Corrijamos un error habitual. No, Bourbon Street no homenajea al dulce licor del sur de los Estados Unidos. Pese a la gran fiesta que se vive cualquier noche del año, no es una calle dedicada a una bebida alcohólica. Bourbon St., como el propio bourbon, evoca a la dinastía francesa de los Borbones que tanto tiempo fue dueña del estado de Luisiana. De hecho, la denominación de Luisiana agasaja a Luis XIV, mientras que la ciudad se bautizó como réplica de la elegante Orleans a orillas del Loira.
La huella gala es intensa. Algo lógico, ya que ellos fundaron Nueva Orleans en 1718. A partir de ahí, iba a ser punto de encuentro para gentes de variados orígenes. Para empezar, los indígenas que vivían en las zonas pantanosas vecinas al Misisipi. Pero, sobre todo, porque solo un año después de la fundación desembarcaban buques negreros cargados de africanos. Poco a poco, y más o menos juntos, el lugar congregó a europeos, nativos y africanos, a los que más tarde se sumaron los acadianos o cajunes, católicos expulsados de tierras canadienses que pasaron de manos francesas a inglesas.
Si se desembarca al atardecer, invocar a la trompeta más famosa del jazz produce irreprimibles ganas de dirigirse al Barrio Francés
Tantas procedencias estaban destinadas a fundirse en una cultura propia a la que se añadieron notas antillanas. Porque Nueva Orleans, aunque diste 170 km de la desembocadura del Misisipi en el golfo de México, debe considerarse el puerto más al norte del Caribe. Y aún faltaba un ingrediente más, Luisiana perteneció cuatro décadas a la Corona española, prima hermana de la francesa. De hecho, fue un regalo de 1762 entre Borbones para agradecer el apoyo español a los galos en su enésima guerra contra los británicos.
No obstante, aquella Luisiana española se acabó en 1803 y volvió a manos de Francia, entonces gobernada por Napoleón, quien solo tardó tres meses en venderla a los nuevos Estados Unidos. En definitiva, una historia frenética y con personalidad propia. Ambas cosas, un carácter único y su frenesí, se notan nada más llegar. Aterrizando en un aeropuerto llamado Louis Armstrong, no podía ser de otro modo.

El Barrio Francés de Nueva Orleans es una visita obligada para cualquiera que explore la ciudad
Si se desembarca al atardecer, invocar a la trompeta más famosa del jazz produce irreprimibles ganas de dirigirse al Barrio Francés para adentrarse en la noche de NOLA (Nueva Orleans, Luisiana). Sin embargo, es preferible llegar de día para tener un contacto más luminoso y completo, aunque el destino al que dirigirse sea el mismo: el French Quarter, el solar donde todo empezó con la fundación francesa.
Si bien el paseo diurno le quita acento galo, el ladrillo, la forja en las barandillas o las balconadas remiten a la época española. Entonces hubo varios incendios devastadores y NOLA se reconstruyó casi íntegramente con una arquitectura inspirada en lo hispano, algo que se recuerda con las placas de cerámica de Talavera de la Reina repartidas por el casco antiguo.
Es obligado pasear sin rumbo por ese damero de calles paralelas y perpendiculares, sin posibilidad alguna de extravío. Por ahí aguarda el Museo del Vudú, que acoge los misterios de esta creencia tan arraigada en la ciudad. Magia (blanca o negra), hechizos y lo esotérico surgen en cualquier rincón de Nueva Orleans. Se siente en los cementerios cercanos al núcleo histórico, así como en el centro, donde no faltan locales e incluso restaurantes como el Vampire Apothecary, donde leen el futuro en los posos del café o en la baraja del tarot mientras se toma algo para, después, seguir con el callejeo.
Deambulando por el Barrio Francés tarde o temprano se alcanza Jackson Square cerrada a un lado por la catedral de San Luis y abierta al otro hacia Riverwalk, a orillas del río. Esta fue la antigua plaza de armas y ahora es un agradable jardín dominado por la estatua de Andrew Jackson cuando era general y no presidente de los Estados Unidos. Y si desde la plaza se toma Charles St. se llega al convento de las Ursulinas, una de las escasas muestras de arquitectura colonial francesa de la primera mitad del siglo XVIII que quedan en pie.

En el Jazz Museum rinde homenaje al legendario Louis Armstrong
Este sería uno de los principales tesoros artísticos. Pero en NOLA, cuando se habla de arte, cualquier disciplina queda supeditada a la música. Y justo a un par de manzanas de las Ursulinas se levanta el New Orleans Jazz Museum, el gran templo donde adorar esta música y a sus grandes representantes, con mención especial al ciudadano más ilustre de Luisiana: Louis Armstrong, a quien se dedican varias salas.
Es un museo para ver y escuchar. Programa conciertos con músicos venidos de todo el mundo. Una música ahora global, pero que nació de la fusión de culturas surgida en este rincón de Luisiana donde la población negra y esclava fue tan importante. De hecho, en el museo se ubican los orígenes del jazz en un punto concreto de la ciudad: Congo Square, situada en un extremo de French Quarter.
Ahí se reunían los esclavos y libertos las tardes de domingo para disfrutar de instantes de libertad. Lo hacían cantando y bailando, fundiendo lo que llevaban dentro con lo traído de lejos. Es el humilde germen del jazz y, pese a la actual sofisticación que lo envuelve, es un estilo que mantiene la fantasía, el sentimiento y la libertad de sus inicios. Para apreciarlo en primera persona, hay incontables locales con música en directo. Y no solo nocturnos: casi a cualquier hora es posible disfrutar de músicos actuando en vivo.
Comenzando por los muchos artistas callejeros, algunos fabulosos. También es estupenda la banda que toca en el patio del restaurante Court of Two Sisters, donde se hace una verdadera inmersión en la cultura local gracias a su arquitectura, a la música y a la gastronomía tradicional de abundante en arroz jambalaya, gambas o pollo picante.

Los músicos callejeros son indispensables en Nueva Orleans
Si se almuerza así, el cuerpo pide música para el resto del día. Y es fácil satisfacerlo. Durante toda la tarde ofrece conciertos el Preservation Hall, otro de los monumentos al jazz. Por fuera parece un almacén abandonado, pero en la pequeña sala de dentro se palpa la historia de este género musical. Aquí los artistas tocan lo más clásico del jazz y lo hacen a un palmo del público, sin micros, ni tecnología, solo los instrumentos y la magia de su arte. El Preservation Hall pretende conservar las esencias jazzísticas y por eso sus shows son como participar en una vieja película de ambiente sureño.
Aunque si se busca una experiencia aún más cinematográfica, entonces hay que subir en alguno de los barcos de vapor que navegan por el Misisipi, ofreciendo una cena y un concierto de jazz mientras se pone el sol.

Preservation Hall busca mantener todas las tradiciones del jazz clásico
Pero aunque anochezca, NOLA nunca duerme. Las calles descubiertas con la calma matutina, al llegar la noche son un hervidero. En especial la célebre Bourbon St. Recorrerla íntegramente a la luz de sus neones es imprescindible. Por cierto, es uno de los pocos lugares estadounidenses donde se puede beber alcohol en la vía pública. Así que muchos optan por pedir una copa para llevar -más barata en las calles próximas- y luego caminan por Bourbon St. buscando el local donde disfrutar de una noche memorable.
Es difícil elegir, en todos hay música en directo, todo tipo de géneros; pero, puestos a empaparse del alma de Nueva Orleans, la propuesta de The Jazz Playhouse, ubicado en un salón del Hotel Royal Sonesta, es soberbia y con shows muy variados. Ahí el jazz se mezcla con acordes de blues, funky, soul o cualquier otro ritmo que se les ocurra a los artistas. Al fin y al cabo, la fusión y la libertad creativa están en los genes de este estilo musical y de la ciudad que lo vio nacer.

Lafitte's Blacksmith shop bar es el más antiguo de la ciudad
Delicatessen
Lafitte’s Blacksmith Shop Bar
En la esquina de Bourbon St. con Saint Philip está el bar más antiguo de NOLA: Lafitte's Blacksmith Shop Bar. Su apariencia añeja no engaña, ya que se trata del bar más antiguo de la ciudad y, según algunos, el más viejo del país. Al contrario de otros antros de la famosa calle borbónica, aquí hay un ambiente algo más calmado. Quizás sea por su iluminación a base de velas, sin bombilla alguna. O quizás porque la música en directo la pone un pianista que toca rodeado por los clientes. O quién sabe si la atmósfera cargada se debe a la presencia fantasmal de Jean Lafitte, el pirata que aquí vivió y trapicheó. Sea por cualquiera de estas razones, se trata de uno de los básicos de la noche en Nueva Orleans.