Empezamos el recorrido a pie en dirección a la playa durante las horas muertas en las que incluso la ciudad que nunca duerme descansa. Salimos a las cinco de la mañana, y las aceras de Brooklyn están repletas de vestigios de la noche anterior, un jueves de verano: por un rato, solo avistamos ratas comiendo restos de pizza, vasos y botellas con restos de bebidas, bolsas de plástico cogiendo calor e incluso prendas de ropa que han perdido a sus dueños. Sobre las siete el barrio se empieza a desperezar, con algún corredor optimista luchando contra el calor, y transeúntes que se activan con la ciudad, paseando a sus perros o yendo a por el primer café.
Lo dice la letra de la canción de El Gran Combo de Puerto Rico desde 1975, muchos años antes de que Bad Bunny lo utilizara en su contemporánea NuevaYol, “si te quieres divertir, con encanto y con primor, solo tienes que vivir un verano en Nueva York.” La ciudad, tras un letargo invernal cerca de las calefacciones y con sus habitantes encerrados en diminutos apartamentos, explota hacia afuera. Las calles se llenan de altavoces y mesas de pícnic improvisadas, con Coronitas frías, y cualquier manzana es el escenario de un potencial block party.
Al final de la península de Brooklyn, frente al océano Atlántico, se alza el icónico parque de atracciones Luna Park
Al final de la península de Brooklyn, frente al océano Atlántico, se alza el icónico parque de atracciones Luna Park. Al turista ocasional puede que le sorprenda la ubicación de este parque que ha mantenido la estética de su construcción original, pero para los neoyorquinos es una pieza más en el enclave de la jungla urbana. El paseo marítimo de Brighton Beach bordea el barrio ruso de la ciudad, conocido como Little Odessa, que películas recientes como Anora han retratado con precisión y humor. Coney Island y Luna Park representan uno de los escenarios más encantadores de Brooklyn, que han inspirado a escritores como Colm Tóibín - en su novela Brooklyn, que también fue adaptada a la gran pantalla - y cineastas como Woody Allen en su Wonder Wheel.
Luna Park abrió sus puertas en 1903, y en 1925 se estrenó la montaña rusa que a día de hoy sigue siendo la gran triunfadora del parque, Thunderbolt (rayo). La estética y el concepto que los fundadores del parque tenían en mente era recrear un viaje a la luna desde el paseo marítimo: la gran parte de las atracciones y la enorme noria dan al mar, y cuando se pone el sol y la línea que separa el agua del cielo se empieza a difuminar, desde lo alto de la montaña rusa da la sensación de que puedes salir disparado en dirección a las estrellas.
Al anochecer, el paseo marítimo se llena de locales, paseantes y turistas para ver los fuegos artificiales que se pueden observar, gratis, todos los viernes de verano
El escritor Colson Whitehead dice que te conviertes en neoyorquino cuando la ciudad que conociste y ha desaparecido es más real que la que tienes delante. Vivir en Nueva York es aceptar constantemente lo efímero y transitorio de los lugares y de las personas. Contra todo pronóstico, Coney Island resiste, más de cien años después de que Luna Park abriera sus puertas, como un emblema de un Brooklyn que existió y que se niega a desaparecer. Cada cuatro de julio, el restaurante Nathan’s Hot Dogs reúne a cientos de participantes en el infame concurso de cuántos perritos calientes se pueden comer en tiempo récord.
Tras un día de chapuzones y de vecinos en remojo, vemos el atardecer perritos calientes en mano, y algunos perdemos la voz subiendo y bajando a toda velocidad del Thunderbolt y el Cyclone. Al anochecer, el paseo marítimo se llena de locales, paseantes y turistas para ver los fuegos artificiales que se pueden observar, gratis, todos los viernes de verano. Coney Island se convierte, una vez más, en terreno democratizador. Muchos consideran que Coney Island Baby, el álbum de Lou Reed, es un canto nostálgico y un estado mental, pero también una afirmación de identidad. Para Lou, también es un lugar que resiste: “I’m a Coney Island Baby…”.
Después de los fuegos, me fijo en los restos de comida y vasos de plástico abandonados en el paseo, y pienso que tal vez alguien al cabo de unas horas al amanecer, los encuentre en un trayecto andando hasta la playa. Antes de coger la línea F de regreso a Manhattan, me subo una vez más a la montaña rusa más alta, y en los segundos que puedo apreciar las vistas antes de lanzarme hacia el vacío gritando, me parece que, como imaginaron los fundadores del parque, la luna está a solo una montaña rusa de distancia.
El sueño de Nueva York
La serie
Ser parte de Nueva York (y no morir en el intento de escribirlo) - Nathan Haimowitz
La ciudad que no existe - Francesc Peirón
Bartleby en el Upper West Side - Xita Rubert
Aquellas noches en Harlem - Julio Valdeón
Coney Island: viaje de ida y vuelta a la luna - Leticia Vila-Sanjuán