El asedio al Quirinale
Cuadernos del sur
La envidia, ese gran pecado español, embiste y combate a todo aquel que, aunque sea sólo por un rato, disfruta de la sonrisa de la buena ventura. Y en una guerra, que como escribiera Clausewitz no es sino la continuación de la política por otros medios, los monarcas son los primeros objetivos de la frustración de quienes les rodean.
No hay más que destacar en algo para que las palmas de bienvenida y las ramas de olivo de Jerusalén se tornen lanzas. En Andalucía, donde los clarines del primer tercio de la lidia electoral resuenan ya tras reavivarse el curso político, todos los partidos velan sus armas, ya sean astilladas o con filo cortante, porque de todo hay, para someter al presidente de la Junta, que –ninguna sorpresa, a pesar de la escenografía contraria– volverá a presentarse a la reelección por segunda vez, aunque ahora sin la seguridad completa de poder agotar la que, en caso de triunfo, sería su tercera legislatura.
Moreno Bonilla delante de la fachada del Palacio de San Telmo el día de su segunda jura como presidente de la Junta
Moreno Bonilla, seis años después de disfrutar de la condición de Rey Sol en San Telmo, no ha agotado ninguno de los dos periodos legislativos otorgados primero por el Parlamento (merced al pacto PP-Cs-Vox) y, después, por las urnas. Aún puede sorprender con un adelanto electoral —en función de si Pedro Sánchez es capaz de resistir en la Moncloa— pero, en cualquier caso, tras este verano de fuegos y calor, todo su equipo trabaja ya en clave electoral(ista).
En realidad, no ha dejado de hacerlo desde su primer día de gobierno. La gestión autonómica, desde luego, no es su ocupación favorita. Prefiere de largo el teatro (amable) de lo que denomina la vía andaluza, un concepto robado en los mentideros andalucistas y que, según su propia traducción (libre), consiste en ser de derechas sin que se note en exceso, oscilando siempre entre el guante blanco, la tibieza, el escabeche y las mentiras de la amabilidad. Así es como ha logrado que su figura no se empañe ni con el vaho de sus devotos.
Pedro Sánchez junto a la secretaria general del PSOE-A y candidata socialista a la Junta de Andalucía, María Jesús Montero, en Málaga
El presidente de la Junta es el único santo con derecho a hornacina propia en la hermosa capilla de la antigua Universidad de Mareantes de Sevilla. Y, por supuesto, aspira a seguir ocupándola cuatro años más, aunque acaso en algún momento vaya a tener que poner a la tripulación de sus naves a mirar con más intensidad hacia Génova.
Cabe pues resumir la posición de partida en la inminente carrera de las andaluzas (las elecciones, se entiende), incluida su inevitable lectura estatal, en la dicotomía entre la monarquía absoluta, que es la que disfruta Moreno merced a la mayoría parlamentaria conseguida en 2022, y una nueva dialéctica (potencial) de bloques.
Esperanza Gómez (Más País Andalucía); Nuria López (CCOO de Andalucía); Inma Nieto (IU Andalucía); Juan Antonio Delgado (Podemos Andalucía)
Dicho de otra forma: tras más de un lustro durante el cual la orbitación de la política meridional remitía insistentemente al lugar que ocupaba en cada momento el inquilino del Palacio de San Telmo, las huestes hostiles, que son tres y atacan cada una por su respectivo carril, han decidido someter a asedio al Quirinale para que, ya que no logran batir al presidente del PP en Andalucía, someterlo a sus caprichos. Tanto a diestra como a siniestra, el deseo de Vox, el PSOE y las minorías extremas es ya una causa común: convertirle en un monarca preso de las circunstancias.
Moreno Bonilla ya ha pasado antes por este trance –sus pésimos resultados electorales de 2018 le obligaron a acordarlo todo con las otras dos derechas, que son las que le invistieron– y sabe sacar rédito de una negociación, pero es evidente que si pierde la mayoría absoluta su estrella política dejaría de brillar, aunque no se extinga.
Olona, Moreno, Espadas, Marín, Nieto y Teresa Rodríguez, candidatos de las elecciones andaluzas en 2022
Los socialistas, que presentan como cabeza de lista a María Jesús Montero, una candidata ausente e hipotecada debido a su condición de principal responsable política de las negociaciones del cupo catalán, pretenden conjurar el desastre que auguran las encuestas atrayéndose el voto de las minorías situadas a su izquierda.
El PSOE se ha dado cuenta de que los votantes moderados huyen del sanchismo e intenta tapar sus fugas electorales concentrando a su favor todos los sufragios posibles con un discurso político de corte tremendista, pero abundante también en contradicciones.
Si fuera por María Jesús Montero, en las elecciones andaluzas se hablaría más de Gaza que de Andalucía. Y, aunque no es descartable que ella intente que así suceda, todo indica a que una campaña planteada en términos estatales, demagógica y sin matices, puede serles un poco menos lesiva que si se libra una pugna estrictamente autonómica, donde el PSOE continúa siendo un actor irrelevante.
Las izquierdas meridionales, astros menores de la galaxia política en el Sur, por supuesto, no desean ser sacrificadas en el altar de Ferraz, así que van a dar la batalla –a los socialistas, más que a Moreno Bonilla–, pero lo harán por separado. Habrá, con total seguridad, tres listas: Adelante Andalucía, Podemos y otra candidatura liderada por IU con los restos de Sumar, convertido ya en polvo de estrellas.
En cualquier caso, sea con la variante que sea, todos los sondeos pronostican que las izquierdas reunidas no podrán triunfar en el asedio al Quirinale. Es probable que no puedan ni siquiera llegar a horadar las primeras barbacanas de sus murallas de defensa.
Distinto es el caso de los ultramontanos de Vox, que sí amenazan la seguridad de la cerca que rodea San Telmo. Su crecimiento estatal, derivado de la intensa polarización social y del desgaste del PP entre el electorado más joven, puede llegar a convertirse en un problema para el PP andaluz, aunque también hay que tener en cuenta que el techo andaluz de Vox puede ser bastante inferior al nacional.
En 2022, con Macarena Olona como candidata a la Junta, el partido ultra anhelaba entrar a caballo en el Quirinale con una vicepresidencia propia y varias consejerías. Terminó relegado a una oposición testimonial. ¿Cambiará ahora su suerte? Está por ver.
Es probable que crezca en diputados gracias a la satanización de la inmigración –especialmente en provincias como Almería y Huelva– o por las protestas agrarias por los recortes de la política agraria europea, una cuestión clave en la Andalucía interior. Tienen margen de mejora por el descontento y la precariedad económica y social.
Pero su recorrido ni es infinito ni tampoco tiene necesariamente que ser tan trascendente. Dependerá del punto exacto de ebullición social. Moreno sabe que no le conviene una polarización excesiva. Por eso ha decidido distanciarse de la escenografía dura de Génova tanto como de la incendiaria retórica ayusista y mantenerse a toda costa en la zona intermedia del tablero andaluz.
El PP sabe que la lectura social de la inmigración es muy diferente en Andalucía, tierra histórica de emigrantes, en relación a otras partes de España, del mismo modo que el litoral andaluz, donde se concentran la mayoría de sus votantes, puede ser suficiente para salvar las posibles pérdidas de voto en determinadas áreas rurales.
La autonómicas del Sur, además de un test estatal, evidenciarán si el PP retiene (o no) los votos prestados en los comicios de 2022, cuando los trasvases ajenos fueron del orden de hasta un 14%. Quizás Moreno ya no pueda arañar más por el centro, pero si retiene una mínima parte de los electores obtenidos hace más de tres años puede resistir el asedio al Quirinale y garantizarle a Feijóo un suelo para impedir que, de nuevo, se ahogue en la orilla del Manzanares.