Cambios escolares, ansiedad, incertidumbre global, emociones que desbordan… Acompañar a niños y adolescentes hoy puede sentirse como caminar por terreno inestable, incluso para los adultos más comprometidos. ¿Cómo sostener a los hijos cuando el mundo también os sacude a los padres o tutores?
Mariana Capurro, psicóloga especializada en infancia y crianza respetuosa, trabaja cada día con familias que buscan respuestas, pero sobre todo, conexión. En esta conversación para La Vanguardia, comparte herramientas emocionales y claves prácticas para transitar etapas como el paso de primaria a secundaria, gestionar la presión académica o cultivar valores como la resiliencia en un mundo complejo.
¿Cuáles serían los principales consejos para que los padres puedan acompañar a sus hijos durante esos procesos de cambio?
La transición de primaria a secundaria es uno de los momentos más significativos en la vida escolar de un niño, no solo a nivel académico, sino también emocional y social. Muchos chicos y chicas experimentan ansiedad ante lo desconocido: nuevos compañeros, profesores distintos, mayor exigencia, o incluso un cambio de edificio. Es un salto que implica, en muchos casos, una sensación de pérdida de control y de inseguridad.
Uno de los consejos más importantes que daría a las familias es acompañar el proceso sin minimizarlo. A veces, con la mejor intención, los adultos les decimos frases como “no te preocupes, te va a ir genial” o “todos pasan por lo mismo”. Pero en lugar de calmar, esto puede hacer que los niños se sientan incomprendidos o invaliden su malestar. Lo ideal es abrir espacio para que hablen de lo que sienten, sin juicios, sin prisas, y con preguntas que los ayuden a nombrar sus emociones.

Alumnos
¿Y a nivel emocional?
Es muy importante prepararlos emocionalmente desde el vínculo. No se trata solo de darles herramientas (que también), sino de que sientan que hay un adulto disponible, previsible y que confía en ellos. En lo práctico, puede ayudar visitar la nueva escuela con antelación, hablar sobre lo que va a cambiar y sobre lo que permanecerá igual, e incluso compartir anécdotas. Y, por supuesto, estar muy atentos a cambios en el sueño, el apetito o el estado de ánimo, ya que estos pueden ser señales de que algo más profundo está ocurriendo.
Y por último, recordar que los procesos de cambio no se transitan en línea recta. Algunos niños pueden parecer tranquilos al inicio y luego tener un bajón emocional, mientras que otros lo viven con ansiedad desde antes del primer día. Cada proceso es único, y como adultos, nuestro rol es caminar a su lado, sin apurar, sin presionar, y con la certeza de que el acompañamiento presente siempre es más poderoso que cualquier solución rápida.
¿Y cómo pueden los padres, madres o tutores ayudar a los niños a manejar la presión sin aumentar su ansiedad?
Durante los cambios de ciclo escolar o las épocas de evaluaciones, muchos niños y adolescentes experimentan un aumento natural en la presión, ya sea por sus propios estándares, por expectativas familiares o por la exigencia del entorno escolar. Lo más importante que podemos hacer es evitar sumar presión emocional innecesaria y ofrecer contención, estructura y herramientas.
Un primer paso fundamental es ayudarles a regular el ritmo. Muchas veces, el estrés se intensifica cuando sienten que todo es urgente o que no tienen el control. Por eso, crear con ellos un horario visual y realista de estudio, descansos y ocio puede darles una sensación de orden y previsibilidad. El descanso y el juego no son premios, son necesidades básicas.
Muchos niños experimentan ansiedad porque no entienden lo que sienten, o sienten que “no deberían sentirse así”
En segundo lugar, es muy importante poner el foco en el proceso y no solo en el resultado. Cuando los niños sienten que su valor está condicionado al éxito académico, es más fácil que desarrollen ansiedad ante los exámenes. Podemos reforzar mensajes como: “Estoy orgulloso de tu esfuerzo”, “Sé que estás dando lo mejor de ti” o “Los errores también forman parte de aprender”. Estas frases construyen una autoimagen más sana.
También es importante estar atentos a los signos de saturación emocional, como irritabilidad, llanto fácil, problemas para dormir o quejas físicas (dolor de estómago, de cabeza, etc.). Si aparecen, es mejor hacer una pausa y hablar abiertamente de cómo se sienten, más que insistir en seguir estudiando.
Y por último, recordar que nuestro propio ejemplo es fundamental. Si los adultos vivimos con ansiedad los procesos evaluativos o transmitimos angustia, los niños lo captan. Modelar calma, confiar en sus capacidades y demostrar que estamos disponibles, aunque las cosas no salgan perfectas, es el mejor sostén que podemos ofrecerles.
¿Qué herramientas emocionales pueden desarrollar los padres para ayudar a sus hijos a gestionar la ansiedad que surge por los eventos y situaciones externas?
Para poder ayudar a sus hijos a gestionar la ansiedad que surge por eventos o situaciones externas (como cambios familiares, noticias alarmantes, conflictos escolares o incluso crisis globales), los padres necesitan desarrollar herramientas emocionales. En otras palabras, no podemos acompañar lo que no somos capaces de sostener en nosotros mismos. No obstante, hay 5 puntos que me parecen muy importantes.
El primer paso es que los adultos se den el permiso de sentir. Reconocer sus emociones frente a la incertidumbre o el miedo (en lugar de negarlas o minimizarlas) les permite mostrarse auténticos y humanos ante sus hijos. Esta conciencia facilita que también puedan identificar cuándo una emoción les sobrepasa, y así regularse antes de transmitir ansiedad innecesaria a los niños.
Es importante estar atentos a los signos de saturación emocional, como irritabilidad, llanto fácil, problemas para dormir o quejas físicas
Técnicas como la respiración consciente, la meditación, el autocuidado y el manejo del lenguaje interno (lo que nos decimos a nosotros mismos) ayudan a los padres a responder en lugar de reaccionar. Cuando los niños ven que sus figuras de apego saben mantener la calma en situaciones difíciles, también aprenden a confiar en que es posible hacerlo.
Muchos niños experimentan ansiedad porque no entienden lo que sienten, o sienten que “no deberían sentirse así”. Los padres que practican la validación emocional (es decir, que ponen palabras al malestar de sus hijos sin juzgarlo ni intentar resolverlo de inmediato) les enseñan que todas las emociones son legítimas. Frases como: “Entiendo que esto te preocupe” o “Tiene sentido que te sientas así”, generan un entorno de seguridad emocional.
La forma en que hablamos con los niños sobre lo que ocurre en el mundo o en su entorno debe ser clara, honesta y adaptada a su edad. Los silencios o los discursos fatalistas suelen generar más ansiedad. En cambio, una comunicación basada en la calma, que incluye espacio para preguntas y para compartir emociones, ayuda a los niños a procesar la información sin sentirse solos o desbordados.
Los padres son el primer ejemplo de cómo enfrentar la vida. Mostrar cómo enfrentamos la frustración, cómo pedimos ayuda o cómo recuperamos la esperanza tras un momento difícil, ofrece un modelo realista y positivo para los hijos. También es valioso que los adultos muestren flexibilidad y apertura al cambio, dos competencias muy necesarias en tiempos inciertos.

Alumnos entrando a clase
Y como comentaba, en un mundo y contexto tan complejo, ¿cómo pueden los padres cultivar valores como la empatía?
En un contexto global marcado por la incertidumbre (con desafíos como el cambio climático, los conflictos bélicos y las crisis sociales) es comprensible que muchas familias se pregunten cómo criar a sus hijos en un entorno emocionalmente seguro. Ante esta realidad, cultivar valores como la empatía y la resiliencia no solo es posible, sino muy necesario para preparar a los niños a enfrentar el mundo con fortaleza interior y sensibilidad hacia los demás.
La clave está en la coherencia emocional de los adultos. Los niños aprenden observando cómo sus padres reaccionan ante los problemas, cómo gestionan el estrés y cómo se relacionan con los demás. Si los adultos muestran respeto, apertura al diálogo y capacidad para adaptarse a los cambios, los hijos internalizarán estos aprendizajes como estrategias propias.
También es importante escuchar activamente a nuestros hijos, validar sus emociones y hablar abiertamente sobre los sentimientos de los demás, incluso ante hechos complejos del mundo, les permite desarrollar una mirada más compasiva. Es bueno fomentar actividades solidarias o cooperativas (aunque sean pequeñas acciones como ayudar a un vecino o cuidar del entorno) que enseñen que cada gesto cuenta.
¿Y en cuanto a la resiliencia?
La resiliencia, por su parte, se construye desde la seguridad emocional. Un niño que se siente aceptado incondicionalmente, que sabe que puede equivocarse sin perder el afecto de sus padres, tendrá más herramientas para levantarse ante la adversidad. Enseñarles que los errores forman parte del aprendizaje y que las emociones difíciles también se pueden atravesar, los ayuda a crecer con confianza y autonomía.
Además, es importante hablar con naturalidad sobre la realidad, siempre adaptando la información a la edad del niño, y enfocándonos en qué sí podemos hacer. Por ejemplo, frente al cambio climático, podemos enseñar hábitos sostenibles en casa. Frente a la guerra, podemos hablar de la importancia del respeto, la paz y el cuidado del otro. Los valores no se enseñan con discursos, sino con experiencias vividas.