Los amigos no son para siempre

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Europa descubre con consternación que EE.UU. deja de tratarla como un aliado

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Donald Trump, firmando el decreto que impone aranceles del 25% sobre las importaciones de acero y aluminio 

Al Drago / Bloomberg

Lord Palmerston, quien fuera secretario de Exteriores y primer ministro del Reino Unido a mediados del siglo XIX, acuñó una frase que ha pasado a la Historia como muestra del descarnado pragmatismo de la política internacional: “Nosotros no tenemos aliados eternos ni enemigos perpetuos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos, y es nuestro deber seguirlos”, dijo. Lo mismo vale para Estados Unidos.

Europa creyó que los vínculos políticos y estratégicos fraguados con EE.UU. a raíz de las dos guerras mundiales y, sobre todo, a partir de 1945, eran para siempre. Que les unía una misma concepción del mundo y unos mismos valores, con la democracia liberal como principio. Pero está descubriendo que no es así. Y que para el nuevo poder de Washington, con Donald Trump al frente (¿o es Elon Musk?), los intereses y los principios han cambiado, y que la Unión Europea no es tanto un aliado como un adversario y, en el mejor de los casos, un socio comercial bajo sospecha. Los ciudadanos europeos no se engañan ya al respecto, aunque no está claro que sus dirigentes políticos hayan dejado de hacerlo.

La semana ha sido pródiga en señales negativas. Donald Trump lleva amenazando desde hace tiempo con aplicar sanciones económicas específicas contra la UE –en forma de tasas aduaneras sobre sus exportaciones a EE.UU.- si no se aviene a los nuevos designios de Washington, ya sean económicos o políticos. Todavía no lo ha hecho. Pero ha arrancado ya con una primera andanada indiscriminada, aprobando aranceles especiales del 25% -para todo el mundo y sin excepción- sobre las importaciones de acero y aluminio, una reedición del ataque que ya lanzó en 2018. Europa no es la más afectada por la medida (Canadá, que es su principal proveedor, se lleva la peor parte), pero hará daño. En España, décimo exportador mundial de acero y vigésimo octavo de aluminio (por un valor total de 378 millones de euros), el sector se ha puesto en alerta: las exportaciones a EE.UU. representan el 3%, una afectación relativa pero no desdeñable. A última hora de ayer, el presidente estadounidense anunció una segunda oleada de aranceles “recíprocos” con todos los países con quien tienen intercambios comerciales.

Toda la dificultad para la UE radica en encontrar el grado justo de firmeza y de proporcionalidad en respuesta a Trump

Frente a este ataque, Bruselas se guarda su reacción. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha asegurado que “los aranceles injustificados a la UE no quedarán sin respuesta” y “desencadenarán contramedidas firmes y proporcionadas”. “La UE actuará para salvaguardar sus intereses económicos. Protegeremos a nuestros trabajadores, empresas y consumidores”, añadió sin desvelar el tenor de las represalias europeas. A diferencia del primer mandato de Trump (2017-2021), en que todo el mundo fue pillado por sorpresa, esta vez nadie está desprevenido y el gobierno comunitario lleva tiempo analizando las respuestas que Europa puede ir dando a los sucesivos ataques –porque sin duda habrá más- de Washington. Una medida obvia es presentar una denuncia ante la Organización Mundial del Comercio (OMC), pero es algo meramente simbólico, pues EE.UU. la mantiene bloqueada en la práctica.

Toda la dificultad radica en encontrar el grado justo de firmeza y de proporcionalidad. Nadie quiere una escalada que conduzca a una guerra comercial total, pero Europa tampoco se puede dejar avasallar. Donald Trump es un abusador de patio de escuela –igual de infantil, caprichoso y cruel- y como tal se comporta. Cualquiera que en algún momento de su vida haya afrontado una situación así sabe que contemporizar es percibido por el agresor como una muestra de debilidad y una invitación a proseguir los abusos. Negociar es, a priori, una apuesta lógica para evitar un enfrentamiento que puede resultar muy dañino para ambas partes. Pero no se puede hacer desde la fragilidad.

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Las imágenes de Donald Trump y Vladímir Putin, en unas matrioshkas vendidas como souvenir en una tienda del centro de Moscú 

TATYANA MAKEYEVA / AFP

El vicepresidente de EE.UU., J.D. Vance, dejó clara cuál es la concepción que la nueva Administración americana tiene sobre la negociación y el compromiso en la cumbre de París sobre la Inteligencia Artificial (IA), en la que Von der Leyen –por cierto- anunció una importante inversión europea de 200.000 millones de euros en esta materia. Vance, que se fue sin escuchar los discursos de los principales dirigentes europeos, se negó a firmar la declaración final de la cumbre y, en tono agresivo, rechazó las ansias regulatorias europeas, alertó a la UE contra cualquier intento de poner límites o gravar a las empresas tecnológicas estadounidenses y aseguró que las normas mundiales las dictará EE.UU. Punto y final.

La guinda se produjo el miércoles, cuando Donald Trump rompió la unidad occidental en la guerra de Ucrania y abordó unilateralmente, en una entrevista telefónica con el presidente ruso, Vladímir Putin, la apertura de negociaciones para poner fin al conflicto. ¿El presidente ucraniano, Volodímir Zelensky? Fue informado después. ¿Los aliados europeos? Ni consultados fueron. Desde Washington ya se apuntó por dónde irán las cosas: la paz pasará por la renuncia de Ucrania a recuperar el territorio ocupado por Rusia y olvidarse de ingresar en la OTAN, además de compensar a EE.UU. por su ayuda con concesiones sobre sus tierras raras. Los países europeos se apresuraron a reclamar ser parte de la negociación. Pero no está claro que Trump, a quien su corte considera “el mejor negociador del planeta”, esté por la labor.

El problema que tiene enfrente la UE no es, sin embargo, únicamente la política chantajista y de hechos consumados de Trump, sino la falta de cohesión interna frente a este desafío. Hay dos primeros ministros ultraderechistas en Europa, la italiana Giorgia Meloni y el húngaro Viktor Orbán, que se disputan la condición de interlocutor preferente del nuevo presidente de Estados Unidos y de su valido, Elon Musk, y que están dispuestos a romper la unidad en defensa de Washington. Ambos lo dejaron patente al no sumarse a la declaración de apoyo a la Corte Penal Internacional de La Haya –firmada por casi 80 países- frente a las sanciones arbitrarias decididas por la Casa Blanca.

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Que en la UE hay una quinta columna trumpista no es un secreto para nadie. Y si alguien todavía no se había enterado, los principales exponentes de la extrema derecha europea reunidos el pasado fin de semana en Madrid expresaron claramente su adhesión inquebrantable a la agenda política de Trump, a rebufo de cuya victoria aspiran a prosperar. Bajo el lema trumpista-orbaniano de Make Europe Great Again (Hacer Europa grande de nuevo) –un lema engañoso, puesto que lo que buscan es justamente empequeñecerla-, el líder del partido español Vox, Santiago Abascal, reunió en la capital española a todos sus compañeros del grupo europeo Patriots (así, en inglés), desde la francesa Marine Le Pen al húngaro Viktor Orbán, pasando por el italiano Matteo Salvini, el neerlandés Geert Wilders o el checo Andrej Babis, entre otros. Giorgia Meloni está en otro grupo, pero no en otra onda. Trump es el nuevo tótem que todos adoran.

Vladímir Putin tiene en un pobre concepto a los europeos (por más que se sirva de los ultras para sembrar la división). Comentando la futura reacción de los dirigentes de la UE ante la ofensiva de Trump, el presidente ruso vaticinó: “Pronto se pondrán a los pies de su amo, moviendo la cola”. En manos de los europeos está darle la razón o quitársela.

  • Sin gobierno en Austria. Herbert Kickl, líder del partido de extrema derecha austriaco FPÖ, ganador de las últimas elecciones y encargado en segunda instancia de formar gobierno, ha fracasado en su intento por alcanzar un acuerdo de gobierno con los conservadores de ÖVP. Suponiendo que sea realmente un fracaso y que Kickl no haya saboteado a conciencia las conversaciones para forzar una repetición electoral que cree que le beneficiaría. Por el momento, el presidente del país, Alexander van der Bellen, no ha cedido a esta petición y ha abierto una nueva ronda de contactos para explorar otra posible salida. Un primer intento de coalición entre conservadores, socialdemócratas y liberales fracasó en enero, desencadenando la dimisión del excanciller Karl Nehammer.

  • Desconexión báltica. Eran independientes desde 1991, y desde el 2004 integran la UE y la OTAN, pero hasta hoy Estonia, Letonia y Lituania habían seguido conectados a la red energética rusa. Los tres pequeños países bálticos dejaron, de hecho, de comprar electricidad a Rusia y Bielorrusia en 2022, a raíz de la invasión rusa de Ucrania, pero había mantenido las conexiones para garantizar el suministro en caso de emergencia. Desde el pasado sábado, eso ya no es así y los bálticos están ahora acoplados a la red energética europea. “Rusia ya no puede utilizar la energía como herramienta de chantaje. Es una victoria de la libertad y de la unidad europea”, tuiteó la jefa de la diplomacia comunitaria y ex primera ministra estonia, Kaja Kallas.

  • El desafío del crimen organizado. La noche del miércoles pasado un individuo lanzó una granada en un bar de un barrio de Grenoble, causando 12 heridos, en lo que la policía francesa supone una acción vinculada a la guerra entre bandas de narcotraficantes. La misma causa está detrás de los tres tiroteos registrados la semana anterior en Bruselas, en uno de los cuales dos individuos entraron disparando al aire sus kaláshnikov en una estación de metro. Un informe del año pasado de Europol alerta que en Europa hay activas 821 organizaciones criminales –la mitad, dedicadas al tráfico de drogas- con unos 25.000 miembros que constituyen “una amenaza para la seguridad interior de la UE”. Dos terceras partes recurren habitualmente a la violencia.
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