“Chicas que se miran al espejo cada día buscando un defecto. Que aprenden a hablarse mal. Que creen que estar bien es verse bien, y que verse bien es parecerse a un molde imposible”. Así describe la psicóloga Marian Monteverde la realidad de muchas adolescentes de hoy en un vídeo publicado en sus redes sociales.
El 70 % no se siente a gusto con su cuerpo
La mayoría de adolescentes arrastra una mala relación con su cuerpo desde muy jóvenes
Monteverde, especializada en Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA), alerta de que el 70 % de las adolescentes no se siente bien con su cuerpo, según datos que coinciden con encuestas recientes como el estudio de Dove y Edelman Data & Intelligence (2023), que concluye que 7 de cada 10 chicas en todo el mundo tienen una imagen corporal negativa antes de los 18 años.
En su intervención, Monteverde insiste: “No basta con decirles quiérete”. El mensaje de amor propio que a menudo se lanza como eslogan resulta insuficiente frente al bombardeo de imágenes retocadas, cánones inalcanzables y presión social que se cuece en redes sociales, pasarelas y hasta conversaciones cotidianas.
“Hay que enseñarles a cuestionar lo que consumen en redes. A construir una relación con el cuerpo basada en el respeto. Y sobre todo, a dejar de tratar el peso como un proyecto pendiente”, remarca. La psicóloga propone cambiar el enfoque: dejar de hablar del cuerpo como un problema que se resuelve con dieta, ejercicio o estética, y comenzar a entenderlo como una parte de la identidad que merece cuidado, atención y escucha.
Los expertos coinciden en que la prevención de los TCA no pasa solo por detectar señales de alarma, sino por educar en autoestima, diversidad corporal y pensamiento crítico desde edades tempranas. Programas escolares, conversaciones familiares y referentes positivos son clave para frenar una cultura que convierte la delgadez en sinónimo de éxito o valor personal.
Monteverde no se queda en la superficie. “A muchas adolescentes no les enseñamos a respetarse, solo les exigimos que se gusten”, advierte. Y ese mandato, disfrazado de empoderamiento, a menudo solo añade culpa, frustración y más distancia con un cuerpo que nunca parece suficiente. Educar en el respeto —no en la perfección— puede ser el primer paso para que dejen de tratarse como un proyecto que siempre está por acabar.