María Galán, la joven que dejó Madrid para transformar vidas en Uganda con 22 años: “No me imaginaba trabajando en una empresa ganando dinero sin saber bien para qué”

Protagonistas

Hace 6 años que María Galán dejó atrás su vida en España para instalarse en Uganda, donde trabaja para mejorar la calidad de vida y las oportunidades de sus habitantes 

María Galán

María Galán, vive en Uganda desde hace seis años

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La palabra influencer hace referencia a toda persona que, mediante su imagen, sus acciones o sus palabras, es capaz de generar un impacto e influir en los demás, generalmente a través de las redes sociales. Hay quienes recomiendan prendas de ropa o videojuegos, puntúan restaurantes, hacen crítica deportiva o comparten pequeños trucos para decorar su casa. Y entre la infinidad de perfiles que encontramos al deslizar el dedo por la pantalla, de vez en cuando aparece alguien que utiliza su voz para intentar hacer del mundo un lugar mejor. Es el caso de María Galán, una madrileña de 28 años que, a través de su cuenta de Instagram (@auntie_mariagalan), donde reúne a más de un millón de seguidores, muestra su trabajo diario para mejorar las condiciones de vida en Uganda. Allí, la edad media de la población es de apenas 15 años y las mujeres tienen una media de cinco hijos, cifras que reflejan tanto la juventud del país como las duras condiciones de vida que dificultan alcanzar edades avanzadas.

Actualmente, María vive en Entebbe, en Kikaya House donde, junto a otras cuidadoras —o “aunties”, como las llaman allí—, se encarga del cuidado de 32 niños que, por diversos motivos, no han podido ser atendidos por sus familias. Desde su llegada al país, y en tan solo seis años, la joven ha contribuido también a la construcción de varios centros escolares y clínicas que garantizan atención sanitaria a la población local. No lo hace sola, sino a través de la Asociación Babies Uganda, fundada en 2012 por su madre, Montse Martínez, y su amiga Maribel García, quienes coordinan el proyecto desde España.

María Galán

María Galán vive en Kikaya House, junto a 32 niños que, a día de hoy, considera su familia

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“En Uganda, los niños asumen responsabilidades desde muy pequeños: van solos al colegio, buscan agua y ayudan en casa. Los que pueden estudiar, lo hacen, y por suerte cada vez son más, pero, en muchos aspectos, dejan de ser niños demasiado pronto”, cuenta Galán a este diario. Desde La Vanguardia hablamos con ella para conocer su historia y el proyecto que ha transformado su vida —y la de muchos otros— en el corazón de África.

¿Cómo empieza su historia en Uganda?

En 2012, a mi madre le surgió la oportunidad de participar en un proyecto en Uganda. Durante ese viaje conoció un orfanato que iba a cerrar por falta de fondos, donde vivían más de treinta niños. Junto con nuestra compañera Maribel —que ya era voluntaria en esa misma ONG y llevaba las cuentas—, se unieron para crear Babies Uganda e intentar recaudar los fondos necesarios para evitar el cierre de aquel orfanato. Ahí empezó todo. Mi madre entendió que el mundo necesitaba ayuda y no quería quedarse de brazos cruzados. En aquel entonces yo tenía unos doce años. Ella viajaba, nos contaba historias, nos enseñaba fotos y cuando cumplí dieciocho años, durante las vacaciones universitarias, hice mi primer viaje a Uganda.

Mi madre siempre dice que desde mi primer viaje a Uganda supo que probablemente acabaría viviendo aquí

María GalánCoordinadora de proyectos en Babies Uganda

¿Tuvo claro desde el primer momento que quería vivir allí?

Estudiaba la carrera de Economía y Negocios Internacionales y tenía claro que quería terminarla. Pero cuando vine, algo hizo clic en mí, y nunca volví a ser la misma. De hecho, mi madre siempre dice que desde ese primer viaje supo que probablemente acabaría viviendo aquí, aunque todavía no era el momento.

A partir de entonces, empecé a tomar todas mis decisiones pensando en regresar. Solo quería aprobar todo a la primera para no tener recuperaciones en junio y poder venir antes. Trabajaba los fines de semana para pagarme los billetes de avión y mis estancias en Uganda.

En 2020 tuve que elegir las prácticas de la universidad, y no me veía en ningún otro sitio que no fuera este. No me imaginaba trabajando en una empresa ni ganando dinero sin saber muy bien para qué. Nunca encontraba una respuesta a esas preguntas, pero aquí sí: aquí sentía que podía dedicar mi tiempo a ayudar, que había mucho por hacer, y que ya había visto demasiado como para seguir con mi vida como si nada.

Por suerte, me convalidaron las prácticas y pude venir a Uganda en enero de 2020. Iba a quedarme tres meses, pero, con el cierre del aeropuerto por la pandemia, tuve que quedarme seis. Ese tiempo bastó para darme cuenta de que este era mi lugar.

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¿Ha tenido algún problema por el hecho de ser mujer?

Sí. Es una sociedad muy jerárquica: el hombre suele ser la cabeza de familia, el jefe, quien toma las decisiones. Así que no siempre te toman en serio siendo mujer. Pero todo ha sido un proceso. Llegué como voluntaria y, con el tiempo, mi papel fue cambiando hasta convertirme en coordinadora de proyectos. Me he ganado el respeto con cariño, paciencia y constancia. Es verdad que todavía hay personas que no te toman en serio solo por ser mujer, pero quienes realmente deben hacerlo, lo hacen. En general, aquí las mujeres siguen ocupando un segundo plano.

¿Qué proyectos ha conseguido llevar a cabo con Babies Uganda?

Actualmente contamos con tres hogares. Uno de ellos sigue en construcción, pero esperamos poder inaugurarlo a finales de año. Los otros dos son el hogar donde yo vivo, Kikaya House, y aquel donde nació Babies Uganda.

Además, gestionamos un colegio de infantil y primaria, otro de secundaria, un centro vocacional, y tres centros médicos que cuentan con clínica dental, servicio de fisioterapia y oftalmología. Son clínicas muy completas, en los que atendemos a más de mil pacientes al mes en cada uno. También tenemos un colegio para niños con discapacidad visual y otro para niños con discapacidad intelectual. Este último lo inauguramos en febrero y ya acoge a sesenta alumnos; el próximo año esperamos duplicar esa cifra. Asimismo, disponemos de un centro de arte, un centro vocacional para adultos y un campo de deportes. Y ahora, gracias a un premio concedido por la UEFA, podremos construir otros dos campos más.

Babies Uganda

CEVIC, una escuela para niños con discapacidad visual, es uno de los proyectos impulsados por Babies Uganda

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¿Cómo se financian los proyectos? ¿Le ha ayudado su visibilidad en redes sociales?

Principalmente, se financian gracias a las donaciones. A través de nuestra web, Babies Uganda, hay particulares que se hacen padrinos con la cantidad que desean aportar cada mes, sin una cifra fija. El apadrinamiento es al proyecto, no a un niño concreto, con el fin de garantizar que todos los menores tengan las mismas oportunidades. También recibimos donaciones puntuales y contamos con empresas amigas que nos apoyan a través de sus programas de responsabilidad social corporativa. Con todo ello conseguimos mantener los proyectos en marcha.

Las redes también ayudan. Por ejemplo, el colegio Butterfly de Educación Especial nació de un reto: un euro por cada seguidor en Instagram. Fue una iniciativa preciosa, y logramos construirlo gracias a la suma de muchos esfuerzos. Esta semana también lanzo mi libro “La decisión que lo cambió todo”, un proyecto muy personal con el que quiero ayudar y recaudar fondos.

El voluntariado resulta útil cuando existe una necesidad que no puede cubrirse con personal local, siempre es mejor contar con personal ugandés

María GalánCoordinadora de proyectos en Babies Uganda

Una de las particularidades de Babies Uganda es que no tiene un programa de voluntariado. ¿A qué se debe?

El voluntariado es un tema delicado. Resulta útil cuando existe una necesidad que no puede cubrirse con personal local o cuando el proyecto está comenzando y necesita darse a conocer. Al principio sí tuvimos un programa de voluntariado, pero con el tiempo, al formar un equipo completamente local, el proyecto ganó estabilidad y coherencia con su cultura. Siempre es mejor contar con personal ugandés; además, así generamos empleo.

En Uganda el desempleo es un problema grave. Aunque algunas personas llegan a estudiar en la universidad, las oportunidades laborales son escasas. Por eso, una parte fundamental de nuestro trabajo es crear empleo y ofrecer un futuro digno. Actualmente, contamos con más de 250 personas contratadas de forma fija, y los proyectos también generan empleo indirecto a través de la compra de alimentos, combustible y materiales en los comercios locales.

En sus redes muestra como comparte su día a día con 32 niños en Kikaya House. ¿Cómo es la convivencia y la rutina dentro de la casa?

En casa, muchos me llaman “mamá” y otros me llaman “aunti”, que es como aquí se llama a las cuidadoras, que también viven con nosotros. Cada uno me ve de una forma diferente, pero lo importante es que todos saben que estoy para ellos. Al principio me costó que los trabajadores entendieran que pasar tiempo con los niños no era porque no tuviera nada mejor que hacer, sino porque era fundamental que ellos sintieran que estábamos a su lado, que los escuchábamos. Son muchos, y se necesita tiempo para poder llegar a todos. Soy la persona más cercana para ellos, y los quiero y cuido como si fueran mis propios hijos. Son mi día a día desde hace años.

Babies Uganda

Butterfly School proporciona educación, alimentación y cuidados a los niños con alguna discapacidad en el país

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¿Cómo llegan los niños a sus casas?

En Uganda, los niños llegan a los hogares a través de la policía. Ellos disponen de un listado con los centros de acogida de la zona y, cuando hay un pequeño que necesita un lugar donde vivir, nos llaman y vamos a recogerlo. A partir de ese momento, pasa a formar parte de la familia. En casa, el más pequeño es Vincent, tiene tres años y fue el último en llegar.

¿Cómo surgió la necesidad de crear una escuela para niños con necesidades especiales?

En Uganda, la discapacidad sigue siendo un tema tabú y las oportunidades para estos niños son prácticamente inexistentes. En casa cuidamos a cinco pequeños con alguna discapacidad, dos de ellos con parálisis cerebral, y ninguno tenía un lugar donde estudiar. Pensamos que, si nosotros vivíamos esa situación, muchas otras familias también la estarían enfrentando.

Así nació la idea de crear nuestra propia escuela, y el resultado ha sido increíble. Comenzamos en febrero y ya nos hemos convertido en un colegio de referencia para toda la comunidad. Cada vez que alguien nos visita, se sorprende al ver lo que hemos conseguido con un proyecto tan necesario y lleno de esperanza.

Lo que realmente tiene valor no cuesta dinero. Las personas solo necesitamos tener a gente buena a nuestro alrededor y cubrir nuestras necesidades básicas

María GalánCoordinadora de proyectos en Babies Uganda

¿Qué proyectos tienen previstos a partir de ahora?

Actualmente estamos trabajando en la apertura de un centro para adultos, ya que en nuestro pueblo hay muchas personas que ni siquiera terminaron la educación primaria. Queremos ofrecerles formación básica —aprender inglés, leer, escribir y adquirir nociones de negocios— para que puedan emprender por su cuenta.

También nos gustaría impartir talleres de carpintería y costura. Aún no está confirmado al cien por cien, pero creemos que será nuestro próximo proyecto. Además, el año que viene empezaremos con el doble de alumnos en Butterfly, lo que también supone duplicar los gastos. Aunque no tengamos muchos proyectos nuevos en marcha, los que ya existen crecen cada vez más, y mantenerlos requiere un gran esfuerzo.

Babies Uganda

Babies Uganda cuenta con una escuela de educación infantil y primaria, un centro de secundaria y un centro vocacional

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¿Cómo compagina su vida personal con su trabajo en Babies Uganda?

En realidad, no la compagino. Mi vida y mi trabajo están tan entrelazados que es imposible separarlos. Cuando acuesto a todos los niños, ya estoy completamente agotada. Mi pareja pasa aquí seis meses al año; el resto del tiempo trabaja en España. Pero no tenemos vida social en absoluto. De hecho, somos los únicos extranjeros en la zona. Y aunque tuviera algún hobby, probablemente me quedaría dormida haciéndolo. Mis días empiezan a las ocho y media de la mañana y terminan casi a las nueve de la noche.

He tenido malaria y fiebre tifoidea, que son las dos enfermedades tropicales más comunes aquí

María GalánCoordinadora de proyectos en Babies Uganda

¿A qué dificultades se ha enfrentado durante su estancia en Uganda?

He tenido malaria y fiebre tifoidea, que son las dos enfermedades tropicales más comunes aquí. Y después, cada día te enfrentas a situaciones muy duras. En redes prefiero mostrar la parte positiva: la lucha, el esfuerzo y los resultados que se pueden conseguir cuando las cosas se hacen bien, en lugar de centrarme en las quejas o en lo que aún falta por hacer. Con el tiempo te haces más fuerte, aprendes a relativizar y tus problemas personales pasan a un segundo plano. Estar rodeada de tanta necesidad te cambia la perspectiva y te fortalece mentalmente.

Recientemente, Babies Uganda ha sido protagonista del videoclip Burning Man, de Dani Martín. ¿Cómo nació esta colaboración?

Dani llevaba un tiempo colaborando con nuestro trabajo y un día nos propuso abrir un centro de arte con su fundación, Zapatillas. Y nosotras, por supuesto, encantadas con la propuesta. Sabemos el poder que tiene la música para todos estos niños —y el arte en general—, porque también hacen pintura, baile y muchas otras actividades. Así que nos lanzamos a hacerlo, muy ilusionadas. Y, claro, la sorpresa vino cuando nos dijo que quería que grabáramos el videoclip de una de sus últimas canciones, Burning Man. ¡No nos lo podíamos creer! Fue increíble. 

¿Qué siente cuando regresa a España tras largos periodos en África?

Al final, acabas por no sentirte ni ugandesa ni española. Te quedas un poco en el limbo. Por suerte, cuando voy a España me dedico a disfrutar de mi familia y mis amigos, y me siento muy bien con ellos. Lo que más me sorprende cada vez que regreso es lo organizado que está todo: lo estructurado, lo limpio, tanta tecnología… Aquí vivo rodeada de naturaleza, descalza, con muchas menos reglas. Allí, en cambio, todo me parece cada vez más artificial.

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¿Qué le ha enseñado su vida en Uganda?

Que lo que realmente tiene valor no cuesta dinero. Las personas solo necesitamos tener a gente buena a nuestro alrededor y cubrir nuestras necesidades básicas. Todo lo demás puede sumar, sí, pero muchas veces nos complicamos la vida sin sentido. Aquí he aprendido a valorar de verdad todo lo que tengo.

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