En la política valenciana se respira estos días una extraña calma, no la de la tranquilidad, sino la de la parálisis. Mientras las cicatrices de la última dana aún están por cerrar y se avecinan debates cruciales para el futuro de la financiación autonómica, un mal endémico se agudiza: la ausencia de un liderazgo claro, sólido y con capacidad de trascender nuestras fronteras. No se trata solo de una lucha partidista por el poder; es una crisis de altura de miras que nos condena a la irrelevancia en el mapa nacional y, lo que es peor, a la impotencia a la hora de afrontar nuestras propias crisis.

El puente de El Campanar en Valencia inundado en la riada del 18 de octubre de 1957
El panorama que ofrece la clase política actual es profundamente desolador. Carlos Mazón, al frente de la Generalitat, ejerce más una presidencia de la resistencia que del proyecto. La sombra de la duda sobre su continuidad, lastra indefectiblemente su liderazgo y debilita su imagen. Su acción política se mide ahora no en su capacidad para impulsar una visión de futuro, sino en su tenacidad para aguantar, de resistir, en una estrategia que no se aleja mucho de la que empeña Pedro Sánchez. Enfrenta el president valenciano fechas comprometidas como el 9 d'Octubre o el delicado aniversario de la dana del pasado 29 de octubre desde una posición defensiva, no desde la propuesta o la iniciativa. La política de la contención, como estamos viendo, no es un valor positivo; es una metodología que distorsiona la labor institucional.
Frente a él, Diana Morant, al mando del PSPV, ha construido su discurso casi en exclusiva sobre la petición de la dimisión de Mazón y en la exigencia de elecciones anticipadas, idéntico a lo que el PP de Feijóo pide a Pedro Sánchez. Sin embargo, brilla por su ausencia un proyecto autónomo, valiente y genuinamente valenciano para las cuestiones claves que preocupan a la ciudadanía. En materia de financiación, sigue las directrices marcadas desde Ferraz sin cuestionar una coma (todo lo contrario de lo que hizo Ximo Puig); en cultura, sorprende la debilidad de reacción ante la situación de l'Acadèmia Valenciana de la Llengua (con más de 500 escritores valencianos comprometidos en su defensa), o en medio ambiente, su alternativa se presenta difusa y carente de concreción cuando se ha acordado en el Consell, como ejemplo, construir hoteles a 200 metros del mar. Su oposición es reactiva, no visionaria, lo que dificulta la capacidad de ofrecer un proyecto alternativo de gobierno creíble en clave, exclusivamente, valenciana.
Y en este tablero ya de por sí fragmentado, Compromís navega en sus propias contradicciones. La fractura entre sus dos almas - Més Compromís e Iniciativa - es cada vez más evidente y pública, diluyendo cualquier posibilidad de una voz de liderazgo coherente y unificada así en la Comunitat Valenciana como en Madrid. Sin que quede claro, tampoco, quién es la voz para trasladar las posiciones de una coalición que hasta no hace mucho era determinante en el gobierno de las principales instituciones valencianas. Con un hecho añadido, los puentes entre Compromís y el PSPV parecen haber sido dinamitados. Solo Vox, con su férrea disciplina centralista desde Madrid, parece tener una voz única, pero es una voz ajena por completo a cualquier interés o particularidad genuinamente valenciana, subordinada siempre a la estrategia nacional que impone Santiago Abascal, y con vocación de instaurar una recentralización de los servicios públicos o, dicho de otra manera, finiquitar el modelo de Estado de las autonomías.
El resultado de este vacío de liderazgo no es otro que la ya crónica “invisibilidad valenciana”. No hay una voz con peso, autoridad y reconocimiento que trascienda y defienda nuestros intereses con fuerza en los grandes debates económicos y financieros del otoño, donde se jugará el crucial modelo de la “singularidad” autonómica catalana, que el PSPV apoya y que rechaza de plano el PP, también valenciano. Esta irrelevancia política desespera, y con toda la razón del mundo, a nuestros empresarios y a una sociedad civil que ve con estupor cómo ni siquiera somos capaces de gestionar y articular una respuesta unificada frente a nuestras propias crisis (basta ver lo sucedido en la Plataforma pel Finançament Just, la única propuesta transversal que existía para reclamar conjuntamente acabar con la infrafinanciación valenciana). La gestión política de la última dana lo demostró de un modo hiriente: el PP y el PSOE, enrocados en su batalla de relatos y acusaciones, fueron absolutamente incapaces de articular una respuesta de Estado desde las instituciones que gobiernan, de dejar las trincheras partidistas por el bien común, justo cuando la mirada de los grandes medios nacionales, cruciales para presionar al gobierno central, ya se había desviado hacia otras tragedias como los incendios.
La terrible y dolorosa analogía con el pasado nos da la verdadera medida de la gravedad de nuestro fracaso colectivo actual. Como bien documenta Víctor Maceda en su oportuna obra Les cicatrius de València, de la fúria de l'aigua a la catarsi col·lectiva (Pòrtic), tras la devastadora riada de 1957, en una España gris y profundamente centralista, dirigida por Francisco Franco, Valencia sí supo articular una respuesta ejemplar, unitaria y eficaz. ¿Cuál fue la clave? La emergencia de un liderazgo triple y perfectamente coordinado: el liderazgo político de aquel gran alcalde que fue Tomás Trénor, el impulso periodístico y moral del formidable periodista que fue Martí Domínguez desde Las Provincias, y la fuerza movilizadora de la sociedad civil encarnada por uno de los últimos grandes representantes de una burguesía valenciana, liberal y conservadora, que ha desaparecido, Joaquín Maldonado. Fueron voces con autoridad, proyecto, visión de futuro y una enorme capacidad de movilización y de conciencia valenciana y valencianista. Cierto es que, por su valentía, pagaron un alto precio: Trénor fue sustituido, Domínguez despedido y Maldonado se vio obligado a modular su activismo. Hoy, sesenta y seis años después, con todos los instrumentos autonómicos y democráticos a nuestra disposición, ni siquiera podemos asegurar que estemos preparados para la próxima gota fría, como admitió el pasado viernes tácitamente el conseller de Medio Ambiente, Vicente Martínez Mus, cuando, ante la pregunta directa, su respuesta fue la que todos intuimos desde hace tiempo: no.
El resultado de este vacío de liderazgo no es otro que la ya crónica “invisibilidad valenciana”. No hay una voz con peso, autoridad y reconocimiento que trascienda y defienda nuestros intereses con fuerza en los grandes debates”
La pregunta urgente, por tanto, ya no es quién ganará la próxima batalla política en les Corts o quién ganar las próximas elecciones autonómicas y locales. La pregunta verdaderamente crucial es quién va a levantar la voz por Valencia de una vez por todas. Quién va a tener la talla y la valentía de dejar de lado la política cortoplacista, la mera resistencia y la oposición vacía para construir un relato de futuro sólido y defenderlo con firmeza tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. La ausencia de ese liderazgo no es solo un problema partidista; es una condena al ostracismo político nacional y una irresponsabilidad mayúscula con los valencianos que cada día sufren las consecuencias de las crisis, ya sean climáticas o económicas. El libro de Víctor Maceda no es solo un recordatorio de una tragedia pasada (con un ejercicio comparativo con el caso de la dana del 29 de octubre de 2024), es un espejo en el que mirarnos para comprobar, con vergüenza, lo lejos que estamos de la talla de aquellos que nos precedieron y lo urgentemente que necesitamos nuevos liderazgos. Y si pueden, lean el libro, vale la pena.

Portada del nuevo libro de Víctor Maceda