“Todas las personas necesitamos lo mismo para sentirnos bien. Lo que cambia es la dosis, porque unos necesitan que los escuches mucho y otros, un poco, es suficiente. Unos necesitan que los mires mucho, otros menos. Otros necesitan que los reconozcas mucho, otros, algo, es suficiente”. Con estas palabras, la psicóloga clínica Inma Puig resume una verdad sencilla y profunda: todos compartimos las mismas necesidades emocionales básicas, aunque cada uno requiere una medida diferente de ellas. No todos necesitamos el mismo grado de atención, de mirada o de palabras, pero todos necesitamos sentirnos vistos, escuchados y valorados.
Si tenemos una pareja, unos hijos, unos colaboradores, unos amigos que de 100 cosas hacen 90 bien y 10 mal, nos van a sesñalar las 10 cosas que hacemos mal
Puig nos recuerda que “el reconocimiento es una de las bases del cuidado”. En una época en la que el ritmo de vida, las redes sociales y la exigencia constante parecen poner el foco en el rendimiento, esta afirmación suena casi revolucionaria. El ser humano, dice la psicóloga, “necesita el reconocimiento como el aire que respira”. Sin él, la convivencia se seca, los vínculos se debilitan y la autoestima se va.
Puig nos recuerda que “el reconocimiento es una de las bases del cuidado”.
Y no se trata solo de una cuestión de agrado o de ego. Puig señala que “casi podríamos asegurar que somos adictos al reconocimiento”. Es decir, cuando alguien nos valora, cuando alguien nos hace sentir vistos, experimentamos una satisfacción tan intensa que queremos volver a sentirla. “Hagamos algo, nos reconocen, nos sentimos pletóricos y ya empezamos a buscar otra cosa para poder hacerlo bien y que nos lo reconozcan de nuevo.” El reconocimiento, así entendido, no solo nos reconforta: nos impulsa, nos motiva a mejorar y a seguir avanzando.
Sin embargo, lo que resulta paradójico, como señala Inma Puig, es que “llama la atención los rancios y tacaños que somos con el reconocimiento”. Nos cuesta expresarlo. En la mayoría de nuestras relaciones —de pareja, familiares o laborales— tendemos a poner el foco en los errores antes que en los aciertos. Y Puig lo explica con demasiada claridad: “Si tenemos una pareja, unos hijos, unos colaboradores, unos amigos que de 100 cosas hacen 90 bien y 10 mal, nos van a sesñalar las 10 cosas que hacemos mal. Nos dirán las 90 cosas que hacemos bien”.
Todas las personas necesitamos lo mismo para sentirnos bien. Lo que cambia es la dosis
El problema, añade, es que solemos pensar lo que hacen bien, pero decir lo que hacen mal. Guardamos para nosotros los pensamientos positivos —ese “qué bien lo hace”, “cómo me gusta esto”, “cómo me gustaría hacerlo así”— y solo decimos lo que no nos gusta. “Podríamos darle a veces una vuelta, porque pensamos cómo me gusta esto, qué bien lo hace, cómo me gustaría hacerlo, cómo lo hace... Y no decimos nada. Pero, en cambio, cuando hay alguien que hace algo que no nos gusta, esto no se hace así, esto podría haberlo hecho de otra forma”.
Esa observación, tan cotidiana, guarda una gran verdad sobre nuestra manera de relacionarnos. A menudo creemos que el reconocimiento es algo que se da solo en momentos especiales, o que quien lo necesita lo pedirá. Pero la realidad es que todos, sin excepción, necesitamos sentirnos validados. Lo curioso es que muchos de nosotros hemos aprendido a ahorrar en reconocimiento.
Inma Puig nos invita a revisar esa actitud. “Visto así, parece muy costoso darle reconocimiento, pero es gratis”. No cuesta nada mirar a alguien con aprecio, agradecer un esfuerzo o decir en voz alta aquello que nos parece bien hecho. Sin embargo, esos gestos, tan simples, tienen un poder transformador muy grande.
El ser humano necesita el reconocimiento como el aire que respira
Cuando reconocemos a los demás, fortalecemos los vínculos y favorecemos la confianza. Una palabra amable puede cambiar el día de alguien, igual que la ausencia de buenas palabras puede desgastar lentamente una relación. En el trabajo, reconocer a un compañero no solo mejora el ambiente laboral, sino que estimula la motivación y el compromiso. En la familia, decir “te valoro”, “me gusta cómo haces esto”, “gracias por tu esfuerzo” crea un ambiente donde cada miembro se siente visto y querido.
El reconocimiento, como plantea Puig, es también una forma de cuidado emocional. Es dar al otro lo que necesita para sentirse pleno. Y cuanto más reconocimiento damos, más crecemos nosotros. Reconocer lo bueno en el otro nos conecta con lo bueno en nosotros mismos; nos saca del juicio constante y nos devuelve la capacidad de admirar, de agradecer, de disfrutar.
El reconocimiento, como plantea Puig, es también una forma de cuidado emocional.
Por eso, la reflexión que propone Inma Puig va más allá de las buenas palabras. Se trata de cambiar el foco: en lugar de centrar nuestra atención en el error, en lo que falta, en lo que molesta, mirar lo que funciona, lo que aporta, lo que nos gusta.
Y lo mejor de todo, como ella misma recuerda, es que reconocer es gratis. No cuesta dinero, solo presencia, atención y cariño. En un mundo que muchas veces premia la crítica y olvida la gratitud, practicar el reconocimiento puede ser un acto emocional y de humanidad. Tal vez el secreto para mejorar nuestras relaciones —y nuestra propia salud emocional— sea tan simple como esto: ver más, escuchar más, decir más lo bueno. Porque, al fin y al cabo, como nos recuerda Inma Puig, todos necesitamos lo mismo para sentirnos bien. Solo cambia la dosis.
