Plantar cara al grandullón de la clase, al gánster del barrio o al dóberman que cuida la finca puede ser muy romántico, valeroso y moralmente elogiable, pero suele acabar llevándose un tortazo, un tiro en la frente o un buen mordisco. Y lo mismo ocurre con el hombre más poderoso del planeta. Los líderes europeos que desfilan estos días por la Casa Blanca (Macron el pasado lunes, Starmer hoy, Zelenski mañana...) acuden como los jefes tribales que antaño llevaban regalos al emperador y le rogaban que les rebajara un poco los tributos a pagar. Mejor lanzar un trozo de carne que meter el dedo en el ojo de la fiera.
Lo más importante es sobrevivir al encuentro. Macron lo hizo, incluso con clase, rebatiendo a Trump sobre que Estados Unidos ha contribuido más que Europa a la defensa de Ucrania, y hoy le toca el turno al premier británico Keir Starmer, que se presenta con la ofrenda de un aumento de un 2,5% del gasto de defensa y que tropas europeas se encarguen de garantizar un eventual alto el fuego, y los objetivos de que Ucrania no se sienta derrotada, Europa no se sienta en peligro y la “relación especial” de Londres con Washington sobreviva, aunque sea tocada. ¿Es mucho pedir?
Starmer quiere hacer valer el papel de puente entre Estados Unidos y Europa, papel que le disputan Macron y Meloni. Por eso, aunque es lo que les gustaría a la mayoría de británicos, no dirá lo que el personaje de Hugh Grant (primer ministro británico) le dice al de Billy Bob Thornton (presidente de Estados Unidos) en una conferencia de prensa en la película Love Actually: “Somos un país pequeño, pero también grande. La relación se ha vuelto tóxica porque ustedes consiguen de ella lo que quieren pero ignoran lo que es importante para nosotros. Un amigo que hace bullying ya no es un amigo. A partir de ahora vamos a ser mucho más fuertes, y haría bien en tomar nota de ello”.
Starmer, Macron y Meloni se disputan el papel de principal interlocutor de Trump y puente transatlántico
Starmer ha hablado con Macron, Macron ha informado a los 27 de su encuentro en Washington, representantes de los 27 fueron convocados ayer por Antonio Costa (presidente del Consejo Europeo) para preparar la cumbre extraordinaria del 6 de marzo sobre el apoyo a Ucrania y la defensa de Europa, y unos cuantos líderes europeos (además de Zelenski) han sido citados el domingo en Londres para comentar la situación y hablar de estrategia. Europa busca una voz y un relato, como los siete personajes de Pirandello buscaban autor.
Se trata de que la UE tenga un sitio en la mesa de las negociaciones, de no dejar sola a Ucrania como se dejó a Checoslovaquia en 1938 con consecuencias funestas, de adaptarse al mundo según Trump, de hacer la transición hacia una economía de guerra, de convencer al titular de la Casa Blanca de que una Europa insegura va contra los intereses de Estados Unidos y a favor de los de China, de evitar un desenlace en el que Rusia se quede con el territorio, Washington con las riquezas minerales y Europa con el peso y la cuenta de la seguridad para defender lo que quede de Ucrania.

El ganador de las elecciones alemanas, el democristiano Friedrich Merz
Kissinger y Nixon fomentaron la relación con Pekín para neutralizar a Moscú, y Europa teme que Trump y Vance estén ahora aproximándose a Putin en la gran batalla estratégica y económica con China por el control de los minerales preciosos que requieren las nuevas tecnologías. El mensaje hoy de Starmer al presidente norteamericano, apelando a su vanidad y su ego, es que tiene la ocasión de hacer historia (y quizás obtener el premio Nobel que se dice que ambiciona), pero sólo lo conseguirá propiciando una paz justa y sostenible para Ucrania, no un expolio. Aunque no lo dirá con esas mismas palabras.
Veintisiete personajes en busca de autor. El ganador de las elecciones alemanas, el democristiano Friedrich Merz, no ha tenido pelos en la lengua, ha dado casi por muerta la OTAN y ochenta años de relación transatlántica, ha dicho que a Trump le importa Europa un bledo, que confunde a la víctima (Ucrania) con el culpable, y que el comportamiento de Trump es tan dramático y drástico como el de Putin; Macron ha ofrecido el paraguas nuclear francés y una fuerza de paz europea de hasta 30.000 soldados, intentando hacer valer su dominio de la política exterior y la buena relación que tuvo con el líder norteamericano en su primera presidencia; y mientras la italiana Meloni, la más próxima política e ideológicamente a la nueva doctrina de Washington, permanece misteriosamente cuerpo a tierra.
La derecha no sabe cómo compaginar su afinidad a Trump con sus políticas anti Putin y pro Ucrania
El inicio de la segunda era Trump ha pillado a contrapié y dejado en fuera de juego a la derecha europea, a la que gusta el líder norteamericano pero que hasta ahora ha sido pro Ucrania y anti Putin. ¿Cómo cuadrar el círculo y hacerlo compatible? No es sólo el problema de Meloni, sino también de los conservadores británicos y del ultra Nigel Farage, que lo más que se ha atrevido a decir es que “Zelenski no es un dictador”. Por lo demás, mutis por el foro.
Keir Starmer no tiene la elocuencia de Churchill, pero tal vez su estilo metódico e inescrutable, su carácter tranquilo aunque algo pusilánime, le sirvan para apaciguar a Trump. No será una relación como la de Maggie (Thatcher) con Ronnie (Reagan), pero lo más importamte es de salvar los muebles y no salir de la Casa Blanca con un ojo morado. Para ello cuenta con hablar de golf y la familia real, y de ofrecer a su anfitrión una visita oficial a Londres, que siempre le gusta, además del aumento del gasto de defensa. Peter Mandelson, embajador británico en Washington, ha elaborado el eslogan Make Our Economies Great Again (que nuestras economías vuelvan a ser grandes), una reinterpretación del MAGA. Regalos pare el emperador.

La primera ministra italiana, Giorgia Meloni
Igual que Trump ha dejado descolocadas a las derechas con su guerra a los valores y tradiciones europeos y la falta de afinidad con las democracias liberales, también ha hecho en cierto modo obsoleto el Brexit, un obstáculo innecesario para la colaboración paneuropea sobre comercio y seguridad, y para el crecimiento de las economías (sobre todo la del Reino Unido). Pero aunque la mayoría de británicos admite que se trató de un error, Starmer ( su lado pusilánime) no se atreve a mover la barca. Prefiere hacer de la defensa y la seguridad una causa patriótica, un momento generacional, y desafiar al ala progresista del Labour que denuncia la reducción de la ayuda exterior como un tiro en el pie, que alimentará los estados fallidos, el desastre climático, los desplazamientos masivos de personas y la inestabilidad.
Es más un movimiento táctico a corto plazo que una respuesta cambios geopolíticos existenciales y el final de lo que llamábamos Occidente. Es la hora del hard power más que del soft power .