La historia de Àngels Roca es la de un silencio que duró demasiado. “Pasé diez años con pañales, miedo y vergüenza”, resume. Lo que tenía que haber sido uno de los días más felices de su vida —el nacimiento de su tercer hijo— se convirtió en el inicio de un calvario que condicionó por completo su existencia durante más de dos décadas.
Àngels tenía poco más de 30 años cuando sufrió un parto traumático, con fórceps, que le dejó lesiones irreversibles en el suelo pélvico. A partir de ese momento, su vida cambió por completo. “Se me escapaba en cualquier momento”, confiesa. Primero fue la incontinencia fecal. Después, la urinaria. Ambas con un impacto demoledor sobre su día a día.
Tu vida empieza a girar alrededor de un lavabo”
La enfermedad no solo afecta físicamente. También golpea la autoestima, la vida laboral, la social y hasta la familiar. “Dejé mi trabajo porque no podía gestionar una reunión sin estar pendiente de si se me iba a escapar. Vivía con una mochila a cuestas, con ropa de recambio, buscando siempre un baño cerca. El miedo a mancharme me condicionaba todo”, explica.
El sufrimiento la llevó incluso a cambiar de municipio para intentar empezar de cero, lejos de las miradas y del juicio. Pero eso no solucionó el problema. “Te aíslas. Eres tú quien se encierra porque no lo puedes contar. Y te conviertes en la rara, en la que no va al parque con sus hijos, en la que no aparece en los partidos de fútbol, en la que siempre busca excusas para no salir”, relata.
Un problema invisible que afecta a millones
La incontinencia la obligó a dejar su trabajo, aislarse y mudarse por miedo a mancharse en público
Hoy Àngels tiene 60 años y, aunque ha conseguido recuperar su calidad de vida, recuerda bien lo que significa convivir con esta enfermedad en silencio. La incontinencia afecta a seis millones de personas solo en España —entre dos y cuatro millones cuando hablamos de incontinencia anal— y sigue siendo un tema rodeado de estigma, vergüenza y desconocimiento.
“No es cosa de mayores, es cosa de no hablarlo”, sentencia. “A mí me pasó con poco más de 30. Pero como nadie hablaba de esto, pensé que estaba sola, que solo me pasaba a mí”. Una realidad que, lamentablemente, comparten miles de personas que siguen creyendo que la incontinencia es algo exclusivo de la vejez, del deterioro físico o de la dependencia.
Su proceso fue largo y duro. Àngels pasó por varias intervenciones quirúrgicas para reconstruir el esfínter, ejercicios de fortalecimiento del suelo pélvico y, finalmente, un dispositivo que ella misma llama con humor “el marcaculos”: un marcapasos implantado en la nalga, conectado a la raíz sacra, que hoy le permite llevar una vida completamente normal.
“No llevo nada. Ni pañales, ni compresas, ni salvaslip. Hoy puedo vivir, salir, viajar, trabajar y hacer mi vida sin estar pendiente de si hay un lavabo cerca”, afirma.
Por eso hoy Àngels no solo da su testimonio, sino que también es presidenta de ASIA, la Asociación para la Incontinencia Anal y Urinaria, donde trabaja para dar visibilidad a este problema y ayudar a quienes lo sufren. “Hay tratamientos, hay productos, hay calidad de vida. Solo hace falta romper el silencio”.