Idoia Chicoy, capitana de una ONG marina, 39 años: “Vivir en el mar te enseña a pedir ayuda y a no hacerte la fuerte”

Vivir todo el año en un barco 

Mientras muchos sueñan con el mar como un lugar de escape, ella lo habita como un espacio de trabajo, responsabilidad y resistencia

A sus 39 años, Idoia Chicoy es capitana de una ONG internacional que combate la pesca ilegal y pasa meses enteros navegando sin tocar tierra

Idoia lleva toda la vida navegando, tanto que ha hecho de su pasión su forma de vida

Idoia lleva toda la vida navegando, tanto que ha hecho de su pasión su forma de vida

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El mar no es un pasatiempo más en la vida de Idoia Chicoy, sino el centro principal sobre el que gira su eje. Cuando habla de su día a día no menciona vacaciones ni desconexión, sino turnos, reuniones, guardias nocturnas y decisiones que no siempre admiten margen de error. Capitana de una ONG internacional de conservación marina, su trabajo consiste en patrullar zonas donde la pesca ilegal arrasa ecosistemas enteros y documentar aquello sobre lo que muchos prefieren mirar hacia otro lado. “No hay ocio. Apenas hay noche. Pero estás ahí por algo más grande que tú”, resume en una entrevista para Guyana Guardian.

A bordo de los barcos de la ONG Sea Shepherd Global —algunos de hasta 75 metros de eslora— su rutina empieza antes de que salga el sol. Reuniones con jefes de departamento, planificación de operaciones, coordinación de tripulación y largas horas de vigilancia. “En alta mar, la vida se organiza en guardias de cuatro horas y descansos fragmentados”, explica. No hay días iguales, pero todos comparten una misma tensión: la de saber que cualquier fallo se paga caro cuando estás lejos de tierra.

En sus meses en la ONG, convive con mucha gente y debe organizar todo lo que al barco concierne

En sus meses en la ONG, convive con mucha gente y debe organizar todo lo que al barco concierne

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Porque, como bien asegura, ser capitana no es solo llevar el timón, es sostener equipos humanos durante semanas, a veces meses, en condiciones exigentes. “En la ONG usamos el Buddy System: cada persona tiene a alguien asignado para apoyarla si está mal”, explica. No es un detalle menor. El aislamiento, la presión y el cansancio acumulado hacen que la salud mental sea tan importante como la navegación. “Aprendes a pedir ayuda y a ofrecerla. En el mar no puedes hacerte el fuerte todo el tiempo”, asegura.

Vivir todo el año en un barco

Toda una vida dedicada al mar 

Su relación con el océano viene de lejos. Estudió biología marina y durante años trabajó en avistamiento de cetáceos, una etapa que define como clave: “Aprendí a entender cómo viven ballenas y delfines, pero también a educar a la gente desde dentro”. Aquella experiencia marcó su forma de mirar el mar: no como un paisaje, sino como un ecosistema frágil atravesado por la actividad humana. Hoy, esa mirada se traduce en campañas contra la pesca ilegal en el Golfo de Guinea, uno de los puntos más conflictivos del planeta.

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Aunque mucha gente piense lo contrario, las misiones no tienen nada de romántico, ni mucho menos son como en las películas. Navegar semanas sin ver tierra, convivir en espacios reducidos, dormir mal y estar siempre alerta forma parte del trabajo. “La gente idealiza los atardeceres y las ballenas. No se imaginan lo agotador que es mantener un barco vivo o lo que pesan las guardias nocturnas”, explica. Aun así, hay momentos que justifican todo, ya que cuando una operación sale bien o cuando sabes que tu presencia ha servido para frenar prácticas destructivas, el cansancio adquiere sentido.

Idoia asegura que, aunque quizás en un futuro se estabilice algo más, no se ve viviendo en tierra firme, al menos por ahora

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Cuando Idoia termina una campaña y vuelve a su propio velero, que adquirió hace ya algunos años, el ritmo cambia, pero no el fondo, pues su barco es su hogar permanente. No paga alquiler ni tiene dirección fija, pero sí una lista interminable de tareas de mantenimiento: “Un barco es como una casa que siempre está pidiendo algo”, asegura. Por eso, la gestión de recursos es constante: el agua dulce es limitada, la energía se raciona y cada decisión cuenta, por lo que las duchas rápidas, la limpieza con agua salada o cargar dispositivos solo cuando el motor lo permite son todo un habitual en su vida.

Creo que navegaré siempre. Mi barco es mi hogar

Contributing Writer

Idoia asegura que, a lo largo de todos estos años en el mar, las tormentas han sido uno de los aprendizajes más duros, pues ha vivido situaciones límite, sobre todo en el Mediterráneo. “Es un mar traicionero. Las peores tormentas me las he comido aquí”. Recuerda travesías largas y exigentes, como la que la llevó de Estados Unidos a Nueva Zelanda atravesando el Caribe con mal tiempo. Experiencias que no se olvidan y que moldean una forma de estar en el mundo marcada por la resiliencia.

Emocionalmente, la vida en el mar le ha enseñado a convivir con la incertidumbre. “No hay rutina fija. Cada día puede ser diferente y a veces te enfrentas a problemas que no puedes solucionar de golpe”, explica. Averías, accidentes, tensiones personales, noticias que llegan desde tierra cuando estás lejos... En el mar todo se amplifica, y por eso ella insiste en la importancia de las redes de apoyo y en aceptar las propias limitaciones.

Aunque la gente idealiza los atardeceres o ver ballenas, Idoia asegura que la vida en un barco es mucho más dura que todo eso

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Ahora, a pesar de todo, ¿se imagina una vida distinta? No. Porque para ella, navegar no es una etapa, sino una forma de estar en el mundo: “Creo que navegaré siempre. Mi barco es mi hogar”. Quizá, admite, el futuro tenga ritmos más pausados, pero no una vuelta a tierra firme como norma. Porque para ella el mar no es huida ni aventura puntual: es compromiso, trabajo y una manera radicalmente honesta de vivir.

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