El primer ministro belga, Bart de Wever, era el hombre más satisfecho saliendo de madrugada del Consejo Europeo. Después de una enorme presión tanto de la Comisión Europea como de ciertas importantes capitales –especialmente Berlín–, el nacionalista flamenco terminó resistiendo y frenando la idea de usar los activos rusos congelados en Europa para entregarlos a Ucrania.
Ni las advertencias del ucraniano Volodímir Zelenski, ni la insistencia del alemán Friedrich Merz ni los incansables esfuerzos del equipo de la presidenta Ursula von der Leyen. Después de más de dieciséis horas de negociaciones, la UE acordó durante la madrugada que no había manera de llegar a un consenso sobre un préstamo a través de los activos rusos y era hora de pasar al plan B. Al final, financiarán a Ucrania durante los dos próximos años con un crédito de 90.000 millones de euros, pero utilizando eurobonos avalados por el presupuesto comunitario.
Los activos rusos seguirán inmovilizados y serán la última garantía detrás de la nueva propuesta
“Es casi una combinación de los dos modelos. Lo importante es que la necesidad urgente de financiar a Ucrania ahora está garantizada para los próximos dos años”, sostuvo la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, que cierra así su presidencia de la UE. “¿Estoy completamente satisfecho? No. Pero siempre es mejor tener un pedazo de algo que nada”, reconoció el polaco Donald Tusk.
En sus valoraciones, los líderes se esforzaron en defender el resultado, porque asegura las necesidades financieras de Ucrania para los próximos dos años, que era el principal objetivo de esta cumbre. Sin embargo, pese al evidente éxito que supone movilizar 90.000 millones, lo innegable es que la conclusión también representa un fracaso debido al relato que la Comisión Europea y la gran parte de los mandatarios de los Veintisiete han promovido durante los últimos meses. Hasta el último momento, el equipo del Ejecutivo comunitario reiteraba que su opción era utilizar los activos rusos porque era también la opción moralmente más justa.
Ahora, Ucrania recibirá este préstamo de 90.000 millones de euros –sin intereses– que los estados miembros recaudarán emitiendo deuda conjunta con aval al margen del presupuesto común de la UE (que será quien pagará los intereses) y, en último lugar, les respaldarán los activos inmovilizados rusos. Porque, según lo aprobado, Kyiv no tendrá que devolver este préstamo hasta que Rusia haya pagado las reparaciones de guerra. Hasta entonces, estos activos permanecerán “inmovilizados” y la UE “se reserva el derecho de usarlos para repagar el préstamo, de acuerdo con la ley europea e internacional”. Todo, mientras el Consejo pide “continuar trabajando en los aspectos técnicos y legales” del préstamo usando los activos rusos, algo sin mucho más recorrido.
El precio ha sido prometer a tres países amigos del Kremlin –Hungría, Eslovaquia y, ahora, la República Checa– que ellos quedan fuera de este esquema, que tendrán un tratamiento legal especial para no tener que responder de estos activos rusos. Lo hicieron en base al artículo 20 del tratado de la UE sobre “cooperación reforzada”, que permite la formación de equipos de trabajo.
El belga De Wever y la italiana Meloni se salen con la suya, mientras que Merz aparece derrotado
Esta ha sido la clave de lograr el acuerdo, porque para emitir deuda conjunta se requería la unanimidad de los Veintisiete, y era la única manera de lograr que estos tres países se subieran a bordo. “Hungría está totalmente fuera de este acuerdo”, sostuvo el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, el mejor amigo de Vladímir Putin en el continente. “Para mí es una decisión extremadamente mala que acerca a Europa a la guerra (...). Hay una cláusula de exclusión voluntaria para nosotros y somos inocentes”, protestó.
Todo se precipitó después de que durante todo el día los técnicos comunitarios y los belgas negociaran un texto de conclusiones que pudiera satisfacer las demandas de Bélgica. Principalmente, el primer ministro, Bart de Wever, reclamaba que los riesgos fueran compartidos y que el resto de países comunitarios firmasen un cheque en blanco para proteger y sostener a su país de cualquier tipo de represalia de Moscú. Pero cuando este nuevo borrador apareció en la mesa del resto de líderes fue evidente que no había consenso. Según ha podido saber este diario, gran parte de los países no vieron claro tener que firmar estas garantías ilimitadas.
El precio ha sido excluir a Hungría, Eslovaquia y la República Checa de cualquier responsabilidad
Fue entonces cuando una idea que flotaba en el ambiente en las últimas horas fue recuperada del estante. ¿Y si no hiciera falta que Orbán y los suyos estén de acuerdo? ¿Y si bastaba solo prometerles que no tendrán que responder con garantías? Al final, los intereses del préstamo se pagarán con los intereses del presupuesto comunitario. Cuando quedó claro que Budapest se iba a subir a este tren, el equipo negociador recuperó la idea de la deuda común, que hasta ahora había sido un tabú. Pasadas las tres de la madrugada llegaba la fumata blanca, con Francia e Italia como instigadoras de esta vía. La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, crítica con el plan de los activos y con buena relación con su homólogo húngaro, ha sido clave al potenciar esta salida. Es otra de las ganadoras de la noche, tras haber también retrasado la firma del acuerdo comercial con el Mercosur.
Si el flamenco De Wever puede celebrar ser el gran triunfador de la noche al resistir la presión por todos los frentes, uno de los grandes perdedores es sin duda el canciller alemán, Friedrich Merz, que había invertido un enorme capital político en el uso de los activos rusos y que se había opuesto a la deuda conjunta desde el principio.
“Al final ha pasado, como sabía que pasaría, que había muchos más países críticos con los aspectos financieros. No hay dinero gratis en el mundo. Si coges dinero de Putin, estás expuesto”, resumió De Wever, que señaló la presión pública de Alemania, Polonia y los nórdicos como un error que llevó a la falsa percepción de que la única salida eran los activos.


