanzas de los Estados. De este modo, a mediados del siglo XIX, los daneses vendieron las posesiones en África a los británicos, y en 1917, tras años de negociaciones, hicieron lo propio con las tres islas caribeñas a Estados Unidos, que las convirtió en las islas Vírgenes. Suecia, por su parte, vendió la isla de San Bartolomé a Francia en 1878.

La de los escandinavos fue una expansión mucho más modesta que la de los imperios español, portugués o británico, pero también tuvieron ambiciones imperialistas e intentaron (y en alguna medida lograron) articular un sistema con la misma lógica que esos gigantes. Aunque nunca tuvieron capacidad para competir con ellos, hicieron lo posible para infiltrarse en los resquicios disponibles en varios continentes, tuvieron un papel relevante en la geopolítica caribeña y salieron beneficiados. En definitiva, lograron prosperar improvisando un modelo alternativo.

Claudia Contente, historiadora, Universitat Pompeu Fabra

Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 442 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a [email protected].

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