En sus apenas 150 metros, la calle Petritxol respira lo mejor y lo peor de la salud comercial de Barcelona. Pocas calles como esta pueden presumir de casi una decena de establecimientos históricos de los de toda la vida, incluidas dos chocolaterías, que mantienen su actividad generación tras generación. En la que fue la primera calle peatonal de la ciudad pueden contarse todavía una treintena de locales abiertos. Sin embargo, Petritxol también adolece de los problemas que amenazan a todo el comercio de proximidad: hay cuatro locales con la persiana bajada desde hace más de dos años a los que se suma el reciente cierre de Marcs Petritxol, y dos más que se despedirán tras la campaña navideña.
“Éramos ocho dependientas y ahora estoy sola... Con esto lo digo todo”, cuenta Àngels, dependienta desde hace más de cuarenta años, la mitad en Casa Torres de Petrixol, abierta en 1956. “Las ventas están cayendo desde hace quince años”, constata Roger Torres, nieto del fundador. Tercera generación. “El precio de los locales es desorbitado ahí empieza el problema, pero también la descentralización y la falta de apoyo de la administración al comercio de proximidad... Se juntan muchas cosas”, mantiene Carles Verdaguer, propietario de Fly Shop Salmon 2000 (Petritxol, 12), una tienda especializada en pesca y también en productos navideños. El establecimiento brilla como nunca estos días.
Marcs Petritxol, el último establecimiento que ha cerrado en la calle
En sus 150 metros, esta vía concentra lo mejor y lo peor de la salud comercial de las grandes ciudades
Cuatro escaparates cerrados más allá –tras 75 años, la papelería Conesa se despidió para siempre en febrero de este año por jubilación– se mantiene otro establecimiento histórico, Miret. Siempre estuvo al otro lado de la calle, pero hace tres años, se cambiaron al local que están ahora. “Para sobrevivir hay que adaptarse”, mantiene Rosa Olivé, cuarta generación del negocio familiar que abrió en 1919 fabricando y vendiendo a minoristas papel, en todos sus formatos, y productos de regalo. “La gente no se casa, no hay bautizos ni comuniones, no se venden recordatorios ni invitaciones... Ahora en la tienda vendemos más juguetes y objetos de regalo”, dice. Ella y su marido hacen de todo, venden al por mayor, abren y cierran cada día la tienda e incluso barren cada mañana su tramo de calle y el de más allá.
“La vida da muchas vueltas, pero no creo que nuestro hijo se vaya a dedicar a esto”, reconoce Rosa. Con ellos acabaría el negocio, como también acabará, por falta de relevo generacional el de la Joieria Petritxol: “Cada vez cuesta más que la gente de Barcelona venga al centro”, lamenta Mari Carmen, también presidenta de la asociación comercial de Petritxol. Enamorada de la calle desde niña, cuando su padre la llevaba a merendar a la Pallaresa, siempre pensó que querría abrir una tienda aquí y lo hizo hace más de treinta años. “Si seguimos es porque cuesta cerrar para siempre y dejar a los buenos clientes de toda la vida”.
La chocolatería Dulcinea, una de las dos que hay en la calle
Otros que tienen las semanas contadas en la calle Petritxol es la Joieria Sant. “Ha cambiado todo... El hábitos de los consumidores, el perfil de los vecinos –ahora predominan los pisos turísticos– y de los clientes... Y, además, las obras en la Rambla y Via Laietana...”, mantiene Mercè Sant. Ella y su hermano tomaron en los años setenta el relevo del negocio que había abierto su padre y ellos bajarán pronto la persiana para siempre.
Enfrente, la chocolatería Dulcinea que, junto a la Pallarès –una en cada extremo de la calle– acumula colas en estas tardes de más frío o cuando un grupo de turistas hace la visita que recomiendan las guías. Estas dos chocolaterías y la inmensa mayoría de los locales cierra los mediodías, menos el espacio Quera, la librería que sobrevive porque la cuarta generación ha incorporado restaurante.
La rotación entre las tiendas nuevas es muy alta, “muchos no aguantan ni un año, comienzan con ilusión, pero el precio de los locales es desorbitado...”, mantiene uno de los históricos. El penúltimo en llegar a la calle es Oriol Simón, abrió el 17 de junio el 0&1 un local de bisutería, el único de toda la calle que no tiene cristal en el aparador. “Me gusta el contacto con el cliente”, dice. De momento está él todo el día, “si no, no me saldrían los números”, reconoce.
Pese a los problemas y el cambio de estilo de algunas tiendas, la calle Petritxol sigue siendo única y puede presumir de la cuarta galería de arte más antigua del mundo y la primera que no se ha movido nunca de lugar. “Y no vamos a movernos”, asegura su propietario, Joan Anton. Es un enamorado del barrio: “Vivir, trabajar o visitar el corazón de la ciudad, que es el distrito cultural, es un privilegio aunque la gente no se lo crea”, mantiene. Y reconoce que el actual “es un momento especialmente crítico, por las obras que se han convertido en barrera y por el fenómeno de turismo masivo y de low cost”. Joan Anton insta a instituciones y sociedad a plantearse cómo tiene que ser el distrito en el futuro. Él tiene dos propuestas: “exigir que el comercio de la Rambla sea de nivel medio o alto, un comercio con valor añadido, y poner en valor el eje cultural de la Rambla y su entorno.

