A fines de 1958, los médicos epidemiólogos, Vincent Felitti y Robert Anda, comenzaron una extensa investigación sobre 50.000 personas adultas que mucho ayudó a cambiar la forma en que se entiende hoy la salud física y mental.
Sus conclusiones revelaron algo muy contundente: las experiencias adversas en la infancia no solo dejan cicatrices emocionales, sino también biológicas y son la causa más importante de enfermedad, sufrimiento y muerte prematura en la vida adulta.
Concluyeron que existían diez tipos de experiencias muy desfavorables en la niñez: 1) el abuso sexual; 2) el físico; 3) el emocional); 4) la desatención emocional; 5) la negligencia física; 6) la violencia doméstica; 7) las adicciones en el hogar; 8) enfermedad mental en la familia; 9) la separación o divorcio de los padres y 10) el encarcelamiento de un miembro de la familia.
Cuantas más experiencias adversas, mayor era el riesgo de padecer cualquiera de todas las enfermedades crónicas: cardiopatías, diabetes, cáncer, obesidad, enfermedades pulmonares, depresión, ansiedad, adicciones, intentos de suicidio y menor expectativa de vida.
Riesgo de cardiopatía, ictus e insuficiencia cardíaca
Así, una persona con cuatro o más tipos de experiencias adversas tenía el doble de riesgo de padecer una enfermedad cardíaca, cuatro veces mayor riesgo de depresión, siete veces más probabilidad de alcoholismo y hasta doce veces más de intento de suicidio.
Las consecuencias se mantenían incluso en los adultos con buena educación, trabajo estable y adecuada cobertura médica. El trauma infantil no se borraba con el éxito social, profesional o económico.
Ambos investigadores demostraron que las experiencias tempranas adversas alteran el desarrollo cerebral, el funcionamiento del sistema inmunológico y del sistema endocrino.
Cuando un niño vive en un entorno tan hostil, su cerebro se adapta para sobrevivir y las respuestas que regulan el estrés, permanecen activadas de manera permanente, con consecuencias prolongadas y con un resultado perjudicial a través de los años. El cuerpo siempre recuerda lo que la mente quisiera olvidar.
Llorar
En 2019, se estimó que el impacto económico global del maltrato infantil supera los 2 billones de dólares anuales, considerando costos médicos, judiciales y pérdida de productividad. Se postula que la prevención del abuso y la negligencia infantil debería ser la principal prioridad de salud pública y centrarse en tratar las causas y no solo las consecuencias.
No hay salud sin infancia protegida. Un niño maltratado no solo sufre hoy, sino que carga en su cuerpo y en su mente una herencia que puede manifestarse décadas más tarde.
Comprender esto no es solo una cuestión médica, sino ética y social y también aceptar que una infancia libre de experiencias adversas es la forma más efectiva y más humana de prevenir enfermedades.



