Marta González-Corró, médica: “Una disbiosis intestinal puede ser el origen invisible de síntomas como depresión, inflamación, tiroiditis o cistitis crónica”

BIENESTAR

La microbiota alterada puede generar inflamación silenciosa y afectar desde el ánimo hasta el sistema inmune

Marta González-Corró

Marta González-Corró

¿Y si muchas de las enfermedades que conocemos comenzarán en el intestino? La microbiota, ese universo de microorganismos que vive en nuestro sistema digestivo, influye no solo en la digestión, sino también en el estado de ánimo, el sistema inmune y la inflamación. Cuando se desequilibra, lo que se conoce como disbiosis, puede estar detrás de la ansiedad, depresión, enfermedades autoinmunes, problemas hormonales... 

Tal y como cuenta Marta González-Corró en una entrevista para La Vanguardia, los síntomas digestivos son solo una parte de la historia: muchas veces, el intestino está en el origen de dolencias que parecen no tener relación. Lo que comemos, los medicamentos que tomamos o nuestro de vida impactan directamente en ese delicado ecosistema. Y aunque no siempre se ve, la microbiota habla: a través de sistemas digestivos, inmunológicos o incluso emocionales. 

Microbiota

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¿Qué señales o síntomas podrían alertarnos de que nuestra microbiota está desequilibrada?

A nivel digestivo es bastante claro: si no vas al baño, si tienes diarreas, barriga hinchada, gases o acidez, algo pasa y hay que consultar. Estos síntomas ya te orientan, aunque luego el especialista deberá ver si el problema está en el intestino delgado, grueso, si hay putrefacción o fermentación alterada. Pero no solo se refleja en lo digestivo. Si tienes una enfermedad autoinmune, como una tiroiditis de Hashimoto, por ejemplo, también puede estar relacionada con una disbiosis intestinal y con permeabilidad intestinal aumentada. Ahí el sistema inmune se confunde, ataca sustancias que entran por el intestino y que se parecen a nuestras células, y acaba atacándonos a nosotros mismos.

Además, si tienes una enfermedad neurodegenerativa, psiquiátrica, obesidad, algo cardiovascular, endocrino o metabólico, también se puede sospechar de un desequilibrio intestinal. Incluso mujeres con cistitis o cándidas habituales deberían considerar que el problema puede estar en su intestino, porque todas las mucosas están conectadas. De hecho, ginecólogos me derivan pacientes porque saben que si no se trata el intestino, seguirán con los mismos problemas.

¿Qué tipo de alimentación favorece el equilibrio de la microbiota? ¿Es suficiente con “comer sano”?

Pues mira, la microbiota se alimenta del reino vegetal. Así que hay que pensar en fibra: frutas, verduras, legumbres, cereales integrales, que además aportan polifenoles, que también la nutren. Por ejemplo, a la Akkermansia le encantan los polifenoles. Por eso es importante tomar muchos colores, cuantos más colores mejor. También es clave el almidón resistente, que está en alimentos como el arroz, la patata, la yuca o el boniato, pero cocinados y luego refrigerados. Al enfriarse, ese almidón se transforma en almidón resistente, que nosotros no digerimos, pero nuestras bacterias sí.

El sistema inmune se confunde y en vez de atacar a lo que tiene que atacar o además de atacar a eso, lo que hace es atacar tu sistema inmune

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Entonces, lo ideal es una dieta basada en el reino vegetal, con algo de grasas saludables y una parte de proteínas, porque hay una pequeña parte de la microbiota que digiere proteínas y produce sustancias interesantes, aunque son poquísimas. Si solo comemos carne y no tomamos fibra ni polifenoles, va a sobrecrecer un tipo de microbiota que no interesa. Y súperimportantes los fermentados, pero tienen que ser sin pasteurizar, porque si no, pierden los probióticos. Si están fuera de la nevera, ya están pasteurizados, y aunque pueden tener otros beneficios, ya no aportan bacterias vivas.

¿Y realmente funcionan los probióticos?

Sí, los probióticos funcionan, pero hay que saber cuándo y cuáles tomar. No todos sientan bien: si hay sobrecrecimiento bacteriano o disbiosis, pueden empeorar los síntomas. En cambio, en casos como diarreas, tras tomar antibióticos o ciertos desequilibrios, pueden ser muy útiles. Cada cepa tiene un efecto distinto, por eso es importante que un especialista recomiende el adecuado para cada situación. También influyen factores como la edad (a partir de los 60 bajan las bifidobacterias) o el uso de medicamentos.

En bebés, si nacen por cesárea y no tienen lactancia materna, sí se aconsejan probióticos. Pero si han nacido por parto vaginal y toman pecho, no hace falta: ya están recibiendo lo mejor. Y, como dice ella, los dos mayores regalos para un hijo son: preparar el cuerpo antes del embarazo y, si se puede, parto natural y lactancia materna.

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¿Cómo se relaciona la disbiosis con enfermedades como la ansiedad, la depresión o los trastornos neurodegenerativos?

Cuando hay disbiosis, una alteración de la microbiota, faltan bacterias buenas que normalmente fabrican sustancias beneficiosas como vitaminas, aminoácidos, ácidos grasos de cadena corta como el butirato, que es antiinflamatorio. Entonces, no se fabrica lo bueno. Y, por otro lado, crecen bacterias potencialmente patógenas que alteran el pH del intestino, dañan la membrana y generan inflamación e hiperpermeabilidad intestinal. Eso permite que entren sustancias que activan el sistema inmune y también algunas que llegan al sistema nervioso y generan un estado proinflamatorio. Hoy sabemos que la depresión tiene una base inflamatoria y está muy relacionada con la disbiosis. En vez de favorecerse la vía de la serotonina (la del “yo soy happy”), se activa la vía de la quinurenina, que promueve inflamación.

Con la ansiedad ocurre algo parecido, ya que la microbiota produce serotonina, dopamina y otros neurotransmisores. Si está alterada, se afecta esa síntesis, lo que impacta tanto localmente (dolor visceral, molestias) como a nivel del sistema nervioso central. Existe el eje microbiota-intestino-cerebro, una comunicación bidireccional a través del nervio vago, hormonas y citocinas. Cualquier alteración intestinal puede afectar el sistema nervioso. Por ejemplo, en el Parkinson, sabemos que años antes de que aparezcan los síntomas neurológicos típicos, muchos pacientes tienen un estreñimiento crónico. Y claro, no ir al baño cada día acumula tóxicos y genera un estado inflamatorio.

Microbiota

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¿Recomienda hacer un estudio de microbiota? ¿Qué información útil se obtiene y cómo se interpreta?

Hacer un estudio de microbiota puede ser útil, pero no es para todo el mundo. Primero hay que valorar el historial de la persona, y luego ver si conviene complementar con pruebas. Hay dos principales: el test de aire espirado (para detectar SIBO o intolerancias como lactosa o fructosa) y el análisis de heces, que permite ver el estado del intestino y posibles desequilibrios, parásitos, o riesgo cardiovascular (como microbiota productora de TMAO). Eso sí, estos estudios deben ser prescritos por un profesional, porque hay muchos tipos y no tiene sentido hacerse uno al azar. Además, la microbiota cambia constantemente, así que un análisis de hace un año ya no sirve.

También influyen muchos factores: tener mascotas, hermanos, vivir en entorno rural o urbano... pero lo más determinante es la alimentación. Lo que comemos alimenta a unas bacterias u otras. Si comes ultraprocesados, crecen las que no interesan. Si das fibra, polifenoles, almidón resistente (frutas, verduras, legumbres…), alimentas la microbiota buena. Por otro lado, muchos medicamentos afectan negativamente: antibióticos, antiinflamatorios, anticonceptivos, inhibidores de la bomba de protones… Este último, por ejemplo, quita la acidez del estómago, lo que permite que microorganismos no deseados pasen al intestino, favoreciendo sobrecrecimientos como el SIBO. Otros fármacos, como corticoides o quimioterapia, también alteran la microbiota severamente.

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