¿Por qué alguien sigue consumiendo cuando su vida “está hecha a pedazos”, cuando está solo, con problemas en casa o en el trabajo? Luis Pérez lo formula sin adornos en un vídeo difundido en su Instagram (@luisperez.adicciones): “Porque la adicción secuestra esa parte del cerebro que se encarga de valorar lo que está bien y lo que está mal, secuestra esa parte del cerebro que se encarga de decidir y de razonar”.
Y remacha la idea que más polémica levanta: “No es que no quiera. Es que no puede… El cerebro del adicto está secuestrado, y lo último que tiene es libertad para elegir. No se trata de voluntad, se trata de herramientas y acompañamiento”.
La investigación del National Institute on Drug Abuse (NIDA) y de la revista PMC define la adicción como un trastorno médico que altera los circuitos cerebrales de recompensa, estrés y autocontrol, afectando a la corteza prefrontal y reduciendo la capacidad de decidir y autocontrolarse. No se trata solo de “querer” dejarlo: los circuitos ejecutivos no funcionan como antes. Según estudios recogidos en BMJ y PMC, la intervención médica es clave. En el consumo de opioides, los tratamientos con agonistas como metadona o buprenorfina reducen de forma significativa la mortalidad frente a no tratar, especialmente si se mantienen en el tiempo.
En alcohol, las guías del National Institute for Health and Care Excellence (NICE) y estudios en JAMA Network recomiendan naltrexona y acamprosato como primera línea, siempre junto a psicoterapia, para disminuir recaídas y consumo intensivo. En el plano psicosocial, revisiones sistemáticas de la Cochrane Library, PMC y PubMed destacan la entrevista motivacional y el refuerzo contingente como intervenciones eficaces para iniciar y mantener cambios, con beneficios que se prolongan hasta un año.
El mensaje de Pérez no exculpa; contextualiza: cuando la enfermedad “secuestra” los mecanismos de elección y razón, no basta con exigir voluntad. Hace falta un entorno que ofrezca herramientas y acompañamiento —justo lo que respaldan las guías clínicas y los metaanálisis más serios. Tratar la adicción como lo que es —un trastorno del cerebro y de la conducta— permite pasar de la culpa al tratamiento y, con ello, mejorar supervivencia, reducir recaídas y recuperar proyectos de vida.